Entrevista | Ismael Cabrera Director de 'Calima Rosa'

«Es imposible englobar una historia conclusa sobre un colectivo entero»

Primer plano de Ismael Cabrera, director del largometraje ‘Calima rosa’, realizado por el artista Alexis W.  | | ALEXIS W

Primer plano de Ismael Cabrera, director del largometraje ‘Calima rosa’, realizado por el artista Alexis W. | | ALEXIS W / Miguel Ayala

El joven cineasta canario estrena ‘Calima rosa’, un largometraje donde repasa las disidencias sexuales y de género en el Archipiélago a través de historias de cada una de las Islas.

¿Cómo nace Calima rosa?

Poco después de que Víctor Ramírez, Director General de Diversidad del Gobierno de Canarias, publicara el libro Peligrosas y Revolucionarias, que trataba desde una estructura periodística y con un exhaustivo trabajo de recopilación, la historia de la disidencia sexual y de género en Canarias durante el Franquismo y la Transición, supe que desde la dirección general se elaboró una estrategia de Recuperación de Memoria Histórica que involucraba a más profesionales provenientes de áreas diferentes. Me enteré que buscaban un perfil centrado en lo audiovisual para el proyecto, hice una entrevista y pasé; así fue cuando de manera oficial se mp’7 encomendó realizar, entre otras piezas, el documental.

En un inicio me solicitaron un documental desde los términos más abstractos posibles; solo la intención de dar a conocer una serie de vivencias y realidades sistemáticamente silenciadas. Esto hacía que mi trabajo no fuera algo mecánico, de grabar y ya, sino que partía en hacer una reflexión profunda sobre cómo enfocar y construir la pieza y ya posteriormente realizarla. Desde un inicio vi claro que el documental debía huir de una estructura mil veces vista. Propuse huir de la entrevista; quería que las conversaciones cotidianas entre los protagonistas y su entorno nos sorprendieran y construyeran poco a poco el relato.

Siento que muchas veces cuando los creadores nos enfrentamos al encargo de una pieza pública tememos la censura y el vernos obligados a realizar algo con una estructura formalista, casi de reportaje, despojada de una reflexión de estilo e innovación narrativa, pero mi caso sirve de ejemplo de que no siempre es así.

¿Cuánto tiempo transcurre desde que comenzó a escribirla hasta que concluye el rodaje?

Dos años. Lo peculiar que tuvo Calima rosa fue que el proceso de ‘escritura’ se hizo a la vez que se filmaba. En un documental siempre hay decisiones que se toman al momento o están fuera de la estructura que en un principio se escribe. Fue algo habitual que mientras se grababa una isla a la vez se estuviera contactado con personas de otra; un ejercicio de incertidumbre constante porque nunca teníamos la certeza de cómo sería el bloque siguiente.

También esto se debe a la manera que tengo de trabajar: no me basta con que una persona me de el visto bueno para grabar su historia sino que debíamos conocernos antes. Un documental es un ejercicio implícitamente violento; grabar la intimidad de alguien siempre se debe hacer atendiendo a unos cuidados. No es lo mismo que un día vaya a grabar a tu casa una persona con la que solo has tenido una llamada a que venga alguien con el que te has echado tres cafés y se han reído juntos.

¿Fue fácil? Lo pregunto porque podría haberse centrado en la imagen habitual pero ha decidido fragmentar el documental.

Más que fácil o difícil el hecho de fragmentar la narración partió de una necesidad de ser lo más honesto posible. Muchas veces desde la Historia como disciplina se ha tendido a construir proyectos mastodónticos que pretenden abarcar el total de una población en un periodo determinado «la historia de la transexualidad en los años setenta», «la historia de los gays en los ochenta»… Y es sencillamente imposible lograr algo así porque nunca tendremos acceso a tal cantidad de relatos, porque siempre quedarán perspectivas por tratar. Cuando muchas veces se planeta hablar de la Historia LGBTIQ+ de Canarias se suele caer en retratar exclusivamente las capitales: en la recopilación de datos empíricos es inevitable que el tono del discurso lo marquen Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, porque es de donde más se ha podido extraer. Así mismo el propio colectivo es profundamente complicado de abarcar, porque no debemos olvidar que la orientación sexual y la identidad de género son espectros: puede ser que una persona cambie alguno de estos dos aspectos a lo largo de su vida. Muchísimas otras, sobre todo durante la dictadura, no salieron del armario por tanto cuando se habla de personas LGBTIQ+ en un periodo determinado hablamos inherentemente de las que fueron visibles, lo cual ya no abarca todo el colectivo. Por esto elegí una narración fragmentada en capítulos que abarquen una historia en concreto. Calima rosa nunca pretendió ser una crónica de la disidencia sexual y de género en Canarias, sino mostrar historias particulares: por ejemplo no habla de las mujeres trans, habla de la historia de Nena que coincidirá o no en algunos aspectos con otras mujeres trans. Esta estructura es la más honesta que encontré para dar igual peso a todas las islas y refutar mi imposibilidad como autor de englobar una historia conclusa sobre un colectivo entero.

