Entrevista

Manuel Gutiérrez Aragón, cineasta y escritor: "Las grandes historias parten de una única frase, como las películas parten de una imagen"

El director de cine sigue alimentando su prestigioso currículum literario con una colección de cuentos que se apuntalan sobre el suspense y el drama

Manuel Gutiérrez Aragón, el día de la entrevista en Madrid.

Manuel Gutiérrez Aragón, el día de la entrevista en Madrid. / José Luis Roca

Juan Cruz

En 'Oriente', este último libro de cuentos de Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, Cantabria, 1942), que también es cineasta, abunda una ironía que cae sobre los personajes con la fuerza de la casualidad: siempre da la impresión de que los relatos van a acabar como el rosario de la autora, pero el escritor, que fue, además, el autor de películas como 'Demonios en el jardín', no deja que caiga el telón en el momento en que se ejecuta el desastre sino, por decirlo así, un minuto antes. Así pues el suspense que mantiene en vilo al lector no remite a las costumbres del cine, de Luis Buñuel por ejemplo, sino a los códigos de la narrativa, al estilo del cuentista John Cheever. Es más, en uno de los relatos aparece un nadador como aquel que surca piscinas norteamericanas para ir de un lado al otro sin pisar la tierra. Esa evocación tiene aquí, en Gutiérrez Aragón, una raíz autobiográfica que no extrañaría que marcara todo este libro de relatos que ha sido publicado por Anagrama. La entrevista se hizo en su casa, donde el silencio parece su compañero de trabajo. El autor es académico de la Lengua.

Está en su libro ese ahogado que levanta el brazo y se hunde para siempre. Hay en el libro esa sensación de que, en silencio, todo está anunciando su final, su derrota.

Ese cuento es verídico. Un compañero de estudios, muy buen matemático, de familia humilde, murió ahogado ante nosotros, y esa es una imagen que me ha perseguido toda la vida. Un amigo muriéndose y yo no he podido hacer nada. Ese brazo en el aire agarrándose a la nada. Esa imagen me ha perseguido siempre. Y a lo mejor necesito contarlo para redimir aquella sensación de inutilidad ante la tragedia.

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Eso le produjo inseguridad, culpa…

Cuando no puedes hacer nada, tú te disculpas, pero siempre te queda un temor. Sabes que, si te hubieras tirado allí a salvarle, lo único que hubiera pasado es que os hubierais muerto los dos. Pero siempre te queda una sensación de culpa. ¿Hice todo lo posible?

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¿Y cuál es su convivencia con la culpa?

Me imagino que después de tantos años es llevadera. Por ejemplo, yo nunca me sentí comunista y sin embargo estuve muchos años en el Partido Comunista porque pensaba que tenía que expiar alguna culpa, y yo tenía que estar allí para ayudar a que viniera la democracia a España. Pero no tenía ningún sentido, yo no tenía ningún sentimiento marxista-leninista. ¿De qué viene eso? No lo sé.

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Hay mucho silencio en el libro. Es más, incluso cuando hay sonido, hay silencio. ¿Cómo concibe usted ese universo que convierte el libro, siendo de cuentos, en un cuento grande sobre el silencio y sobre la infancia?

De eso yo no era consciente. Sólo cuando ordené los cuentos. Creía que eran distintos y diversos, que no tenían que ver uno con otro. Cuando los ordené, me di cuenta de que todos trataban de alguna manera de la palabra. De la palabra y del relato. Y por supuesto, como tú dices, de los silencios. Pero porque los silencios también están en la música y están en el relato. Pero es cuando me di cuenta de que todos trataban sobre la manera de contar. Pero eso fue después. En realidad, cuando se da clase de cine, por ejemplo, tú no puedes poner todas las leyes cinematográficas para hacer una película, sino que te das cuenta después si se cumplen o no. Con el relato lo mismo.

En el cine los finales siempre los dejaba un poco suspendidos porque no sé dónde se pone el punto final, ni por qué. Tengo la sensación de que es algo convencional, de que se nota que la historia podría seguir"

Aquí las historias no se acaban. No hay finales, o acaso están pospuestos…

El final siempre es convencional. Durante mucho tiempo. Como el final convencional en el cine, a lo que yo me he dedicado toda mi vida. Un chico y una chica se encontraban y se unían y ahí se acababa. Realmente el drama empieza después, cuando el príncipe y la princesa se casan, tienen que gobernar y convivir juntos y hacer felices o infelices a sus súbditos y a su familia, concebir. Eso vale igual para todos. Curiosamente ahora la serie es otra cosa: tiene que continuar, no puede terminar con que un chico y una chica se encuentran. Ahora se ha instituido el adulterio para que aquello pueda continuar. En los relatos yo siempre he tenido la sensación abismal de que los acababa porque en alguna parte había que acabarlos. Pero que no, no es que se acababa allí. En el cine los finales siempre los dejaba un poco suspendidos porque yo no sé dónde se pone el punto final, ni sé por qué se pone un punto final. Tengo la sensación de que eso es convencional, de que se nota que esos finales no son finales, sino que la historia podría seguir.

El escritor y cineasta Manuel Gutiérrez Aragón.

El escritor y cineasta Manuel Gutiérrez Aragón. / José Luis Roca

En todas las historias se percibe que algo va a ir mal. Hay como un velo de encaje negro. Una premonición permanente de que eso que uno lee luego será un drama.

