Entrevista | Eliseo Izquierdo Periodista

Eliseo Izquierdo: «Yo siempre he sido, y a mucha honra, un obrero de la palabra»

El periodista y cronista oficial de La Laguna ingresa en la Academia Canaria de la Lengua como académico honorario

El periodista Eliseo Izquierdo, en su ciudad natal, La Laguna.

El periodista Eliseo Izquierdo, en su ciudad natal, La Laguna. / Andrés Gutiérrez

Patricia Ginovés

Patricia Ginovés

La Laguna

El periodista Eliseo Izquierdo ingresa en la Academia Canaria de la Lengua como académico honorario. El Salón de Actos del Instituto Canarias Cabrera Pinto alberga el acto en el que el también cronista de La Laguna rememorará algunas de sus vivencias cuando comenzaba en el mundo del periodismo, una profesión que lo ha acompañado durante varias décadas y que sabe qué nunca lo abandonará.

Eliseo Izquierdo (La Laguna, 1931) ingresa el viernes 25 de octubre, como miembro honorario, en la Academia Canaria de la Lengua con un acto que tendrá lugar en el Salón de Actos del Instituto Canarias Cabrera Pinto de La Laguna. Una pirueta del poeta y periodista Juan Pérez Delgado, ‘Nijota’, entre el humor y la lírica es el título de su disertación, en la que recordará algunas de las anécdotas que tiene con este periodista que, para él, «fue un auténtico maestro», expresa el lagunero. A sus 93 años, Izquierdo es una figura destacada en el panorama intelectual de Canarias, con una dilatada trayectoria profesional, tanto en el periodismo como en la investigación artística. Trabajó en EL DÍA, entre 1955 y 1969, y también en La Tarde. En la actualidad dirige la revista Anchiétea, mientras sigue escribiendo diferentes publicaciones. Entre los títulos que tiene a sus espaldas se encuentran Cajas de las maravillas (1996), Molinos de la memoria (1999), los tres volúmenes de Periodistas canarios (siglos XVIII-XX) (2005) o Encubrimientos de la identidad en Canarias. Seudónimos y otros escondrijos en la literatura, el periodismo y las artes (dos volúmenes, 2019). Su nombramiento como académico honorario se viene a sumar, además, a una larga lista de instituciones de las que ya forma parte, como la Real Academia de Bellas de San Miguel Arcángel, la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife o el Instituto de Estudios Canarios.

A sus 93 años, ingresa ahora como académico honorario en la Academia Canaria de la Lengua. Está siempre en activo.

Creo que en realidad es una especie de premio a la longevidad [risas], pero es cierto que se trata de un reconocimiento importante. Yo siempre he sido, y a mucha honra, un obrero de la palabra. A lo largo de mi vida he sido telegrafista, periodista, profesor de enseñanza media y de la Universidad. Al profesor Humberto Hernández, el presidente de la Academia, se le ocurrió que yo pudiera ser académico honorario. Yo tengo con él mucha amistad desde que, siendo él decano de la Facultad de Ciencias de la Información, tuvo el detalle, y para mí el honor, de presentar mi libro Periodistas Canarios. Fue un acto muy bonito para mí porque vino gente hasta de Madrid y asistió el por entonces presidente de Canarias, Adán Martín. Me sentí muy halagado y además el libro ha tenido su recorrido.

Poco tiene que ver el periodismo que usted practicaba cuando comenzó a trabajar con el que existe ahora, ¿no?

Efectivamente. Empezando porque el periodismo de entonces era totalmente vocacional. No nos pagaban. Y cuando se decidieron a pagarnos, nos daban una miseria. No estábamos afiliados a la Seguridad Social ni nada por el estilo. Aunque en realidad yo empecé a trabajar como telegrafista, así que siempre he trabajado con las palabras. Ahora todos somos telegrafistas, porque todos tenemos un teléfono móvil y tenemos una estación transmisora y receptora y es, además, mucho más rápida, eficiente y segura que las que teníamos entonces. Pero nosotros, en aquella época, éramos segadores de palabras. Éramos como confesores laicos.

Precisamente, ¿cuándo diría que empezó a crecer en usted ese amor por la palabra?

Yo tenía un tío, el poeta Francisco Izquierdo, que era periodista en Cuba y trabajaba en el Diario de la Marina. A mí eso me llamaba mucho la atención porque en mi casa había libros escritos por él. Por otro lado, también gané un premio escolar y publiqué mi primer artículo en EL DÍA y aquello fue el comienzo.

¿Qué era lo que más le gustaba escribir en aquella época?

Bueno, no era tanto qué quería escribir sino qué podía uno escribir en aquella época, que eran prácticamente solo cosas locales, porque la opinión estaba vedada. Así que había que centrarse en lo cercano, lo que pasaba a tu alrededor, lo inmediato.

Y en esa labor siempre ha estado muy presente, como no podía ser de otra forma, su ciudad natal, La Laguna.

Claro. Yo llevé la información de La Laguna, también del Aeropuerto de Los Rodeos con datos sobre el tráfico aéreo, cuando tan solo aterrizaba media docena de aviones cada día. Fue una de las secciones que más me agradó llevar. Esa, y Vida Universitaria, que tenía incluso su cabecera propia en el periódico y que mantuvimos hasta que yo dejé el periódico.

Y todo ese trabajo ha hecho que, además, desde 2015, es usted el cronista oficial de La Laguna.

He escrito tanto de La Laguna y he hecho tantas cosas por su patrimonio... Siempre recuerdo que, cuando yo vivía en la calle Maya, pasaba siempre por la calle San Antonio, donde había un edificio que había sido casa rectoral. Era una construcción muy antigua y tenía una imagen de San Antonio Abad en la fachada, que precisamente daba nombre a esa calle. Derribaron esa casa para hacer un edificio nuevo pero el proyecto quedó en nada y ahí se quedaron los escombros. Yo pasaba por allí todos los días y veía ese montón de piedras hasta que un día quedó a la vista la imagen de San Antonio Abad. Entonces yo, ni corto ni perezoso, cargué con la piedra hasta la parroquia porque quería que la colocaran allí. De eso hace más de 50 años y ahora, por fin, después de habérselo dicho a todos los párrocos que se han ido sucediendo, he logrado que la coloquen en la parroquia.

Toda esa vida de anécdotas le daría para escribir un libro… O varios.

La verdad es que sí. En otra ocasión, iba yo caminando por La Laguna y me encontré con Zenón, el fotógrafo, el hijo, y me pidió que lo acompañara al Convento de las Claras porque tenía que hacer unas fotos. Desde que llegamos me di cuenta que lo que querían las monjas era fotografiar las ruinas y descubrí que iban a enviarlas a una inmobiliaria para vender el convento. Al salir de allí llamé al comisario provincial de Bellas Artes y fue así como se inició el expediente para la declaración del convento como Bien de Interés Cultural.

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