La nación más violenta

‘Un país bañado en sangre’, de Paul Auster, es un ensayo valiente sobre el peso de las armas de fuego en los Estados Unidos y donde aparece un suceso familiar que marcó para siempre la vida del padre del escritor

La nación más violenta

La nación más violenta / Francisco millet alcoba

Francisco Millet Alcoba

En su último trabajo, Un país bañado en sangre, en asociación con el fotógrafo Spencer Ostrander, Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) ofrece una honesta reflexión, íntima y poderosa, sobre el uso de las armas en EEUU, que cada año deja una secuela de unos 40.000 muertos. Inicia su ensayo con una reflexión y un suceso familiar. La reflexión la aporta la pregunta por qué es tan diferente EEUU y qué lo convierte en el país más violento del mundo occidental. En el suceso familiar, relata cómo se crió con un secreto que ni sus padres ni sus tíos quisieron revelarle nunca. El hecho era que su abuela materna había matado de dos tiros a su abuelo. Era en 1919 y la pareja acababa de separarse. El crimen marcó para siempre la vida del padre del escritor, que fue un hombre solitario con una vida interior tenebrosa por el hecho mismo del suceso y por el daño que le supuso guardar aquel secreto a su familia el resto de su vida. A partir de ahí, Un país bañado en sangre ofrece una reflexión sobre el papel que han jugado las armas en la historia y en la sociedad estadounidenses. Señala que hay 393 millones de armas de fuego en el país que causan unos 40.000 muertos cada año, número semejante las muertes por accidentes de tráfico, con la diferencia de que las muertes por vehículos son accidentales, pero las producidas por un arma son casi todas intencionadas.

Para entender cómo se ha llegado a esto, Auster considera necesario retroceder a la época anterior a la invención del país. A la historia colonial, que supuso 180 años de conflicto armado. Los colonos, para asentarse en el territorio contra sus habitantes naturales, se organizaban en milicias a las que todos estaban obligados a pertenecer, se fuese carpintero o tendero, haciendo de la posesión de un arma un derecho y una obligación. De este modo, la unión de miedo y violencia crea una combinación «que recorre la historia y sigue siendo un hecho esencial de la vida en Estados Unidos» que quedó corroborado con la letra de la segunda enmienda que «mantiene dividido al país desde entonces» y que señala: «Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, no se violará el derecho del pueblo a poseer y portar armas». Esto ha llevado a que, para una minoría -que son millones-, las armas son fetiches que representan la libertad norteamericana, un derecho humano fundamental.

Así se ha llegado al punto en que suele ocurrir una matanza al día. Los estadounidenses están tan acostumbrados a ellas que no les prestan atención. Pero, de pronto, en algún sitio, hay una matanza que destaca sobre las demás. Un baño de sangre de tal horror y magnitud que la sociedad americana se para por un momento en seco mientras una avalancha de cámaras capta el horror. Por un breve instante todo el mundo parece unirse, pero en un abrir y cerrar de ojos los defensores y detractores de armas comienzan a enfrentarse. Y a pesar de los indignados gritos reclamando reformas, «nada cambia jamás» y al cabo de una semana o dos el distraído público dirige la atención a otra parte.

El ensayo del premio Príncipe de Asturias de las Letras de 2006 no ahonda en soluciones, quizá porque no sea misión suya, pero advierte que esa posible solución no reside en prohibir la fabricación y venta de todas las armas porque sería tan poco práctico e ineficaz como cuando se prohibió el alcohol en los años 20, lo que criminalizó a la gente común y creó un floreciente mercado negro. Además, los dueños de armas no lo tolerarían. Auster argumenta que lidiar con el problema, exclusivo de EEUU entre los países desarrollados, exige un proceso mucho más profundo e introspectivo que no comienza con la legislación. «El problema no se va a resolver propugnando nuevas leyes». La solución llegará solo cuando ambas partes lo deseen, y para que eso suceda, los ciudadanos norteamericanos tendrían primero que realizar un examen honesto y desgarrador de quiénes son y quiénes quieren ser.

En todo caso, hay una reflexión honesta, profunda y sincera sobre la situación y sus consecuencias que dibujan a EE UU como el país más violento del mundo; pero Auster no va más allá, o considera que no es su papel hacerlo, con lo que un sentimiento de desesperanza y de orfandad puede embargar al lector americano. Los cinco ensayos de este trabajo están intercalados con fotos de Spencer Ostrander, con escenas de emplazamientos de tiroteos masivos ocurridos en las últimas décadas.