Del boceto a la escultura

Puerto de la Cruz acoge una ambiciosa muestra con obra de María Belén Morales en la que el público puede descubrir el proceso de creación de la artista

Patricia Ginovés

Patricia Ginovés

‘María Belén Morales: Laboratorio itinerante de formas’ es una de las mejores maneras de acercarse a la obra y al proceso creativo de la artista tinerfeña. La muestra se podrá visita hasta el próximo 15 de noviembre en Puerto de la Cruz, en dos sedes que han ampliado su horario de visita para esta ocasión.

Se cumplen tres décadas desde que la pintora y escultora tinerfeña María Belén Morales viajara a Andalucía y afrontara una década que marcó su producción artística para siempre. Entre 1990 y el año 2000, la creadora trabajó a caballo entre Tenerife y Córdoba y de ahí surgió la producción artística que ahora se puede disfrutar en la exposición María Belén Morales: Laboratorio itinerante de formas. Córdoba–Tenerife, 1999–2000 en las sedes del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias y en el Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdahl de Puerto de la Cruz. El director de este último espacio, Celestino Hernández, y el propio hijo de la artista, Federico Castro Morales, comisarían esta exposición que tiene su primera parada en Tenerife pero que luego viajará por la Península y, esperan, por el extranjero.

Un centenar de obras repasan, no solo la producción de la escultura durante esta década final del siglo XX, sino también parte del proceso creativo de Morales y cómo proyectó muchas de las piezas, algunas de las cuales nunca llegaron a construirse. De todas ellas, tres cuartas partes son obras inéditas. Además de escultura, la expresión artística por la que es más conocida Morales, esta exposición también cuanta con dibujos, bocetos y maquetas que muestran el trabajo de desarrollo de la creadora. 

Los encargados de la muestra destacan su importancia «para la gente joven, ya que nos encontramos ante una producción actual, a pesar de que hayan pasado 30 años desde que se creó». El hijo de Morales rememora aquel viaje de su madre, que se produjo cuando él mismo era profesor de la Universidad de Córdoba. A lo largo de aquella década, la artista no solo dio forma a una producción totalmente novedosa que completa su carrera artística, sino que además se encargó de fomentar la vida cultural andaluza y llego a protagonizar siete exposiciones individuales allí durante ese tiempo.

«Para todo artista canario, salir de las Islas es un reto enorme», resume Celestino Hernández, quien destaca el cambio que experimentó la obra de Morales tras aquel viaje: «Cuando llegó a Andalucía se encontró con un territorio prácticamente plano, cuando ella estaba acostumbrada a la imagen quebrada de su isla». Así, hasta la luz de estas piezas es diferente a lo que la creadora tenía acostumbrado a su público hasta el momento.

Federico Castro Morales pudo seguir muy de cerca la trayectoria artística de su madre y eso le permite asegurar que en el momento en el que la artista viajó a Andalucía estaba centrada en «una abstracción organizada, pero la experiencia de los vuelos y el territorio fragmentado por los invernaderos y los cultivos le influyó mucho y eso hizo que comenzara a reflexionar sobre el paisaje». De este modo, la influencia de la naturaleza se convierte en una constante en la obra de Morales: «Fue pionera de la abstracción en el año 1962, que fue cuando se mudó a Tacoronte, donde recibió la influencia del barranco de Guayonge. En la década de 1990 le sucedió algo parecido con esa otra imagen de los campos andaluces».

Su hijo va más allá y añade que es en Córdoba donde la artista alcanza la abstracción completa, en «un momento muy pictórico de su carrera», en el que trabaja con sombras reales que proyectan los papeles empleados y que se unen a otras que la propia autora dibuja para engañar la mirada del público. «Demuestra un gran dominio del iluminismo tradicional de la escultura», concluye su hijo.

Más allá de una exposición, esta iniciativa recibe el nombre de laboratorio porque aborda el proceso que realiza el artista para crear una obra de arte y que normalmente queda fuera del ojo del espectador. «Es precisamente en ese momento en el que el escultor se encuentra más en contacto con la pieza», asegura Hernández quien pone en valor que María Belén Morales logró, con cartulinas, papeles, con el collage y los montajes, desarrollar su nueva línea de trabajo que, no obstante, dejaba entrever las influencias de toda su vida, a través de las vanguardias de la década de 1920 y el cubismo.