Entrevista | Maria Paula Meneses Coordinadora del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra
«Al pensar África, las islas han sido las perdedoras»

«Al pensar África, las islas han sido las perdedoras» / Laura Peña
Laura Peña
Usted ha participado en el ciclo No-Todo de Tenerife Espacio de las Artes (TEA) con la conferencia Artivismo en el Sur Global. ¿Cómo se puede instigar el cambio social desde la creación cultural?
La creación cultural es una forma extemporánea de mostrar los problemas de la gente. Nosotros, los académicos, debemos atenernos a una estructura rígida, tenemos que justificar todo por escrito con notas a pie de página y asumir los cánones del Norte para poder publicar. Muchas veces carecemos de esa capacidad que tienen los artistas de comunicación inmediata con las lenguas, los ritmos, los sonidos, las expresiones culturales que tienen sentido para la gente. Con frecuencia nos dicen: «ustedes escriben muy bien, pero no hemos entendido nada». En este sentido, el arte cumple un papel fundamental porque nos incita a mirar más allá. Por ejemplo, de la literatura mozambiqueña hay quien espera que sus autores escriban en portugués, porque Mozambique fue una colonia portuguesa, pero muchos escriben en sus lenguas nacionales porque es un acto de reafirmación. Es difícil publicar fuera si escribes en esas lenguas, pero lo primero es la reafirmación. Ahora hay un movimiento importante de reivindicación del swahili como lengua escrita. Desde Somalia hasta Mozambique y Angola millones de personas hablan swahili y si quieres conocer los problemas de la gente tienes que tener la sensibilidad de la palabra, penetrar en su contexto cosmológico y conceptual, reconocer a quienes se expresan en esa lengua como agentes indispensables de la conversación.
¿Cuándo se mercantiliza, el arte activista pierde su potencial emancipador?
Son dimensiones distintas que a veces se superponen. Piense, por ejemplo, en Malangatana, un artista que me gusta mucho, en sus grandes murales sobre la revolución. En el momento de la independencia solo el 2% de la población de Mozambique hablaba portugués. La mayoría, además, era analfabeta, por eso el arte y la música fueron fundamentales para transmitir el mensaje político de emancipación. Es muy interesante escuchar, por ejemplo, el cancionero del Frelimo (Frente de Liberación de Mozambique), porque integra todos los referentes de la lucha, los amigos, los enemigos, los objetivos y el proyecto político. Nada de eso se enseñaba en la escuela. Malangatana, ya fallecido, hizo arte activista y tras la independencia siguió pintando y vendiendo mucho, pero a la vez mostraba que hay artistas que ven el mundo de otro modo.
Hoy el Sur Global está muy presente en los circuitos culturales de los países del Norte. ¿Es efectiva esta presencia o, por el contrario, es otra prueba más del poder de cooptación del capitalismo?
Esta es una cuestión muy compleja, pero creo que es, ante todo, un asunto de representación. Se quiere tener artistas africanos y entonces se invita a africanos, no solo oriundos del continente sino también diaspóricos, pero no se entiende siempre el sentido de sus obras. Muchas veces la posibilidad de decodificación del significado de sus piezas, de generación de conocimiento compartido, de ecología de saberes, se esfuma porque se muestra en contextos efímeros, como en una exposición temporal para mostrar que en ella hay artistas africanos, pero no por qué hay artistas africanos en ella. Por ejemplo, el Pabellón de Mozambique en la Bienal de Venecia de 2019 exhibió fotografías de Filipe Branquinho. Eran retratos de los explotadores contemporáneos de Mozambique, pero este dato pasó desapercibido. Alguien pagó mucho dinero por las fotografías de Branquinho, pero la cuestión era la denuncia del capitalismo en Mozambique. Estamos importando del Norte imperial la idea de que la valía del arte se mide sobre todo por su valor monetario.
¿Hasta qué punto resulta transformador que las luchas del Sur Global se infiltren en las sociedades del Norte?
