No se puede apagar el mar

La novela ‘Océano mar’, del italiano Alessandro Baricco,

cumple 30 años de travesía y eternidad

El óleo ‘El caminante sobre un mar de nubes’, del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. | | EL DÍA

El óleo ‘El caminante sobre un mar de nubes’, del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich. | | EL DÍA / Nora Navarro

El mar no envejece. Las agujas del viento giran sus remolinos y renuevan sus aguas en la espalda del tiempo. Así lo manifestó Heráclito y su filosofía sedimentaba en el aire antes de chocar contra la roca y volver a la orilla entre fragmentos de arrecifes y corales. Y quien escucha el pulso del mar como la reverberación de la vida también podrá leer en las charcas de la marea en la costa, donde se miran las nubes y los rostros, la historia de todas las historias que acontecen en el espejo de las olas.

La arena de la literatura está surcada de huellas de relatos y novelas marineras, algunas con la impronta monumental de una ballena blanca o con la forma de las islas del tesoro de la infancia, pero hubo una novela que quiso llegar al fondo del mar con todas sus posibilidades poéticas. Su título es Océano mar, del escritor italiano Alessandro Baricco (1993), de cuya publicación se cumplen 30 años de travesía y eternidad. Se trata de una novela más bien corta, líquida, como una bahía o un amanecer, pero de la que se regresa con la energía serena que brinda un baño en la playa.

Para empezar, su mismo título encierra el naufragio de nombrar lo inefable, ya que «océano» remite a la inmensidad y «mar» se refiere a la abundancia. Un título como un epíteto o un pleonasmo que abre las páginas a una crónica de la enormidad que solo puede navegarse con metáforas.

El mar no envejece ni se puede dividir, aunque la Tierra fraccione sus continentes a partir de cinco océanos. En su caos, Océano mar se articula en tres libros dentro de uno, aunque el conjunto constituye una narración polifónica y plural, que entreteje distintas historias alrededor del mar o, más bien, de la llamada del mar. «Sobre todo, el mar llama. Es lo único que hace, en el fondo, llamar. (...). Sin explicar nada, sin decirte dónde, habrá siempre un mar que te llamará», reza uno de sus pasajes.

El mar borra

Sin embargo, el mar también volatiliza y arrebata, como si su latido permanente fuera a un tiempo una alegoría de lo efímero, como nuestros nombres escritos en la arena. «El mar borra por la noche. La marea esconde. Es como si no hubiera pasado nunca nadie. Es como si no hubiéramos existido nunca. Si hay un lugar en el mundo en el que puedes pensar que no eres nada, ese lugar está aquí. Ya no es tierra, todavía no es mar. No es vida falsa, no es vida verdadera. Es tiempo. Tiempo que pasa. Y basta».

A veces cristalino, a veces nebuloso, el estilo de Baricco se desenvuelve en una atmósfera de ensueño, como ya plasmara en Tierras de cristal y después en Seda, con una intención experimental de cumbres líricas, cuya narración discurre como un poema largo. En Océano mar, sus personajes levitan por las páginas como una brisa de salitre, cuyos caminos se concretan en la Posada Almayer, que enmarca el denominado Libro primero.

En este no-lugar de encuentro, Plasson, un ambicioso pintor, se propone pintar un retrato del mar, pero necesita encontrar dónde comienza y en qué instante se detiene: «El problema es: ¿dónde narices están los ojos del mar?», suspira. En sus antípodas, el exprofesor Bartleboom acomete una investigación enciclopédica para hallar los límites del mar, que son los límites de la Tierra o quizás los de nosotros mismos.

Por su parte, la joven Elisewin se encomienda al mar para salvarse de la muerte, mientras que Adams encarna la ruta desesperada y mortífera a otros mares, el descenso a las tripas del abismo o «el vientre del mar», que describe hasta la asfixia el Libro segundo. El océano mar como tumba, balsa y supervivencia; el océano mar como despertar, horizonte y equilibrio.

«¿A qué nos referimos cuando decimos mar? ¿Nos referimos al inmenso monstruo capaz de devorar cualquier cosa o esa ola que espuma en torno a nuestros pies? ¿Al agua que te cabe en el cuenco de la mano o al abismo que nadie puede ver? ¿Lo decimos todo con una sola palabra o con una sola palabra lo ocultamos todo? Estoy aquí, a un paso del mar, y ni siquiera soy capaz de comprender dónde está él. El mar. El mar. Hoy he conocido a una mujer bellísima. Pero no debéis estar celosa», recoge una de las cartas de los cuartos de Almayer.

El imaginario colectivo suele vincular la literatura de mar a la narrativa épica o de aventuras en la estela del Moby Dick, de Herman Melville; a los ensayos marítimos que inspiran las vivencias propias de Joseph Conrad; al viejo pescador cubano que sacralizó Ernest Hemingway o los caminos hacia el faro de Virginia Woolf. En el contexto insular de Canarias, los versos acontecen, por ejemplo, «a la sombra del mar» que poetizó Manolo Padorno.

La flota narrativa es inmensa, abisal, trasciende fronteras y latitudes y además amanece siempre en pleamar, pues las nuevas olas se miran en mares más lejanos para que sus ecos más míticos resuenen y se filtren en sus costas. Pero lo cierto es que, bajo todas estas capas de agua y de palabras, las cuestiones que residen en el fondo de los mares literarios son las mismas que nos afligen en la tierra: la tempestad, la contracorriente, el hundimiento, el agua al cuello, nadar, flotar, la intemperie, el puerto, la orilla.

En las historias de Océano mar, cada personaje echa a volar su historia como hilos de cometa y recogen amarras en el Libro tercero. En el misterio que atesora cada nombre, un pensamiento en la soledad de la séptima habitación de Almayer nos recuerda el poder de las palabras y los otros como muelle de esperanza: «Hay que decir el mar». «Pero ¿A quién?». «No importa a quién. Lo importante es decirlo. Alguien lo escuchará». Y la línea más hermosa de todas, como un fulgor de eternidad en la hora más oscura: «No se puede apagar el mar cuando arde en la noche».