Pasado y futuro de un arquetipo

Para Freud, el padre representa el orden y se enfrenta a la comunidad edípica madre-hijo

Pasado y futuro de un arquetipo

Pasado y futuro de un arquetipo

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

Hagamos un excursus por las siguientes figuras literarias y zoológicas.

Don Vito Corleone. Dice del personaje el antropólogo y crítico James Thomas Chiampi (Resurrecting The Godfather. The Society for the Study of the Multi-Ethnic Literature of the United States, 1978): «Don Corleone es un gran líder, bárbaro, un hombre que sitúa la amistad, la lealtad, y la familia en lo más alto de la lista de virtudes, que tiene un código de honor y decoro, que lo hace despreciar el tráfico de drogas, y que valora su palabra manteniéndose en una antigua moralidad sexual». Completemos el arquetipo con Jane Austen, en Orgullo y Perjuicio (1813); empieza la novela así: «Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa». Y otro, Ulises, el Odiseo, guerrero en Troya y que, como padre, salió de Ítaca durante veinte años dejando a la prole a su suerte, ejemplo seguido hoy por innúmeros machos humanos. Esos son arquetipos de hombres, de hombres padres.

Son muy conocidos los estudios de la primatóloga Sarah Hrdy sobre los machos de primates langures Hanuman, quien descartó que el infanticidio de los machos sobre las crías fuera consecuencia del hacinamiento de las colonias de langures, y averiguó que era una estrategia sociobiológica, una táctica evolutiva en la que un macho externo mata a todos los bebés dado que si son lactantes las madres no ovulan hasta un año después, y el macho las necesita antes. Las hembras son presionadas para ovular, pues, y pasan a reproducirse con los machos infanticidas (The Langurs of Abu: Female and Male Strategies of Reproduction, 1975). Entre otros animales, como los perros de las praderas, se ha observado una tendencia semejante al infanticidio por motivos de género. John Hoogland, en Infanticide in Prairie Dogs: Lactating Females Kill Offspring of Close Kin, publicado en Science, en 1985, describe que en los perros de las praderas el infanticidio ocurre durante el primer año, en más de un tercio de la población joven, bien sea por una hembra lactante que se encuentra en la misma área y pariente de la madre victimizada, bien sea por machos merodeadores; es decir, machos invasores. Se supone por los etólogos que entre los beneficios de esta acción está el eliminar futuros competidores, aumentar el sustento disponible, o hacer que las madres victimizadas se conviertan en buenas ayudantes.

Entre los humanos ha sido muy practicado el infanticidio sobre todo femenino, debido a la regulación demográfica que implica el tener menos mujeres y, por tanto, menor índice reproductivo. La forma de ejercicio del infanticidio era el abandono, la asfixia o el sacrificio. En la antigua Roma al recién nacido se le llevaba al Pater familias, quien decidía si el niño viviría y sería criado o sería declarado expósito y se le dejaba morir. Estudios como el de Joseph Birdsell estiman un porcentaje de infanticidio de entre el 15 y el 50% del número total de nacimientos en la prehistoria (Some predictions for the Pleistocene based on equilibrium systems among recent hunter gatherers, 1986). Otros antropólogos hablan de entre el 15 y 20% o, en el paleolítico, habla Marvin Harris del 50% de feminicidio en infantes. Hay verdaderos episodios crueles como en el siglo XII cuando las mujeres romanas tiraban a los recién nacidos el río Tíber. En Kamchatka, mataban a los bebés tirando el cadáver a los perros salvajes. En Siberia cuando había partos dobles se sacrificaba a uno de los gemelos. En Georgia, entre los svans, mataban a los neonatos femeninos llenándoles la boca con ceniza caliente. En Japón los asfixiaban con papel mojado tapando boca y nariz. En la región del Río Darling el infanticidio era practicado por un golpe en la nuca, por estrangulamiento con una cuerda, o por asfixia con arena. En Hawai y Polinesia los enterraban vivos. Actualmente, la legislación mexicana en el Código Penal Federal permite la muerte del infante hasta 72 horas después de su nacimiento. En la mayoría de las ocasiones lo que se practica es feminicidio.