Se aleja también Calima rosa de los estereotipos destacando que cada realidad de los y las disidentes es distinta a otra. ¿Buscaba transmitir esa sensación?

Sí, totalmente. La diversidad es un valor que se muestra de forma constante durante todo el largometraje. Cada protagonista presenta un conflicto y una resolución particular; el tono de cada historia es único y cada una de las islas por las que transcurren los capítulos son diferentes. Cada historia muestra un micro mundo donde las dinámica sociales, el entorno y las facilidades y complicaciones de los protagonistas por adaptase a este son diferentes. También hay mucho ejercicio de hiperestilización en la forma de narrar debido a la naturaleza de la historia que tratáramos. La Palma es un bloque que habla sobre la pérdida a través de un transformista. Ese capítulo es en blanco y negro porque remite al cine clásico de Hollywood de las grandes divas. Se ve en varias escenas cómo el protagonista se maquilla en su ‘camerino’ como parte de un acto de luto. Esas licencias artísticas las pude tomar gracias a la estructura capitular de la película.

Muchas personas podrán opinar que la falta de cohesión de estilo y la diferencia de tono entre los capítulos es algo negativo pero fue parte de una decisión consciente que busca refutar la idea de diversidad y que, por otro lado, creo que será interesante para los espectadores ya que al ser tan distintas las historias es inevitable que cada uno sienta mayor conexión con una de ellas.

¿Qué ha aprendido de quienes retrata en su largometraje?

Hasta que dirigí Calima rosa no fui consciente de lo sanador que podía ser para algunas personas el sentirse escuchadas. Han sido muchas las conversaciones telefónicas con los protagonistas donde me han confesado lo trascendental que ha sido para ellos el tener un espacio para mostrarse y decir cosas que llevaban años esperando para que fueran oídas.

Pasar una sola tarde con cada uno de ellos es toda una enseñanza de vida; recuerdo con mucho cariño las tardes que pasé con Nena en La Madrileña, mítica cafetería de Santa Catalina, donde conocí a muchas mujeres transexuales que vivieron la represión. Era impresionante el sentido del humor que tenían; podían hacer bromas de cualquier cosa. Aunque no todo lo que conocí fue resiliencia, era fácil observar muchas tendencias en ellos provenientes del maltrato sufrido como, por ejemplo, mirar siempre atrás por si alguien se ríe de ellos o que me confesaran cierta apatía o falta de fe a que el futuro fuera mejor.

Por eso yo también huyo mucho de la figura del referente. Creo que la palabra referente tiene una especie de presunción de perfección que como sociedad anhelamos debido a una falta de modelos a seguir en el ámbito político. En mi documental se muestran seres imperfectos que se reafirman en su condición humana de imperfección; por supuesto, creo que podrán ayudar a muchas personas pero no desde una verticalidad que parte de convertirlos en ejemplos sino desde una vista horizontal en el que el ejercicio de compartir se convierte en un acto de su generosidad mostrando sus historias.

¿Qué diría a quiénes critican revolver en el pasado o incluso niegan la Memoria Histórica y, sobre todo, cuál es el trasfondo por el que sucedió y se asesinó o maltrató a tanta gente?

Pienso que nadie está en contra de la Memoria; todos la necesitamos porque se requiere para construir un discurso sobre quiénes somos. Si uno se da cuenta, muchas de las personas que reniegan sobre la Ley de Memoria Histórica sienten especial sensibilidad con días como el 12 de octubre o los casos de ETA. Esto demuestra que realmente hay Memoria pero solo aquella que no manche directamente ciertos ideales que siguen sosteniendo. No debemos olvidar que la transición española tuvo lugar desde la idea de pacto y no desde una restauración, cosa que dio como resultado que muchos apellidos vinculados con el antiguo régimen sigan teniendo relevancia a día de hoy. Por tanto cuando se critica desde esa perspectiva a documentales como el mío se hace desde un claro posicionamiento de considerar que no todos tenemos derecho a recordar, algo que es profundamente injusto. A quienes tachan de innecesarias e ideologizadas piezas que hablan sobre las violencias ejercidas por el régimen no les diría nada: si no han entendido aún que la prosperidad de una sociedad se construye revisando los errores del pasado no creo que lo empiecen a entender porque un director de 24 años se los diga.