Se han infiltrado en varios momentos, pero casi siempre lo han hecho a través de los códigos del Norte. El gran problema es la descolonización de los imaginarios. Por ejemplo, se habla mucho de que en los contextos africanos hay una lucha anticolonial, pero esto es una parte, no el todo, porque ser anticolonial es estar contra la colonización, pero la colonización fue tan brutal que ahora no podemos expulsarla completamente de nosotros. La colonización nos ha dejado muchas marcas y nos hemos reapropiado de muchas cosas. También estamos aportando nuestras raíces para repensar las regiones, de modo que es una lucha nacionalista, en el sentido de construcción de un proyecto nacional. Estamos intentando imaginar cómo es posible hacerlo sin fracturar el país. En este sentido, es un proyecto nacional completamente diferente de los proyectos nacionales en los contextos europeos, que son conservadores y no dejan espacio para el diálogo interno. Aquí radica el problema con el Norte: para el Norte global el nacionalismo es siempre un momento de negación. Y cuando nosotros decimos que la nuestra era una lucha por la tierra, por la emancipación de las mujeres, nos dicen: ‘pero eso no lo lograron’. Y es cierto, no lo logramos, pero la lucha continúa. El Norte es incapaz de entender nuestras luchas porque está cerrado en sus referencias y porque si reconoce al Sur tendrá que reconocer que hay otros proyectos políticos que pueden ayudar a cambiar las cosas en el Norte.
Hace más de una década, Boaventura de Sousa Santos y usted misma empezaron a reivindicar estas cuestiones con un libro del que fueron editores, Epistemologías del Sur. ¿Qué balance hace hoy de la recepción de aquella propouesta?
Cuando publicamos este libro nuestro objetivo era demostrar que las Epistemologías del Sur tenían una vida previa muy larga. Nosotros solo inventamos el concepto, Epistemologías del Sur, porque los planteamientos alternativos existían y continuaban presentes en todo el mundo, también en Europa. Había que abordar la cuestión en dos niveles: una crítica del mundo moderno y una apertura al exterior. El riesgo es que las Epistemologías del Sur se conviertan en sarcófagos, en significantes vacíos.
Estas lógicas autocentradas, situadas, que promueven las redes de apoyo Sur-Sur, ¿son siempre liberadoras o están expuestas también al riesgo de contaminarse de las formas más verticales del Norte neoimperialista?
Depende de los agentes de los que hablemos. Por ejemplo, las oenegés son, supuestamente, instrumentos de emancipación, pero están involucradas en las lógicas del Norte que dicen que todo el dinero es para el desarrollo, que tienes que hablar el vocabulario del desarrollo. Hay un documental muy interesante, Nuestros amigos de la banca, de Peter Chappell, que registra la discusión en torno a un proyecto de desarrollo entre el gobierno de Museveni, en Uganda, y el Banco Mundial. En esta película se ve muy bien la falta de conexión entre ambos. En teoría, el Banco Mundial es un banco internacional para apoyar al mundo. Pero no lo es. Es un banco internacional, pero del Norte, de la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia y Nueva Zelanda. La guerra de Ucrania lo está mostrando con claridad. Otra cuestión es que yo, como persona del Sur, crea que solo por serlo puedo entender lo que ocurre en Angola, en Timor, etcétera, lo que no es verdad, aunque todos hablemos portugués. Por lo demás tengo una proximidad muy fuerte con Mozambique porque es mi país y por ello me resulta más fácil comprender su complejidad.
Durante el proceso de descolonización africana, grupos políticos de Canarias apostaron por la consideración del Archipiélago como parte de ese proyecto panafricanista naciente. Si este objetivo se hubiese logrado, ¿qué consecuencias cree que ello hubiese tenido para el continente africano?
Lamentablemente no hemos logrado pensar el continente en su complejidad y las islas han resultado ser las grandes perdedoras en este asunto. En las reuniones del Codesria (Council for the Development of Social Science Research in Africa) hay siempre peleas con las islas porque se dice que no tienen lugar, que los grandes países del continente son los únicos que pueden decidir las orientaciones estratégicas. Madagascar, que es una superisla, siempre protesta por el lugar inferior que se le asigna. Esto me molesta mucho porque pareciera que con el paso de la OUA (Organización para la Unidad Africana) a la UA (Unión Africana) la liberación de África hubiese finalizado. Pero no ha finalizado. Está el problema, por ejemplo, de las islas Chagos, en el Océano Índico, una de las cuáles, Diego García, se la apropió Reino Unido, que a su vez se la alquiló a Estados Unidos como base militar, para lo cual expulsó a su población. Hay islas que siguen bajo el control de Francia y ustedes siguen bajo el control de España.
¿Cree que Canarias es el Sur del Norte o el Norte del Sur?
Cuando me dicen que nosotros pertenecemos al África subsahariana, pregunto dónde queda entones el África «suprasahariana» (risas). Creo que queda más allá de los Pirineos (risas). Hay regiones que conceptualizamos como «pertenecientes» o «no pertenecientes», pero ahí radica la complejidad. Las islas son el gran laboratorio de la innovación en la complejidad. Nuestros colegas de Martinica, por ejemplo, dicen que están intentando una síntesis creativa, porque tienen tanta diversidad que, en lugar de pensar solo en el malestar colonial, sostienen que son una totalidad hecha de muchas cosas.
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