AMALGAMA

El presidente y el sabio

El presidente  y el sabio

El presidente y el sabio / juan ezequiel morales

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Antes de que sobrevengan las siguientes elecciones me he sentado a departir con el presidente de una comunidad, una vez que las recuas de semovientes, acostumbrados a hacer so y arre a la vez, han sido removidas y enviadas a sus Orcas Caudinas. El mandatario me contó un cuento chino. Observaba desde hace tiempo a sus conciudadanos, y contemplaba a los transportistas laborando con sus vehículos, a los agentes policiales patrullando, a los jardineros cuidando de los parques, observaba el mercado y se percataba de las interacciones de los comerciantes con sus clientes, se daba cuenta de quiénes obtenían beneficios y de quiénes sufrían pérdidas, y luego prestaba atención al ocaso a cómo los encargados de limpieza dejaban el lugar impecable. Posteriormente, los ciudadanos acudían para expresarle que no podían cumplir con sus obligaciones tributarias, debido a que unos eran indigentes, otros inválidos, y ocurría lo mismo cuando surgían disputas entre pueblos, y el presidente impartía acciones lo más equitativas posibles, a su modo de ver y manera.

El presidente  y el sabio

El presidente y el sabio / juan ezequiel morales

Un día le resultaron insoportables todas esas observaciones y ni sus subordinados ni sus consejeros ni las adivinas de la localidad le resultaban aptos para interrogarles al respecto, ya que todos estaban igualmente sorprendidos por ese vaivén natural de las circunstancias. Así que, me relató, llamó a un viejo y sabio profesor que había conocido en su época de estudios. Y le preguntó: «¿Por qué algunos han nacido en armonía y otros desfigurados, por qué algunos son eruditos y otros ignorantes, por qué unos son mercaderes y otros artistas, por qué algunos no buscan mejorar su existencia, por qué unos son más vigorosos que otros, por qué unos son pobres y otros acaudalados, por qué unos pierden la vida en plena juventud y otros alcanzan los cien años sin apenas poder caminar?». El viejo profesor le respondió: «Contempla tu jardín, observa la encina en la grandeza de sus años, el rosal tan encantador y juvenil, observa las flores y las plantas, algunas son fuertes y otras débiles, algunas viven muchos años y otras solo una estación, algunas tienen flores incompletas, ciertos árboles no pueden crecer, privados del sol por los árboles grandes que los rodean. ¿Por qué no indagas acerca de los árboles, las plantas o las flores, y qué ocurre con los animales, por qué el conejo no posee la fuerza del caballo, por qué el tigre no tiene la lealtad del perro, por qué el águila vuela con destreza en los cielos mientras que las golondrinas parecen tan frágiles? ¿No parece injusto que ciertos seres vivos sean águilas y otras golondrinas, algunos sean hierba y otras encinas? ¿No es todo eso extremadamente injusto?». El presidente se declaró más perplejo que antes.

El viejo profesor condujo al mandatario al valle, le explicó cómo el valle había sido arrasado por una inmensa ola de cuarenta metros de altura, un tsunami ocurrido hace cuatrocientos mil años, que había destruido todo en aquel lugar que ahora era tan fértil. Le dijo al presidente que cada ciclo del tiempo es un ciclo que requiere la contribución energética de los seres humanos, que nacen incapaces de alimentarse y mueren de igual manera. Plantas, flores, animales y seres humanos viven siguiendo los ciclos de la naturaleza. El respetable profesor manifestó al presidente: «Comprende, presidente, que tu barrendero es como una semilla, una joven energía que quizás en otro tiempo fuera un ser distinto, un árbol con ramas poderosas, pero por ahora no puedes esperar que sea de otra manera distinta a como es en realidad. Una parte fundamental de la sabiduría y del conocimiento consiste en no tratar de transformar a las personas en lo que no son, sino en aceptar lo que son. ¿Arrancas acaso del jardín todas las plantas que no son encinas? No. Buscas la armonía entre la hierba, las flores, los arbustos y los árboles, alimentas a tus rosas, pero ¿les dices que las alimentas para que vivan tanto como la encina? Las rosas no desean ser encinas, desean ser rosas. ¿Por qué, entonces, pretendemos que los seres humanos sean algo diferente a lo que son?».

El venerable profesor le indicó que, si consideraba el conjunto de la situación, debía comprender que no tenía que preocuparse por alimentar a sus conciudadanos, y aunque pudiera actuar para que la comida estuviera al alcance de todos eso no era suficiente, pues para hacer lo correcto los ciudadanos deben aprender a alimentarse, y eso es asunto suyo. Cualquier civilización que comienza a alimentar a la gente pensando que son incapaces de cuidarse por sí mismos está destinada al fracaso, todo ser humano que no puede cuidar de sí mismo empieza a perecer, todo animal que no puede valerse por sí mismo se convierte en presa de otro animal, toda planta que carece de fuerza para alcanzar el sol y el agua retorna a la tierra de donde ha surgido.

El presidente preguntó qué ayuda tenía en comprender eso si acababan de suceder grandes erupciones volcánicas en el oeste y muchas personas habían perdido sus hogares y los sobrevivientes pedían alimentos. El respetable profesor le dijo: «¿Te has cuestionado, presidente, por qué esas personas viven tan cerca de las áreas volcánicas, y por qué no intentan adaptarse a la naturaleza en lugar de desafiarla? Las fuerzas naturales son como millones de soldados armados, no hay manera de contenerlas», y continuó: «Enséñales a vivir con la naturaleza, explícales que si luchan contra ella deben aceptar las consecuencias, no debes lamentarte por la persona que ha perdido su hogar en un terremoto, tormenta, erupción o inundación. Ellos han elegido ese riesgo al vivir donde vivían, tú no puedes obligar a las personas a cambiar su vida. Cuando hay demasiadas malas hierbas y no hay suficientes encinas, cuando hay más golondrinas que águilas, más ratas que tigres, se produce un desequilibrio que origina una renovación de la situación mediante el juego de las fuerzas naturales. Nada muere, ciertas formas de vida desaparecen y son reemplazadas por otras, pero ese espíritu vital que hay en cada una de ellas jamás muere». El presidente, comprensiblemente, perdió las elecciones. Pero ¿tenía razón?