Amalgama
Contra materialismus
El mundo intelectual se comienza a dividir en dos. Una de sus debilidades más grandes está en que en la academia prima el materialismo, pero no viene a ser sino una creencia más, insustentada e insustentable. Se da cuenta de esa crisis cualquiera que ahonde un poco en las paradojas que yacen en todos los territorios de lo que denominamos ciencia. Hace apenas unos días, en la Fundación Essentia, de la que es director ejecutivo el filósofo Bernardo Kastrup, se dio un ciclo de conferencias sobre la idea que gravita en los últimos premios Nobel de Física, de 2022, acerca de que, contrariamente a las expectativas materialistas, las entidades físicas no tienen existencia independiente, sino que son, de hecho, productos de la observación. En tal sentido, el Dr. Daniele Oriti, de la Ludwig-Maximilians-Universität, de München, defendió la opinión de que las leyes físicas son de naturaleza epistémica, sin un estatus ontológico independiente, o sea, que no existen, sino que dependen del raciocinio.
Independientemente de esas elucubraciones metafísicas que ya sienten la imperiosa necesidad de alejarse del materialismo, por infantil y periclitado, es lugar común que existe un entrelazamiento o interconexión en el universo más allá de las fronteras de la velocidad de la luz, que el acto de una observación consciente produce el colapso de la materia, que la materia no es sólida y no es seguro lo que la materia es, que el tiempo es relativo y no siempre secuencial, que al espacio le pasa otro tanto, etcétera. Esa crisis se arrastra desde antiguo, y podemos decir como el filósofo Henry Sidgwick, en 1882: «Hemos hecho todo lo que podemos cuando el crítico no tiene ya nada que alegar, excepto que el investigador está haciendo trucos. Pero cuando no tenga nada más que alegar, alegará eso». Y mejor dicho, en 1957, por el profesor Hans Eysenck, del Departamento de Psicología de la Universidad de Londres, hablando de los fenómenos telepáticos: «A menos que exista una conspiración gigantesca que involucre a unos treinta departamentos de universidades de todo el mundo, y a varios cientos de científicos altamente respetados de varios campos, muchos de ellos inicialmente hostiles a las afirmaciones de los investigadores psíquicos, la única conclusión a la que puede llegar un observador libre de prejuicios ha de ser la de que existe un pequeño número de personas que obtiene conocimiento que se halla en la mente de otras personas, o en el mundo exterior, por medios todavía desconocidos para la ciencia».
El Premio Nobel de 1973 Brian Josephson físico teórico y profesor emérito de física en la Universidad de Cambridge, investigador de vanguardia sobre superconductividad y túnel cuántico, al querer investigar sobre lo que no es materialismo, ha sido rechazado y él mismo expresa: «La comunidad científica tiene sus propios sistemas de creencias que resulta difícil desafiar». Efectivamente, sistemas de creencias. Lo mismo que podemos ver en el romo pensador Stephen Hawking cuando se quejaba, contra Roger Penrose: «Me siento incómodo cuando la gente, especialmente los físicos teóricos, hablan de la conciencia», habiendo sido el trabajo de Penrose el que despertó el interés de Hawking por los agujeros negros, hasta que el planteamiento de Penrose sobre la conciencia soportada en «microtúbulos», unos entes más allá de lo material y vinculados a la conciencia, provocó la ruptura entre él y Hawking (artículo en Nautilus, mayo de 2017, On Why Consciousness Does Not Compute: the emperor of physics defends his controversial theory of mind). Son multitud los científicos que se rebelan contra esa enfermedad académica. Jim Tucker, de la Universidad de Virginia, colega del psiquiatra Ian Stevenson: «No es que exista la conciencia porque existe el mundo físico, sino que el mundo físico existe porque la conciencia existe»; el neurocirujano Eben Alexander: «La conciencia no solo es muy real; en verdad es más real que el resto de la existencia física, y muy probablemente la base de todo ello»; el biólogo Robert Lanza, especialista en células madre, y el físico Bob Berman, que defienden el Biocentrismo: «Si no hubiera observadores, el cosmos no solo se vería como nada, que no es sino decir lo obvio. No, más que eso, no existiría de ningún modo»; Andrei Linde, físico de la Universidad de Stanford: «El universo y el observador existen como una pareja. No puedo imaginar una teoría consistente del universo que ignore la conciencia. No conozco ningún sentido en el que pudiera decirse que el universo existe en ausencia de observadores»; el físico de la Universidad Johns Hopkins, Richard Conn Henry: «el universo es completamente mental. Ha habido intentos serios de preservar un mundo material... pero no produce ninguna física nueva, y solo sirve para mantener una ilusión».
Todas estas recopilaciones son de Mark Gober en su An end to upside down thinking (Waterside, 2018). El filósofo Bernardo Kastrup, observa que el tiempo es el intervalo entre dos sucesos, y el espacio es la distancia entre dos objetos, pero si vamos subdividiendo esos intervalos nos encontramos con que llegamos al infinito y no los hemos captado, como pasa con las derivadas en matemática, o con las partículas subatómicas en física nuclear. Nada existe con seguridad, o existe, como dice Kastrup, en referencia a sí mismo: «Surgen mágicamente a partir de la autorreferencia», de donde: «El pasado y el futuro son mitos: historias de la mente. No puedes salir del presente; nunca; ni siquiera teóricamente», lo que es decir: «Que pensemos en la vida como una serie de sucesos sustanciales que cuelgan de una línea temporal histórica es una fantástica alucinación cognitiva». Y la conclusión acerca de lo material, del materialismo: «Al vincular la conciencia y la identidad personal a arreglos limitados y temporales de la materia, el materialismo inculca los siguientes valores subjetivos en nuestra cultura: la vida es breve y no tienes más que una vida; la única fuente de significado se halla en la materia, así que el juego consiste en acumular tantas cosas materiales como sea posible; debemos consumir lo más rápidamente posible, incluso a expensas de otros o del planeta, pues no tenemos nada que perder ya que, de todas formas, vamos a morir pronto». Pero si del consumismo, capitalista, nos vamos al socialismo, materialista, el consumo es acaparado y se asigna y se dirige desde los dueños absolutos del capital, los gobernantes del monopolio político. Mal camino, pues, el materialismo, en todos los sentidos. Menos mal que no existe y está de capa caída.
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