AMALGAMA
Teresa Giménez Barbat

Teresa Giménez Barbat
El último libro de Teresa Giménez Barbat, antropóloga evolutiva y expolítica, se llama Contra el Feminismo (Pinolia, 2023). Como librepensadora, nada tan fácilmente por su hilo argumental porque el cúmulo de despropósitos por parte del feminismo radical y la cultura queer es tan palmario que le ha facilitado la labor. Primero aclara que podía haberlo titulado Feminismo liberal, pero, en Europa, liberal ya suena a derechas: «¿El sensato punto central está entre las razones de los nazis y de los judíos? ¿Entre la voluntad del violador y la negativa de la víctima? ¿El centro es dejarlo en ni para ti ni para mí, la puntita solo? Ser liberal para mí es precisamente descartar el eje izquierda-derecha como única línea». Propone desafiar etiquetas, dejar de andar pisando huevos, dejar de ir siempre con la excusa por delante, pues el feminismo, dice Giménez Barbat, «ha mutado» y «hay que huir de él como de la peste porque es una ideología pseudorreligiosa, y ha degenerado tanto que le hace más daño que otra cosa a la sociedad». Advierte que no quiere formar parte de ese club, y pone como ejemplo un porqué: cuando la socialista Carmen Calvo, sobre si el feminismo es de todas, contestaba el 15 de julio de 2019: «No bonita, nos lo hemos currado los socialistas».
Teresa Giménez hace un largo y completo recorrido, pero entre los filósofos y filósofas advierte de que los postestructuralistas influenciados por los filósofos franceses muestran una característica destacable «que es su ignorancia deliberada del funcionamiento de la ciencia». Nos recuerda el falsacionismo de Karl Popper e ilustra la infalsabilidad que expulsa del perímetro de la ciencia al feminismo que dice que alguien dice que es una mujer en el cuerpo de un hombre: «como no pretende ser literal (no está diciendo que tiene un hembrúnculo en el neocórtex, que se podría descubrir con un escáner) y plantea el hecho de ser mujer u hombre como una especie de alma que circula, indetectable por la tecnología actual, es infalsable». La psicología evolucionista es la que explica que, por más que el feminismo de la liberación sexual diga que los celos son antiguallas «te mosqueas lo mismo cuando tu chico le mira el escote a la camarera», lo cual muestra Teresa Giménez como una anécdota de broma, pero está sustentado en las bases de la teoría evolutiva, la misma que, hasta ahora, no ha encontrado otra explicación a que las mujeres prefieran al hombre conquistador y dominante al tener más medios para sacar adelante a la prole: «las mujeres manifiestan más interés por las parejas que ganen dinero y los hombres por el atractivo físico. Con mala idea, la psicóloga cognitiva Nancy Etcoff asegura que cualquier hombre con 42 millones de dólares se parece a Clarck Gable». Llama la atención a que si la evolución desde el estatus de cazadores recolectores de los humanos hasta hoy se representara en una hora hoy día se ha planteado un desajuste entre la evolución biológica y la cultural en los últimos 16 segundos (tesis del antropólogo Mark van Vugt), de forma que una idea se puede propagar instantáneamente a nivel mundial, aunque un cambio genético tarda cientos de miles de años en hacerlo en el cuerpo humano. Teresa Giménez arranca desde la tabula rasa de John Locke, que propició, desde 1690, la denominación y conceptualización de los comportamientos humanos como procedentes del medioambiente, hasta llegar a la afirmación actual de que la orientación sexual, el patriarcado o la xenofobia son roles sociales, no biológicos.
El camino de la antropología evolucionista, dice Teresa Giménez, no gusta a la derecha porque ataca la religión y el conservadurismo prejuicioso, y no gusta a la izquierda porque ataca los conceptos de clase, capitalismo y patriarcado. Giménez se decanta por el concepto de biorregulación de Damasio, que genera incluso la «ética», y propone que el marxismo, la religión, o el actual feminismo radical, son sistemas o cosmovisiones que entran en conflicto con los mecanismos de regulación vital y, por tanto, condenados al fracaso. Giménez recuerda a Chesterton que observaba que lo malo de que los humanos dejen de creer en Dios no es que no crean en nada, sino que creen en todo. Pues, efectivamente, la creencia es una pulsión inevitable en el ser humano. Un ejemplo apabullante es el de la cruzada trans, dice Giménez, citando a Marina Pibernat en su Crítica feminista a la penetración de las ideas transgeneristas en la educación (2022) donde explica que son lo más parecido a las creencias religiosas, que atacan a la ciencia y al empirismo.
Un capítulo muy a tener en cuenta es el de la locura de masas para explicar este tipo de feminismo radical y queer, apoyándose en Charles MacKey, en los ejemplos de las cazas de brujas de 1500 a 1700, o las epidemias de pinchazos en las discotecas de 2022, o el arrebato independentista de Cataluña en 2017, o los miles de casos de memoria recuperada en EEUU con falsos recuerdos de abuso sexual.
Los puntos que toca Giménez son innumerables y reveladores, cita a Simone de Beauvoir, culpable del eslogan, en 1949, «No se nace mujer: se llega a serlo» (en El segundo sexo), apoyándose en las tesis de su compañero Sartre, lo cual hace a la feminista Lidia Falcón, después del desastre montado, contradecir: «El género no existe. En realidad, es una clasificación: el género de punto, el género lírico, el género dramático. Pero el término de género del que hablamos lo inventaron unas americanas y entró en España con la fuerza que tiene gracias a las papanatas universitarias. Hay un cierto cretinismo universitario». Se refiere sobre todo a la escuela de Judith Butler.
Arrambla Teresa Giménez luego por la filósofa Beatriz Preciado, ahora filósofo Paul Preciado, y su defensa del ano como «centro transitorio de un trabajo de deconstrucción contrasexual», y cita a Tonje Gjevjon o a la doctora Helen Joyce, que explican que el interés de muchos trans es tener una mujer dentro para la realización de su disfrute sexual, lo que «no casa bien con el discurso de victimización». Con la muestra de las estadísticas en la que 2.397.836 denuncias de agresión sexual masculina han terminado en 177.745 condenas después de juicios adversariales (un 7,41 por cien), y otras más cáusticas aún, Teresa Giménez termina exponiendo el caso de Lindsay, Boghossian y Pluckrose, que repitieron el famoso experimento de Alain Sokal en los años 90, siendo que, en 2017 y 2018, Lindsay et alia enviaron varios textos sobre feminismo que fueron admitidos y publicados en revistas de ciencias sociales revisadas por pares sobre temática social, siendo uno de los artículos, falsos, el de «el pene conceptual como constructo social», cuya autora, Helen Wilson, ni siquiera existía.
Un libro, el de Giménez, para tener en la biblioteca como referencial, hasta que pase esta locura de masas.
- Un municipio de Tenerife adopta medidas drásticas por la emergencia hídrica: prohibido utilizar el agua para llenar piscinas y lavar vehículos
- Conducción temeraria en Canarias: dos jóvenes convierten las carreteras en circuitos de carreras
- Gara Lorenzo: 'Compañeros que han hecho también la Transvulcania dicen que salir de enano es peor
- Un barrio de Tenerife tira el 'txupinazo' y celebra su propio encierro de toros por San Fermín
- Nieves y Jose, un amor con la magia de la Bajada de La Palma
- Grave un joven motorista por una caída en una peligrosa carretera en Tenerife
- Tenerife, prepárate: Solo quedan 6 días para vivir el festival más impresionante del año
- Soluciones al puerto más saturado de Canarias: Los Cristianos tendrá nueva terminal, más aparcamientos y acceso soterrado