El enigma Arnolfini

Jean-Philippe Postel indaga en el retrato de Van Eyck, una de las pinturas más misteriosas de la historia del arte

‘Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa’ (Jan Van Eyck).

‘Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa’ (Jan Van Eyck). / "Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa", de Jan Van Eyck.

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

Este es un pequeño libro que invita a observar los detalles de un gran cuadro enigmático. El matrimonio Arnolfini, representado en una habitación, entraña uno de los misterios más famosos de la historia del arte, objeto de múltiples investigaciones y cientos de conjeturas. La pintura se atribuye por la firma bastante visible a Jan Van Eyck, pintor flamenco cuya vida ya de por sí fue bastante misteriosa. Empezando porque se tiene constancia de la fecha en que murió, 1441, pero se desconoce la de su nacimiento.

El cuadro, que se conserva desde 1843 en la National Gallery de Londres, una tabla de menos de un metro de altura, representa a un hombre y a una mujer embarazada, cogidos de la mano, de pie, en una estancia de una casa burguesa del siglo XV. En él los detalles se prodigan: un espejo que refleja la habitación, un perrito que no se plasma en el espejo, una extraña inscripción en la pared, chanclas y zuecos dispersos por el suelo… Son pistas enigmáticas que el pintor habría diseminado deliberadamente para obligarnos a mirar, reflexionar e investigar sobre las intenciones ocultas de la obra.

Jean-Philippe Postel (París, 1951), autor del libro que ahora publica Acantilado con el título El affaire Arnolfini, se encarga de identificar esas pistas, desechar tesis falsas y dilucidar el secreto ante los ojos asombrados de los lectores, hasta la revelación final. Las preguntas acerca de esta pintura han sido y siguen siendo muchas. ¿Existieron los Arnolfini? ¿Es un autorretrato del propio pintor y su esposa? ¿Qué vínculo une a los retratados? Postel, médico generalista durante una larga vida laboral, aplica métodos de observación clínica para intentar responder a las cuestiones planteadas por el cuadro que Jan van Eyck pintó siete años supuestamente antes de morir. Con la ayuda de documentos de la época y de comparaciones con los lienzos reconocidos del artista flamenco que concluyó El cordero místico (1432), una de las obras más celestiales que existen, además del estudio de los símbolos, Postel nos invita a mirar la pintura de otra manera. Su interpretación es un ejercicio de lógica implacable y la lectura nos devuelve el suspense de un relato de detectives. Uno, cuando termina de leer el libro, la pregunta que se hace es si su autor habrá sido capaz de resolver este misterio multicentenario. Si no es así, de lo que no cabe la menor duda es de que ha logrado introducir en su placentera escritura los mecanismos que ayudan a observar una obra de arte para comprenderla de la mejor manera.

El hombre y la mujer no se miran. Él tiene una mano en el aire, en actitud de juramento. En la otra se posa levemente una mano de ella. Por delante de la pareja hay un grifón belga diminuto cuyo reflejo no se encuentra en el espejo en la parte inferior de la decoración de la estancia. Postel cuenta que no hay ojo infalible y que incluso mirando bien, a veces vemos las cosas distintas a como en realidad son. «Es como si Van Eyck. al mismo tiempo que nos muestra a un hombre, a una mujer y a un perrito, nos confesase al oído que aquello que ha pintado no tiene nada que ver con lo que creemos estar viendo». Puede que se trate de una soledad fantasmagórica. La mujer de verde está muerta, salió del Purgatorio por un momento: su mano tendida quema la del viudo. La dama, por tanto, no estaría embarazada como aparenta: el vuelo de su vestido de cola es simplemente una moda del siglo XV que se puede encontrar en el traje femenino nacional coreano, el hanbok. Van Eyck sigue siendo el maestro absoluto del detalle y esta pintura suya se ha considerado un acertijo. María de Hungría la hizo cerrar detrás de persianas con candado, señal de un secreto a ocultar. A partir de 1516, el personaje masculino se llama Hernoul-le-Fin. Por asonancia, los historiadores lo convirtieron en Arnolfini. Es el mismo Giovanni Arnolfini del retrato de Van Eyck, que carece de fecha y según se ha dicho guarda parecido con el propio pintor. Pero de llamarse Giovanni, presumiblemente sería miembro de una de las muchas familias italianas que comerciaban en Brujas, en cuyo puerto entraban hacia 1430 hasta cien barcos al día. En un juego de construcción y adivinanza donde todo sigue siendo indemostrable, existe incluso la posibilidad de que las suposiciones iniciales más lógicas sean también incorrectas. A riesgo de caer en una interpretación excesiva, el juego tampoco es nuevo en sí mismo, ya que muchas obras de ese tiempo se prestan a elaboradas conjeturas, pero en cambio sí resulta novedosa, interesante y seductora la forma de jugarlo por parte de Jean-Philippe Postel.