Crónica de un tiempo convulso
En plena revolución rusa, las memorias de Teffi se mueven entre la compasión y la sátira

Crónica de un tiempo convulso / El Día
Para quienes no la conozcan, Teffi es una mezcla de Chéjov y Saki. Sensata y absurda, compasiva y a la vez satírica, un torrente de perspicacia e ironía surgido de uno de los períodos más convulsos en la historia de Rusia. Nacida en una familia culta y distinguida de San Petersburgo, en 1917 abandonó su ciudad natal, sumida en la escasez, para irse a Moscú. Allí al parecer había pan, pero todo pendía de un hilo, mientras los bolcheviques, recién instalados en el poder, perseguían a sus enemigos y al mismo tiempo clausuraban los periódicos de la oposición.
Teffi era el seudónimo de Nadezhda Aleksandrovna Lokhvitskaya, que en los albores del siglo pasado, tras una década de matrimonio infeliz, había regresado a San Petersburgo, donde se convertiría en una aclamada escritora de folletines, cuentos, versos y obras de teatro. Llegó a ser tan popular que aparecieron caramelos y perfumes con su nombre.
Igual que sucedió con muchos de sus compañeros escritores, Teffi apoyó el socialismo y la revolución de 1905. Trabajó para el primer periódico bolchevique autorizado en Rusia, que navegaba como un barco fantasma, producto de una época incierta, con la dirección política de Lenin y una sección literaria que incluía grandes firmas no bolcheviques como la de la propia Teffi y la de la simbolista Zinaida Gippius. El secretario editorial era un diletante mujeriego que suspiraba por la pérdida de un envío secreto de armas y acto seguido invitaba a Teffi a almorzar en un elegante café. Quizás, el inspirador del personaje del empresario de dudosa reputación de las memorias que ahora publica Libros del Asteroide, y que en 1918 le ofrece un contrato para asistir a una lectura en Odessa que ella acaba aceptando. Entonces los artistas aún tenían acceso a visados para realizar giras y las compañías de teatro estaban repletas de gente desesperada por emigrar. Al partir, Teffi se dijo a sí misma que volvería pronto; sin embargo nunca regresaría a Rusia. Murió en París, en 1952.
En Memorias. De Moscú al Mar Negro, publicada por entregas en el periódico Vozrozhdenie, describe el azaroso viaje sin retorno de 1918. Sus páginas se abren continuamente a la curiosidad lectora: nos enteramos de que las posesiones más preciadas de la autora son su icono, un mapa de Rusia, y su cruz. Valora la belleza y desdeña la fealdad femenina hasta un punto que podría chocarles a muchos de los lectores de hoy. En cambio, el relato gana intensidad en las actuales circunstancias cuando millones de ucranianos han sido desplazados por una guerra tras la invasión rusa. En un momento de las memorias, en el otoño de 1918, en la peligrosa frontera ucraniana, un comisario político local ordena al grupo de Teffi que entretenga al proletariado de un club de ilustración y cultura. En un control fronterizo, la autora se emociona al recibir un regalo de champán caliente de un admirador y encuentra una barra de chocolate en un shtetl. El chocolate y el champán habían pasado a ser valiosas reliquias de un mundo perdido. Mientras un lado se desmorona, otro empieza a tambalearse: la secuencia en la estación de Kiev, que todavía controlan los alemanes y la Guardia Blanca, de un hombre que se indigna con el camarero porque le trae antes el filete que la patata asada que debía acompañarlo, es reveladora del desconocimiento de la penuria que se avecina y que ya es una realidad unos kilómetros hacia el este, donde cualquiera daría cualquier cosa por poder llevarse a la boca el filete. La primera impresión de Kiev es una fiesta: los escritores y actores de Moscú y San Petersburgo cenan jamón, salchichas y cochinillo relleno. Los guardias blancos se detienen placenteramente en los cafés a comer pastelillos de crema. "Pero pronto la sensación es la de una sala de espera de una estación antes del tercer y último toque de silbato", cuenta Teffi, con enfoque humano y agudo sentido de la observación.
Su capacidad para captar el humor incluso en medio del peligro se percibe también con fuerza. Una actriz detenida por chequistas por leer uno de sus cuentos es puesta en libertad cuando el juez recuerda que esa historia se le recitó una vez al camarada Lenin. Sus descripciones del horror se aferran sutilmente a los movimientos de la mente perceptiva. Atrapada en un shtetl bajo control bolchevique, se acerca a un campo de exterminio y ve un brazo humano siendo mordido por perros. Evoca la confusión que reinaba en Ucrania en la época en que la Rusia bolchevique parecía amenazar al Estado recién independizado cuando el movimiento nacionalista se tambaleaba y las potencias occidentales, tras haber intervenido en defensa de sus propios intereses, decidieron retirarse. Una amenaza reiterada, fruto de la obstinación si nos ceñimos a la actualidad. Un libro este repleto de melancolía, humor, drama, acción e ingenio.
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