Durante los años que vivimos en Berlín llegó a convertirse en un ritual la visita a la reconstrucción del fascinante espacio Proun de El Lissitzky que la Berlinische Galerie, junto a otras piezas clave de las primeras vanguardias, alberga en una de sus salas. La que se considera obra inaugural del arte instalativo contiene escasos elementos de color: te envuelve en un predominante blanco y negro geométrico que recuerda también las fotos que nos llegaron de la instalación original, siempre en escala de grises y con un exceso de grano que ensucia la pureza de las formas y te sitúa en la turbulenta época que la vio nacer. La imponente instalación pictórica que ahora nos presenta el tinerfeño Ubay Murillo en la Fundación Canaria para el Desarrollo de la Pintura, en Las Palmas de Gran Canaria, comparte estas propiedades con el histórico Proun para trasladarnos, desde el presente, al sabor agridulce de las vanguardias históricas, a su belleza decadente y sus sueños incumplidos.
Murillo, residente en Berlín desde 2006, nos propone una instalación de pintura expandida que vincula el display artístico (la exposición) con el display comercial (el escaparate). Como se sabe, Marcel Duchamp no fue ajeno a la práctica del escaparatismo. Hoy, Murillo se sirve del ready-made duchampiano para combinar piezas de vajillas de la RDA con materiales cortados geométricamente. Murillo construye así su espacio Proun para guiarnos a través de líneas de fuerza: juegos de fondo y forma inscritos en el lienzo que continúan en la pintura mural y se prolongan en disposiciones objetuales. Un entramado compositivo que tiene como fundamento, eso sí, la práctica militante de la pintura, de la que el tinerfeño es, sin lugar a dudas, uno de sus maestros contemporáneos.
La pintura de Murillo de los años previos a la gran crisis, que Miguel Cereceda calificó de pintura galante, era ya un ejercicio de elegante decadencia. Murillo pintaba el lujo democratizado de los hoteles, campos de golf y spas canarios, pero introduciendo allí el drama, el hastío, la depresión. Aquella pintura de luz, vivos colores y cuerpos al sol, dio paso a un trabajo en blanco y negro con cuerpos distorsionados, mucho más difícil de ver y nada complaciente con el mercado. El punto de inflexión para este arriesgado cambio vital y creativo fue la crisis financiera del 2008, que llevaría al pintor berlinés de raíz canaria a pintar «tormentos chic», troceando y retorciendo cuerpos especulares que emergían de las revistas de moda. La obra de Murillo, a partir de ese momento, solo puede verse bajo el prisma del trauma: consumo, ansiedad, tecnología y desgarro como base de la i-representación pictórica.

«No se trata de que la realidad entrara en nuestra imagen: la imagen entró y rompió en pedazos nuestra realidad» escribía Zizek en Bienvenidos al desierto de lo real (Akal, 2002) refiriéndose al impacto traumático del 11-S. Lacan caracterizaba «lo real» como aquello que no podemos pensar, imaginar o representar, es decir, lo inconceptualizable, lo irrepresentable o, si queremos llevarlo a nuestro terreno, aquello que no se puede pintar. Ese real que, para Zizek, había vuelto a través de la imagen espectacular en la postmodernidad, estaría extinguiéndose hoy, según Éric Sadin. En La inteligencia artificial o el desafío del siglo (Caja Negra, 2018), Sadín asegura que lo real expira porque hemos llegado a «secuenciarlo». Lo real, «fuente de todas nuestras dificultades, nuestros riesgos, conflictos, encuentros fortuitos, penas y alegrías» está en peligro de extinción. Por medio de la inteligencia artificial estamos construyendo un mundo sin riesgos, confortable y asistido, que según Sadin nos hará inútiles. Por eso el filósofo francés, en su lucha contra el antihumanismo tecnoliberal, insiste en que, «en nombre de todas estas palpitaciones que nos atan totalmente con la vida», lo real debe ser ferozmente defendido. No sabemos si Sadín tiene razón, quizá su postura tecnofóbica nos recuerde demasiado a la oposición de Sócrates frente a la escritura (como embrutecedora de las mentes), lo que que sí sabemos es que el intento de Murillo de representar lo irrepresentable nos está dejando bellas muestras de humanidad, de una humanidad que hoy parece demandar una revolución a través de los cuerpos. O partes de cuerpos.
En Cuerpo y espacio (Areces, 2010), el antropólogo Velasco Maíllo explica que «el reconocimiento de las partes del cuerpo está ligado a la percepción de diferencias entre sexos que sin embargo coexiste con el reconocimiento de la condición de IN-DIVIDUO». Lo que podría ser visto como una primaria definición del ser humano: «el NO-DIVIDUO, aunque compuesto de partes». Un reconocimiento que, bajo el imperio de la visualidad, Lacan vincula a la imagen. Solo cuando un niño o una niña se reconoce por primera vez en el espejo se produce la identificación con su imagen. Ya no ve sólo partes de su cuerpo, sino la totalidad. Sin embargo, el gozo de esta identificación dura tan solo un instante, ya que se reconoce y se desconoce casi al mismo tiempo: lo que reconoce es meramente una imagen. Esa completud que observa es solo una ilusión, una figura imaginaria de no fragmentación, engañosa. El estadio del espejo de Lacan implica, por tanto, una experiencia de división o escisión del sujeto.
En los lienzos de Murillo las figuras aparecen como meras partes, como si nos miráramos al espejo y siguiéramos viendo tan solo fragmentos. Espejos de lino donde las partes del cuerpo se confunden con retales de seda y jirones geométricos, con texturas simuladas y marcas de brocha y pincel. Cuerpos entre escombros, como el Tetsuo, amasijo de trozos tecnológicos y carne humana. Un cadáver vivo, tecno-chic, elegante y triste, sublime.
Your Body is My Body es un tema de Ellen Allien, figura clave en la escena de la música electrónica berlinesa, que Murillo toma prestado para dar título a su montaje de pintura expandida. Un tema tecno-mínimal que discurre a ritmo de paso marcial y que bien podría constituir la banda sonora de la muestra. El título, sin duda, también evocaría aquel Your Body Is a Battleground de Barbara Kruger. Concepto que parece tomar al pie de la letra Paul B. Preciado, filósofo de cabecera para Murillo, cuando declara: «Nuestro cuerpo es un espacio de transformación social y política. Un espacio de lucha». Preciado insta a llevar a cabo una nueva revolución, a través del hackeo de los cuerpos. Los movimientos futuros de Ubay Murillo se atisban al ritmo de esta revolución transfeminista, amenazada hoy por la nueva contraofensiva de la ultraderecha que asola Europa y el mundo.
* PSJYM es el equipo formado por Pablo San José y Cynthia Viera