La 76ª edición del Festival de Cine Cannes, que arrancó el pasado martes con el estreno de la producción francesa Jeanne du Barry, de Maïwenn Le Besco, muestra en su cartel oficial la imagen de la veterana estrella parisina Catherine Deneuve, uno de los iconos más respetados de la gran pantalla durante la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI de la que se conmemoran, además, ocho décadas de su nacimiento. Toda una eternidad que le ha permitido a la actriz pasar por distintas y muy divergentes etapas profesionales, pero que también ha servido para que el certamen cinematográfico más influyente y poderoso del planeta la homenajeara, dedicándole este año su imagen corporativa como reconocimiento a una trayectoria artística sembrada de grandes razones para que, si fuera necesario, hubiera que explicar tan elevada distinción a una actriz camaleónica que en su vida ha recibido, entre otros muchos galardones, la Lady Harimaguada de Honor en la cuarta edición del Festival de Cine de Las Palmas, junto a Leslie Caron, Tippi Hedren y el productor canario Andrés Santana.
Un vinilo de proporciones descomunales cubre, hasta el próximo día 28, fecha de clausura de la Muestra, la amplia fachada del Palacio de Festivales, mostrándonos la imagen enigmática, distante, ambigua y sensual de una intérprete irrepetible; de las que han dejado una profunda huella emocional en el imaginario de varias generaciones de espectadores, especialmente en su país natal donde comparte su estatus de popularidad y reconocimiento con figuras de la dimensión artística de Micheline Presle, Jeanne Moureau, Simone Signoret, Annie Girardot, Isabelle Huppert, Ana Karina, Romy Schneider, Danielle Darrieux, Michèle Morgan, Stéphane Audran, Sophie Marceau o Anouk Aimee, corresponsables del éxito de muchos de los filme más representativas del cine francés desde la década de los años cincuenta, cuyos imborrables rostros quedarán eternamente asociados a muchas de las experiencias fílmicas más gratificantes de nuestras vidas.
De lánguida e impenetrable belleza, aunque dotada de un rostro excepcionalmente magnético, ha prestado su melancólica mirada a algunas de las heroínas más perturbadoras, inquietantes y turbias del cine europeo de los últimos cincuenta años encarnando, entre otros personajes de extraña complejidad, a la protagonista cautiva, reprimida y silenciosa de Tristana (1969), de Luis Buñuel; la manicura aprensiva y sociópata de Repulsión (Répulsion, 1964), de Roman Polanski; la bella esposa insatisfecha de Bella de día (Belle de jour, 1967), de Buñuel; la elegante, ambigua y poderosa terrateniente de Indochina (Indochine, 1992), de Régis Wargnier, interpretación que le valió su nominación al Oscar y al César a la mejor actriz; la protagonista, junto a Emmanuel Béart, Isabelle Huppert, Fanny Ardant y Daniel Darrieux, de la ingeniosa e irreverente comedia de François Ozon Ocho mujeres (8 femmes, 2002); la insaciable vampiresa Miriam Blaylock en el sobrepasado thriller terrorífico de Tony Scott El ansia (The Hunger, 1983); su inolvidable papel de novia de un rico empresario, interpretado por Jean-Paul Belmondo, otro gigante del cine galo, al que no duda en estafarle sin el menor escrúpulo y arrasar con todo su dinero pese a los reales lazos afectivos que le unen a él en La sirena del Mississippi (La sirène du Mississippi, 1969), de François Truffaut, inspirada en la inolvidable novela homónima de Cornell Woolrich.
Tal era su talento ante las cámaras que, desde su debut en 1956 en una breve intervención con Les collégiennes, de André Hunebelle, comedia dramática inédita aún en nuestro país, ya anticipaba tímidamente el enorme poder de persuasión que adquiriría su estilizada imagen en un futuro más o menos próximo bajo las ilustres batutas de Claude Lelouch, Jean-Pierre Melville, André Techiné, Lars von Trier, Michel Devil, Marc Allegret, Jacques Demy, Pier Kast, Philippe de Broca, Claude Chabrol, Agnès Varda, Luis Buñuel, Marco Ferreri, Roman Polanski, o François Truffaut.
Pues bien, en menos dos décadas, la futura heroina de Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1966), de Jacques Demy, pasaría de encarnar el prototipo por excelencia de la joven ingenua, ligera e insegura del cine francés, que tantas veces representó en títulos como L’homme à femmes (1960), de Jacques-Gérard Cornu, Les portes claquent (1960), de Jacques Poitrenand o Le vice et la vertu (1962), de Roger Vadim —su amante y primer mentor cinematográfico—, durante los primeros años de sus titubeantes inicios como actriz, a una diosa rubia sofisticada, sensible y distinguida capaz de interpretar papeles que nadie hubiese imaginado en sus años iniciales junto a su inefable descubridor.
Sea como fuere, lo cierto es que, tras seis o siete años dando tumbos en películas irrelevantes donde solo se le daba la oportunidad de lucir su bella y estilizada anatomía en comedias cargadas de un erotismo inocente, supo aprovechar la ocasión que le proporcionó el gran Demy de encarnar a Geneviève, la joven soñadora de Los paraguas de Cherburgo (Les parapluies de Cherbourg, 1963), una comedia musical ductil, romántica e innovadora, junto a Nino Castelnuovo, uno de los intérpretes italianos más populares de la época.
A partir de entonces, la actriz cambiaría radicalmente de registro abriéndose a nuevas experiencias actorales que le otorgarían un peso especial en el panorama cinematográfico europeo, como su segunda experiencia con Demy en Las señoritas de Rochefort (Les demoiselles de Rochefort, 1966), en compañía de su malograda hermana, la también actriz Françoise Dorléac. Se trata de un tributo explícito a los grandes musicales de Hollywood, con la presencia en el reparto de los legendarios Gene Kelly y George Chakiris en un extraño aunque fascinante espectáculo que figura en los anales del género como uno de sus hitos más recordados, incluso en el ámbito de los propios historiadores y críticos estadounidenses.
El tándem Deneuve-Demy volvió hacer diana algunos años después con el formidable musical Piel de asno (Peau d’áne, 1970), con Jean Marais, Jacques Perrin y Dephine Seyrig como compañeros de reparto y la comedia No te puedes fiar ni de la cigüeña (L’Événement le plus important depuis que l’homme a marché sur la Lune, 1973), con Marcello Mastroianni —su compañero sentimental durante muchos años— como partenaire, donde Deneuve conduce su trabajo por los derroteros que le marca su propia capacidad interpretativa, muy lejos de la ostentosa instrumentalización a la que fuera sometida en su corta etapa junto a Vadim y a otros metteurs en scene del mismo corte que se cruzaron en su camino profesional, intentando, en vano, convertirla en otro sex symbol a imagen y semejanza de la mítica y explosiva Brigitte Bardot.