El último ecléctico

Adiós a un acreditado artesano capaz de llevar a buen puerto proyectos la mar de comprometidos en el ámbito de la lucha antirracista

Norman Jewison junto a Cher en un descanso del rodaje de la película ‘Hechizo de luna’ (’Moonstruck’, 1987), que la actriz y cantante protagoniza junto a Nicolas Cage

Norman Jewison junto a Cher en un descanso del rodaje de la película ‘Hechizo de luna’ (’Moonstruck’, 1987), que la actriz y cantante protagoniza junto a Nicolas Cage / E. D.

Santa Cruz de Tenerife

La muerte del director canadiense Norman Jewison, el que fuera realizador de grandes éxitos mundiales como ‘El violinista en el tejado’, ‘Jesucristo Superstar’, ‘Hechizo de luna’ o ‘En el calor de la noche’, rompe el inexplicable silencio al que estuvo sometido desde su retirada de los platós hace más de 20 años.  

Hollywood ha sido siempre una fábrica descomunal de productos destinados, fundamentalmente, al entretenimiento, aunque en su seno también se hayan elaborado centenares de filmes orientados hacia otros fines mucho más nobles, complejos y enaltecedores. Prueba de ello es la filmografía de muchísimos cineastas que, a lo largo de sus respectivas carreras, se han puesto al servicio de ambas causas mostrando una imagen profesional marcada por el eclecticismo.

Precisamente ahí es donde reside la gran contradicción o el pecado original, si se prefiere, que arrastra la industria del ramo en su afán por satisfacer la variedad de preferencias que ofrecen los destinatarios de esta mítica dream factory que tanta adicción ha generado, y genera, en el mundo entero desde su puesta en funcionamiento.

Sirva esta breve introducción para subrayar el zigzagueante recorrido profesional que caracteriza al cineasta que hoy ocupa nuestra atención, provocada tras su reciente fallecimiento a los 96 años.

Sobre el papel que ha representado la obra de Norman Jewison (Toronto, 1926/Los Ángeles, 2024) en el desarrollo del cine estadounidense existen opiniones para todos los gustos. Hay quienes afirman -y este comentarista lo comparte plenamente- que se trata, en resumidas cuentas, de un acreditado artesano capaz de llevar a buen puerto proyectos la mar de comprometidos en el ámbito de la lucha antirracista como lo fueron, pongamos por caso, En el calor de la noche (In the Heat of the Night, 1967), protagonizada por Sidney Poitier y Rod Steiger e Historia de un soldado (A Soldier´s Story, 1984), junto a un joven y prometedor Denzel Washington, o suplantar en el último momento al mismísimo Sam Peckinpah en la dirección de El rey del juego (The Cincinnati Kid, 1965), un acerado retrato del mundo del póker que, además, le sirvió a Steve McQueen, su protagonista, para reforzar su presencia entre la joven generación de intérpretes que descollaba en aquellos años en la órbita hollywoodiense.

A través del extraordinario duelo interpretativo que protagonizan Jane Fonda, Anne Bancroft y Meg Tilly, en Agnes de Dios (Agnes of God, 1985), Jewison demuestra también su enorme destreza para surcar con buen rumbo las turbulentas aguas del melodrama, adaptando la pieza teatral homónima de John Pielmeier en compañía del gran Sven Nykvist en la dirección de fotografía y de una espléndida banda sonora a cargo del maestro francés Georges Deleure.

Sidney Poitier en una escena ‘En el calor de la noche’ (’In the Heat of the Night’, 1967).

Sidney Poitier en una escena ‘En el calor de la noche’ (’In the Heat of the Night’, 1967). / E. D.

Pero al propio tiempo plasmaría su firma en asfixiantes comedias de situación con estrellas de escaso brillo, como Soltero en apuros (40 Pounds of Trouble, 1963), No me mandes flores (Send Me No Flowers, 1964) o en ambiciosas superproducciones musicales, como El violinista en el tejado (Fiddler on the Roof, 1971) o Jesucristo Superstar (Jesus Christ Superstar, 1973), donde prevalecían más las urgencias comerciales por trasladar a la pantalla dos grandes éxitos de Broadway que por ahondar en temáticas de tanto calado como la vida de Jesús de Nazaret a la sombra del movimiento contracultural de los setenta o el retrato de la Rusia prerrevolucionaria en el contexto de una comunidad judía en la vieja Ucrania, dos megaproducciones de enorme repercusión taquillera que, sin embargo, no lograron superar el inexorable paso del tiempo.

En Rollerball, un futuro próximo (Rollerball, 1975), inspirada en un absorbente aunque esquemático guion de William Harrison, Jewison nos traslada al mundo del futuro a través de un deporte de violencia extrema capaz de cortar la respiración del espectador más resistente. Pese a su esmerada realización, y a la solvente actuación de actores de la talla de James Caan, John Houseman y Ralph Richardson, la película caería muy pronto en el olvido.

No obstante, y en medio de semejante escenario, Jewison logró remontar su vuelo artístico dirigiendo trabajos que, pese a su adhesión, en algunos casos, a algunas de las modas más estereotipadas del momento, supo calar hondo en el entorno de la crítica al tiempo que contaban siempre con la aquiescencia del gran público.

¡Que vienen los rusos! (The Russians Are Coming, the Russians are Coming, 1964), una sátira explosiva sobre la «invasión» de un submarino soviético a la costa de los Estados Unidos en plena Guerra Fría, a cuya inobjetable puesta en escena se le suma un lujoso reparto encabezado por Alan Arkin, Eva Marie Saint, Brian Keith y Carl Reiner, es, junto a Hechizo de luna (Moonstruck, 1987), otra comedia en estado de gracia, protagonizada por Cher, Nicolas Cage y Olympia Dukakis, y, sobre todo, la sofisticada e inclasificable El caso Thomas Crown (The Thomas Crown Affair, 1968), con Steve McQueen y Faye Dunaway en los roles estelares, constituyen, sin duda, los hitos más incontestables de toda su filmografía, demostrando que, con los mimbres adecuados, Jewison era capaz de alcanzar enormes cotas de creatividad cinematográfica.

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