Está bien leído, porque creo que eso es justamente lo que quiero transmitir. En realidad, no transmites tanto una historia y unos personajes como una sensación. Son sensaciones más que hechos.

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Y, obviamente, el cine viene representado en algún momento por la sensación de que Buñuel lo está mirando escribir… Y a veces, en algún cuento, aparece en un cine, precisamente, algo así como el ángel exterminador…

Yo nunca fui consciente de ser surrealista. Porque al fin y al cabo el surrealismo es un ismo como otro cualquiera, como el realismo o el expresionismo. O sea que ha sido después, reflexionando sobre lo que haces, en lo que miras, cuando otros te dicen que aquello está teñido de surrealismo. Pero ante el surrealismo auténtico no te das cuenta de que es surrealista. Por ejemplo, yo nunca pensé en 'El ángel exterminador' cuando escribí 'Opera interrumpida'. Ha sido después cuando me han dicho que esa es una historia como la del ángel exterminador, de unos señores que no pueden salir de la habitación en la que han sido encerrados. Te juro por lo más sagrado que yo no me he dado cuenta. Yo no me había enterado.

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Hay un cuento que narra un ensayo de tragedia, una especie de orquesta del Titanic en el Teatro Real. ¿Qué le inspiró ese cuento tan lleno de cursis y de poder?

Fue escrito durante la pandemia, y fue inspirado por aquella una sensación de oscuridad. Lo que me vino a la mente fue un sitio lleno de arañas de cristal que de pronto se apagaban, con mucha gente dentro. La sensación que tenía era de agobio porque había oscuridad. Esa fue la primera imagen. Tú sabes que, en general, las grandes historias parten de una frase y de una única frase, como las películas parten de una imagen. Así que la imagen de la que partió esa historia era la imagen de un sitio con arañas de cristal que de pronto se queda a oscuras.

Este es un país generoso, por lo menos más generoso que otros. Es un país más libre. Y es un país de creación. De músicos, de escritores, de pintores. No todos serán Goya o Lorca. Pero es un sitio de creación"

Este país está muy presente en este libro. ¿Cómo ve usted este país ahora?

Yo no lo veo de una manera tan negativa como lo ven los periodistas y los críticos de la cultura. Yo no lo veo tan mal. La verdad es que este es un país donde las cosas han ido muy mal y se han ido revelando poco a poco. Siempre tenemos una sensación de estar en el filo del abismo, que es seguramente lo que pasa en los relatos. Siempre hay la sensación de que esto un día se acaba, que esto no va a ser para siempre. Pero esta es una sociedad más libre que lo que fue durante siglos. Más libre que, por ejemplo, lo que puede ser la sociedad anglosajona, más libre de lo que puede ser la sociedad americana y con un sentido de generosidad realmente notable en cuanto a que se acoge a los emigrantes, sobre todo latinoamericanos, con una solidaridad... Es un país generoso, por lo menos más generoso que otros. Es un país más libre. Y es un país de creación. De músicos, de escritores, de pintores. No todos serán Goya o Lorca. Pero es un sitio de creación.

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Aquí hay sexo, grandes masturbadores, alegorías al cine y a los cuentos de la madre o de la abuela. ¿Cuál es la inspiración que ha tenido para contar ficción?

Lo fui inventando poco a poco yo solo. Si es verdad que tenía una abuela, que era la narradora de los cuentos. Mi madre también narraba cuentos. Pero yo me ejercité en el arte narrativo inventándome yo mismo los cuentos. Entonces vi el enorme placer que daba contar, porque veía la cara que ponían mis primos. Y ahí comprendí que cuando contaba sobre todo una cosa dramática y trágica, yo sufría mucho. Y obtenía un grandísimo placer de ver el sufrimiento de ellos. Me ejercitaba y volvía sobre los mismos personajes, alargaba una situación que casi siempre era dramática. Así comprendí el placer de contar. Ten en cuenta que las historias que contaba mi abuela para mí eran muy exóticas, porque mi abuela, la cubana de nacimiento, contaba muchas historias de Cuba. Así que cuando llegué a Cuba por primera vez era como llegar a casa de la abuela. Para mí no era otro país, sino que olía como mi abuela. Se comían las cosas que me daba mi abuela y sobre todo se hablaba como mi abuela. El acento de Fidel Castro era el de mi abuela. Era como volver a una casa antigua, que era la puerta narrativa que ella me abrió para que mi hiciera escritor.

Hay dos personajes en usted, o dos personas, o dos artistas. Uno es el de la ficción, que está en el cine, por ejemplo. Pero está la narrativa, que es otra historia. La narrativa no es exactamente la ficción. ¿Cuáles son los deberes de la ficción para usted? ¿Y cuáles los de la narrativa?

Bueno, yo también creo que hay una honestidad en la narrativa. No podría explicarlo muy bien, seguramente tú mejor, pero yo en seguida me doy cuenta cuando un narrador está siendo honesto con lo que está contando, aunque sea de ambición. Y cuando un narrador es deshonesto, también me doy cuenta enseguida. No voy a decir los nombres de los deshonestos, aunque me preguntes, ni bajo tortura. Pero yo noto enseguida los directores y a los escritores que son deshonestos. Y entonces el libro ya no me gusta, porque, aunque sea una ficción, el narrador tiene que ser honrado con lo que cuenta. El tema no puede estar cambiando las reglas de la narración según él quiere, o según se aburre o lo que sea.