Constructor de pesadillas

John Carpenter conserva el reconocimiento de la crítica como artífice supremo del ‘thriller’ de culto durante los 70 y 80

Constructor de pesadillas

Constructor de pesadillas / ICULT JOHN CARPENTER KYLE CASSIDY

Aunque asociado, y con razón, al cine más consumista durante uno de los periodos más comercialmente boyantes de la producción independiente estadounidense, el slasher, como subgénero de enorme predicamento popular que, a partir de la década de los años sesenta, generó una especie de adicción opiácea en legiones de cinéfilos de paladar insaciable a la hora de buscar en la pantalla emociones cada vez más duras, tensas y extremas.

Y como todas las modas tuvo sus picos de éxito y sus picos de hastío e incluso su propia cosecha de pequeñas películas de culto, como La matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974), La última casa a la izquierda (Last House on the Left, 1974), Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1977), Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street, 1985), La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968), La serpiente y el Arco Iris (The Serpent and the Rainbow, 1987), Hellraiser (Hellraiser, 1987) o La noche de Halloween (Halloween, 1978), algunas de las cuales integran hoy el cuadro de honor de los mejores filmes de terror de todos los tiempos.

Así pues, es un hecho fácilmente verificable que, salvo la obra de un puñado de directores canónicos que todos conocemos y admiramos (George A. Romero, Tobe Hooper, Clive Barker, Sam Raimi, Wes Craven, Brian de Palma, Sean Cunningham, David Cronenberg, Dario Argento, Jorge Grau…) el cine fantástico moderno no ha disfrutado de muy buena prensa entre los expertos internacionales hasta que se produjo el explosivo aterrizaje en Hollywood de David Carpenter (Carthage/Nueva York, 1948), con Estrella oscura (Dark Star, 1974), una producción independiente de bajo presupuesto, algo naif, inspirada en un ingenioso y divertido guion firmado por Dan O’Bannon y el propio Carpenter donde, además de vehicular un original homenaje a la ciencia ficción de los años de la posguerra, se pone constantemente de manifiesto la más importante y efectiva de las virtudes profesionales que han acompañado al cineasta neoyorquino durante toda su carrera: su endiablada capacidad para combinar, con destreza inaudita, la inventiva visual con el olfato comercial.

Una capacidad que queda sobradamente patente en títulos de referencia en el género como La niebla (The Fog, 1980), La cosa (The Thing, 1982), versión modernizada del clásico de Howard Hawks y Christian Nyby El enigma de otro mundo (The Thing from Another World, 1951); Asalto en la comisaría del Distrito 13 (Assault on Precinct 13, 1976), otro thriller inspirado en el cine de Hawks cuyo remake de 2005 a cargo de Jean-François Richet mantiene, sin duda, la misma eficacia narrativa de su viejo modelo; 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, 1981), Christine (Christine, 1983) o El príncipe de las tinieblas (Prince of Darkness, 1987), filmes que ofrecen, en su mayoría, una mirada posmoderna sobre asuntos tan recurrentes en el fatastique como el vampirismo, los serial killers, el futuro distópico del planeta, los conflictos de la era pos atómica o la rebelión de las máquinas.

Carpenter, el más estilizado y personal de los realizadores que rescataron al género de la deriva involutiva provocada por el típico cine de explotación de los sesenta, aportó grandes e inteligentes dosis de creatividad que cristalizaron a partir, principalmente, de Asalto en la comisaría del distrito 13, su segundo largometraje, basado en un guion original del propio director y en el que retoma el esquema de tantos filmes clásicos, mostrándonos el conflicto de un puñado de personajes recluidos en un espacio cerrado ante la amenaza de una peligrosa banda criminal que intenta asaltarlo. Inspirado en el modelo instalado por George A. Romero en la mítica La noche de los muertos vivientes y en el de Howard Hawks en Río Bravo (Rio Bravo, 1959), Carpenter entremezcla elementos propios del western clásico con otros del thriller y del policiaco con unos resultados formidables.

Dos años más tarde, vuelve a dar en la diana del éxito popular y de crítica con la ya legendaria La noche de Halloween, el punto de partida de una de las sagas de terror más lucrativas y angustiosas de la historia del cine que, además de dirigirla y escribirla —en compañía de Debra Hill— también se responsabilizó de la producción y de su original y perturbadora banda sonora. La historia, como ocurre en el resto de la serie, narra las sangrientas peripecias de Michael Meyer, un joven psicópata que huye de una clínica mental donde se halla recluido y cuyo único empeño es la persecución y posterior asesinato de sus antiguos compañeros de clase.

Con un modesto presupuesto de apenas 325.000 dólares la película, convertida ipso facto en un filme de culto, alcanzó la cifra record de 100 millones de recaudación para una producción puramente independiente, objetivo que logró impulsar las respectivas carreras profesionales, tanto de Carpenter como de sus intérpretes principales, Jamie Lee Curtis y Donald Pleasence, a cotas de popularidad inimaginables para dos actores de tan escaso recorrido.

