Una mirada a '20.000 especies de abejas': La diversidad de la colmena

'20 000 especies de abejas'.

'20 000 especies de abejas'.

Escribía Marco Aurelio en sus Meditaciones que «lo que no es útil para la colmena, no es útil para la abeja». Pero estos tiempos bregan por desencorsetar esas celdillas rígidas del panal para que cada cual vuele y polinice como quiera.

El cine de autor contemporáneo trata de configurarse como un espejo de esas búsquedas y conflictos que cuestionan y exploran lo que somos. Y si hace medio siglo, Víctor Erice retrató en El espíritu de la colmena el viaje transformador de una niña de seis años, Ana, en su descubrimiento del otro en el estrecho mundo rural de la posguerra, la película 20.000 especies de abejas, ópera prima de Estibaliz Urresola Solaguren, explora la disidencia identitaria de una niña trans de ocho años, de nombre Aitor pero que quiere ser Lucía, y su impacto en las distintas generaciones de su estirpe materna en un pequeño pueblo vasco. La diversidad de la colmena. 

La película, nominada al Oso de Oro en la Berlinale y ganadora del Oso de Plata para Sofía Otero por su extraordinaria interpretación de la protagonista, así como triunfadora en el Festival de Cine de Málaga con la Biznaga de Oro a la Mejor película y el premio a Patricia López Arnaiz como Mejor Actriz de reparto por su papel de madre, emociona especialmente en el contexto de un país que, tras numerosos obstáculos y resistencias, dio luz verde a la Ley Trans el pasado febrero.

En esta línea, la historia de 20.000 especies de abejas, cuyo guión también firma Urresola, revela las grietas de un microcosmos familiar que se resquebraja cuando un sujeto del colectivo reivindica un nombre propio fuera de la norma y confronta la mirada de los otros. Sin embargo, la tensión de la trama acontece sobre todo en los silencios, como los que congela Sara Mesa en La familia: la confusión del aspecto andrógino de su protagonista, con su pelo cada vez más largo, el sentimiento de vergüenza con respecto a su cuerpo, la incomodidad en los juegos o vestuarios de los niños, la incomprensión de todos ante la apariencia de un vestido. Y las puertas de la negación o el abrazo por parte de los distintos personajes, que se cierran y se abren en una casa familiar que se mira en el reflejo de sus propias vivencias, miedos y mentiras.

Este relato se construye en la atmósfera rural que enmarcan las recientes Alcarràs de Carla Simón o As bestas de Rodrigo Sorogoyen, toda vez que evoca el simbolismo de la tradición apicultora que inmortaliza la obra maestra de Erice. Pero, en esta ocasión, el espíritu de la colmena también se representa a través del arte, ya que la cera y la miel de las abejas es el material con que los artistas de la familia moldean sus esculturas, a las que confieren formas y posibilidades tan diversas como las de las 20.000 especies o formas de habitar este mundo.