Me parece más útil dirigirme a quienes consideran que el acto de revisar la Memoria constituye una cualidad democrática. Les diría que no tengan miedo, que aún hay personas vivas con muchas secuelas emocionales que agradecen que hayan piezas como las que estamos creando.

Muchos de quienes niegan la Memoria, por edad, son próximos a su generación.

Se suele asociar el pensamiento progresista con los jóvenes y el conservadurismo con los mayores, cuando realmente muchas veces ocurre lo contrario. Por ejemplo, cuando uno tira de hemeroteca y estudia la Falange descubre que muchos de los que la formaban eran jóvenes. De igual manera muchas personas mayores que han vivido el cambio de un sistema a otro en este país valoran mucho más la democracia y tienen mayor capacidad para analizarla.

Sin importar la edad, creo que lo que determina en mayor medida que alguien se vea más próximo a este tipo de ideologías es el privilegio. Yo como persona LGBTIQ+ es casi inviable que defienda una ideología que aspira a la aniquilación de sujetos como yo. Igual que las personas racializadas, mujeres, personas en riesgo de exclusión social... Por tanto, hay una clara tendencia a que la mayoría de quienes tienen cierta nostalgia por el franquismo sean sujetos que se traducirán como privilegiados en aquel sistema. Aunque, por desgracia, también hay quienes sin ser el eslabón de mayor privilegio en ese sistema lo apoyan. Eso se debe a la combinación del magistral y perverso uso de la ultra derecha y los medios de masas actuales sumados a una deficiente divulgación del valor de los derechos humanos y la democracia en la educación.

¿Por qué se dedica al cine?

Porque ha tenido una importancia fundamental en mi vida. No le miento cuando digo que el recuerdo más vívido que tengo de primero de la ESO fue cuando vi Fando y Lis, de Alejandro Jodorowsky, en mi casa. En aquel año solo hubo bullying y profesores que me enseñaban cosas que no me interesaban como los ríos de España; ver una película surrealista donde Diana Mariscal se comía una flor era algo que me interesaba profundamente más.

El cine siempre fue un espacio que me demostró que el mundo era más grande de lo que creía. Siempre me sentí un poco como la frase de Aire, la canción de Mecano, cuando decía «este cuarto es muy pequeño para las cosas que sueño». Y es que veía a mi alrededor un mundo limitante, donde las barreras eran casi tangibles. Es algo impresionante de decir porque no dejaba de ser un niño pequeño que no conocía mucho del mundo pero ya podía sentir muchos de sus condicionantes, pero el momento en que veía cine descubría que la visión humana y en consecuencia su entorno se hacían mucho más grandes.

¿Cuáles son sus referencias?

Muchos y muy variados. En el ámbito del documental muchos cineastas africanos me inspiran, como el congoleño Dieudo Hamadi, el centroafricano Elvis Sabin Ngaïbino o la argelina Habiba Djahnine. Dentro de la ficción me gustan directores de Asia como Apichatpong Weerasethakul y Pen-Ek Ratanaruang, de Tailandia; Kim Ki-duk, de Corea del Sur, o Tran Anh Hùng, de Vietnam. Y también me inspiran directores nórdicos y centroeuropeos como son Lars von Trier, Michael Haneke, Ulrich Seidl o Béla Tarr.

¿Quedan historias sobre el colectivo LGTBIQ+ por contar?

Por supuesto. En líneas generales, creo que aún hay una falta de representación muy grande de historias de personas de dentro del colectivo. Por ejemplo, dentro del cine de los llamados ‘sures globales’ o ‘cines periféricos’, que a mí es un término que no me gusta mucho. Pero bueno, sí creo que quedan muchas historias por contar ¿Cómo es la realidad LGBTIQ+ en África, en el Sudeste Asiático, etcétera? Son muchas las realidades sociales que desde este lado del charco aún desconocemos y creo que cambiaría mucho nuestra perspectiva eurocéntrica el conocer de otros contextos. También las personas que habiten una realidad interseccional, como es ser LGBTIQ+ o queer y ser asimismo racializado, o ser una minoría religiosa o ser neurodivergente. Todas esas realidades que abarcan más de una disidencia deben ser mostradas también.

Incluso las personas mayores. Muchas veces parece que en el cine LGBTIQ+ solo hay historias de chicos o chicas monísimas de 25 años. A veces da la impresión que no existen gays o trans de 80 años. Y ya no solo con el colectivo del que hablamos: cuantas más diversidades abarque el cine más interesante será el discurso social y más podremos aprender los unos de los otros.

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