La niebla (The Fog, 1980), otro de los títulos más venerados por los fans del género y por los admiradores incondicionales de este cineasta, se convirtió, pese a sus numerosos altibajos narrativos y a la lejanía en cuanto a calidad e inspiración que la separa de La noche de Halloween, en un hito imponderable, rematado con el prestigioso Premio de la Crítica en el Festival de Cine Fantástico de Avoriaz. De nuevo con Jamie Lee Curtis como protagonista, en compañía de su madre, la legendaria Janet Leigh y del veterano John Houseman, Carpenter vuelve por sus fueros iniciales demostrando un proverbial dominio de la cámara y de los espacios, aunque generando a ratos ciertos momentos muertos que en nada favorecen a los resultados finales de la película. A su destreza como realizador esta vez añade otro mérito innegable: su capacidad para desenvolverse en el complejo campo de los efectos especiales, creando una tensión adicional con esa oscura y desasosegante niebla que va penetrando libremente por los rincones de una vieja iglesia (Hawks, de nuevo) en secuencias aisladas absolutamente inolvidables.

Apartado eventualmente de sus temas favoritos, con 1997…Rescate en Nueva York imprime un nuevo giro a su carrera, entrando de lleno en el ámbito de la ciencia ficción con un argumento de su propia cosecha, en colaboración con Nick Castle, de cuyo absoluto control podrían dar fe legiones de espectadores del mundo entero y el buen puñado de galardones que obtuvo.

Una vez más, Carpenter logra acoplar con envidiable precisión el perfil más comercial de las action movies con un potente despliegue de imaginación y de solvencia narrativa al servicio de una sobrecogedora reflexión sobre un previsible futuro catastrófico en la ciudad de Nueva York. Es curioso observar, a la luz de los últimos acontecimientos políticos acaecidos en los Estados Unidos, cómo una situación prevista para el año 1997 mantiene temibles analogías con la triste realidad que muestran los últimos sucesos que han salpicado a aquel país.

El hecho de que la acción del filme transcurra hace más de un cuarto de siglo y que el núcleo de la misma sea el hipotético secuestro del Air Force One con el mismísimo presidente entre sus ilustres pasajeros, no le resta un ápice de inquietud, prueba irrefutable de la maestría de este realizador y de las aterradoras premoniciones que pueblan su rica filmografía.

En La cosa, remake algo cuestionado del viejo clásico de Hawks El enigma de otro mundo, Carpenter se centra por vez primera en su labor de director, dejando a Bill Lancaster como responsable del guion, a Ennio Morricone como autor de la banda sonora y a David Foster y Lawrence Turman como productores ejecutivos. La acción se desarrolla en el invierno de 1982, en una estación experimental norteamericana en la Antártida. En plena actividad, un equipo de investigadores ha de enfrentarse a un ente desconocido proveniente del espacio, que ha permanecido enterrado en la nieve durante 100.000 años a consecuencia del cambio climático. Al descongelarse se desata el caos y el pánico al mutar de forma y convertirse en un miembro del equipo de expedicionarios.

En su continuo afán por marcar siempre su propia impronta, Carpenter se aleja estratégicamente del patrón fílmico del que parte para seguir de cerca las pautas argumentales de la novela de John W. Campbell en la que se inspiraría Hawks treinta y un años antes, limando así algunos de los aspectos más reaccionarios que presentaba la versión primitiva, considerada, sin embargo, y por muy diversas razones, como otra obra maestra del género.

A partir de la novela homónima deqKing, Bill Phillips escribe el guion de Christine, posiblemente uno de los hitos más originales de este director, cuya conocida habilidad para transformar una historia teóricamente inverosímil en una temible pesadilla sitúa a esta película entre los títulos más recordados de la gloriosa década de los ochenta. La trama, surgida de la inagotable inventiva de un escritor único en su terreno, se centra en la misteriosa vida de un flamante Plymouth Fury del 58 y su plena autonomía para causar, por sí mismo, un reguero de crímenes si no se cumple con sus «mecánicos designios». Y aunque no figure entre sus mejores trabajos, el mero hecho de adaptar al cine tan insólito relato mediante una más que brillante puesta en escena y sin otra pretensión que demostrar que no existe frontera que le frene en sus inagotables ansias de filmar mundos imaginados, merece sin duda nuestro aplauso.

A este singular catálogo de obras mayores habría que agregar títulos, por ejemplo, como Están vivos (They Live, 1988), El príncipe de las tinieblas (Prince of Darkness, 1991), su primera incursión en el universo vampírico; En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1994), un sorprendente recorrido por los terrenos de la ciencia ficción de los años 50; El pueblo de los malditos (Village of the Damned, 1995), un excelente remake del filme homónimo de Rolf Rilla de 1960 y Vampiros (Vampyres, 1998), un formidable espectáculo donde Carpenter hibrida el terror más cásico con el western más revisionista.

Suscríbete para seguir leyendo