Amalgama
Pola Oloixarac
Juan Ezequiel Morales
En 2015, Pablo Iglesias Turrión, entonces líder de Podemos, teorizaba sobre el feminismo como el nuevo «sujeto histórico» marxista. Sin embargo, su posterior ataque machista a Cayetana Álvarez de Toledo, llamándola despectivamente «marquesa», expuso la hipocresía de este discurso (por eso ella le contestó «hijo de terrorista»). Esta contradicción no fue un caso aislado: en 2024, su antiguo compañero Íñigo Errejón enfrenta acusaciones de agresión sexual, evidenciando un patrón donde los autoproclamados defensores del feminismo reproducen las mismas conductas que dicen combatir. Esta disonancia entre teoría y práctica revela cómo ciertos sectores de la izquierda han instrumentalizado las luchas feministas mientras perpetúan comportamientos que contradicen sus propios ideales.
Iglesias hablaba entonces de que el nuevo «sujeto histórico», en términos de dialéctica marxista, sería el feminismo (en conversaciones de la época con el argentino Jorge Alemán), y ya se veía venir la deriva de la izquierda de Frankfurt para enarbolar nuevos argumentos, al habérseles caído el que tiró abajo el Muro de Berlín o el propio sistema económico comunista con la reconversión del maoísmo chino en ultracapitalismo regulado por el partido único. Y así han andado, copiando la ideología generada en las universidades izquierdistas de EEUU (porque nunca han sido ideas propias de la izquierda europea y latinoamericana, sino copias y plagios de las ideas norteamericanas), y aprovechando para sí la lucha por la igualdad de las mujeres. De esta manera hemos llegado a una actualidad en la que el feminismo enfrenta divisiones internas que plantean preguntas fundamentales sobre sus objetivos y métodos. Tres figuras destacadas, Pola Oloixarac, Giorgia Meloni y Alice Schwarzer, abordan estas tensiones desde diferentes perspectivas, convergiendo en una crítica al feminismo radical contemporáneo, al que consideran el mayor obstáculo para un feminismo más natural, necesario y funcional.
La filósofa argentina Pola Oloixarac, escritora y observadora incisiva de la cultura contemporánea, critica en su recientísimo libro Bad hombre (Random House, 2024) el uso que algunos sectores feministas hacen de herramientas como el escrache social y la frase «hermana, yo te creo». Para ella, estas prácticas, aunque surgieron de un deseo legítimo de proteger a las mujeres, han degenerado en instrumentos de poder que, en ciertos casos, banalizan la violencia y dañan injustamente reputaciones. Oloixarac considera que el feminismo no debe reducirse a una maquinaria de destrucción social, sino sofisticarse y enfocarse en soluciones éticas y efectivas que promuevan la igualdad. Oloixarac advierte que el feminismo radical puede caer en una narrativa simplista que considera a todos los hombres como «violadores en potencia», una postura que, según ella, no solo es éticamente errónea, sino que también deshumaniza las relaciones entre hombres y mujeres.
Desde el ámbito político, Giorgia Meloni, primera ministra italiana, adopta una postura conservadora frente al feminismo radical, al que acusa de desnaturalizar los roles tradicionales y fomentar una agenda política desarticulada de las realidades de muchas mujeres. En su gobierno, Meloni ha impulsado políticas que promueven una visión tradicional de la familia y ha rechazado propuestas feministas consideradas extremas, como las relacionadas con los derechos reproductivos y la gestación subrogada. Su postura enfatiza que la igualdad no puede imponerse a través de políticas que ignoren los valores y las prioridades de las mayorías sociales. Para ella, el feminismo no debería centrarse en transformar a las mujeres en sujetos dependientes de leyes o programas, sino en fortalecerlas dentro de sus propios contextos.
Desde una perspectiva histórica y activista, Alice Schwarzer, periodista que estudió con Foucault y entrevistó a Sartre y a Beauvoir, una de las feministas más influyentes de Europa, cuestiona el relativismo cultural y la pasividad de ciertos sectores progresistas frente a prácticas que perpetúan la opresión de las mujeres. Schwarzer denuncia que, en nombre del multiculturalismo o del respeto a las tradiciones, muchas feministas radicales han guardado silencio ante crímenes como la mutilación genital femenina o la violencia sexual. Schwarzer aboga por un feminismo que reconozca a las mujeres como sujetos autónomos y fuertes, no como víctimas perpetuas. Para Schwarzer, la verdadera lucha feminista no se trata de imponer dogmas ideológicos, sino de garantizar que todas las mujeres tengan acceso a una vida digna y plena.
Aunque desde contextos distintos, las posturas de Oloixarac, Meloni y Schwarzer comparten una visión crítica hacia un feminismo radical que perciben como una fuerza desestabilizadora y contraproducente. Estas tres figuras coinciden en señalar que la igualdad no se alcanzará victimizando a las mujeres ni deshumanizando a los hombres. Pero si hacemos un repaso por las voces del feminismo en la academia y en los diversos chiringuitos, luchar contra lo radical significa luchar contra la riada de dinero fácil que, para ser utilizadas en estos enfoques pseudofeministas, y por cuestiones de interés político, han caído en forma de subvenciones desde los ya decadentes gobiernos de izquierda de un Occidente ideológicamente degradado.
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