Fue Claude Lévi-Strauss, en Les structures élémentaires de la parenté, 1949, su tesis doctoral, quien abrió paso, apoyado en el psicoanálisis, el tabú del incesto y el estructuralismo dialéctico, a la teoría de la alianza, o del intercambio generalizado. En las sociedades primitivas se implantan reglas y prescripciones matrimoniales, y en base al tabú del incesto, se produce un fenómeno universal que presiona hacia la práctica de la exogamia. El tabú del incesto obliga a un hombre a renunciar a sus hermanas, y las entrega a hombres de otros grupos de parentesco, estableciéndose un circuito donde las mujeres son transferidas de un grupo a otro. Las mujeres, pues, eran la moneda de cambio entre padres y hermanos de distintas tribus, que se asociaban al convertirse en suegros y cuñados, y resultaron sometidas para preservar la supervivencia grupal y evitar la lucha de todos contra todos.

Resulta muy interesante el estudio al respecto de la antropóloga francesa Françoise Heritier, sucesora intelectual de Lévi-Strauss, quien postuló que la violencia machista no tiene nada de natural: «La humanidad es la especie más estúpida: es la única donde los machos matan a sus hembras». Abstraía Heritier esta actitud de una ferocidad natural y la atribuía a un exceso de cultura patriarcal.

Heritier se preguntó por qué no ocurría al revés y eran las mujeres las que intercambiaban hombres, en una propuesta simétrica a la de Lévi Strauss. Heritier se alejó de la propuesta de Lévi Strauss y fue a Burkina Fasso, entre los Samo, etnia mandinga, y estudió el incesto de segundo tipo, es decir, entre una madre y una hija con un mismo amante. Heritier advirtió que la capacidad reproductiva de las mujeres les permite producir niñas y niños. Es esa facultad la que asombraba a los hombres que inmediatamente instauraron el control, y se apoderaron de los vientres y de la sexualidad de las mujeres. Heritier desmontó las afirmaciones de Lévi Strauss preguntándose por qué el tabú del incesto se practicaba entre familiares políticos (cuñados o nueras), y no sólo entre parientes carnales, señaló la diferencia de los sexos, y también la no prevalencia natural de uno sobre otro. Es la capacidad reproductiva de las mujeres la que provoca el uso de la fuerza masculina para controlar. Heritier recalcaba que ningún macho animal agrede a sus hembras, aunque sí que matan a las crías para interrumpir la lactancia y volverlas sexualmente receptivas. Es, pues, el exceso de cultura patriarcal el que produce la violencia contra la mujer.

Las descripciones psicoanalíticas se basan en estructuras psíquicas nada desdeñables. Para Freud el padre es quien representa la función del orden, y se enfrenta a la comunidad incestuosa, edípica, de la madre-hijo. El humano construye, pues, las leyes masculinas, las tablas de la ley de Moisés (Moisés y la religión monoteísta, 1939), o las bienaventuranzas de Jesucristo ante sus seguidores, de parte siempre del arquetípico dios supremo, fuente del orden. Todo se materializa en la ley de la prohibición del incesto, que Freud había desarrollado en 1913, en Tótem y Tabú, donde se explica que el primer padre, el padre primitivo, era el mítico padre violento, egoísta, amo de todas las mujeres y desterrador de sus mismos hijos desde que podían ser contrincantes suyos. A través de una historia típica, que en Jung se convierte en arquetípica, se llega a la muerte del padre, al que canibalizan si hace falta, apropiándose de su fuerza. La comunión cristiana es una simbolización cultural de esa pulsión.

En Jung, el arquetipo del padre se define como generador de disciplina, responsabilidad, voluntad, estabilidad y autoridad, y en un sentido negativo en tirano y opresor. Cuando ocurre lo negativo baja la autoestima de la prole, y se genera ira y rebeldía. En positivo la sociedad se ordena.

Ante la revolución de las nuevas tecnologías comunicativas, el arquetipo paterno de orden se ha trasladado a las redes sociales, la familia se disgrega, las escenas de reuniones familiares en las que la mayoría de los miembros están pendientes del móvil, anulan la figura paterna, anulan el origen del orden, y lo trasladan a las noticias que permite y genera el Estado. Se genera un plasma sin guía, simbólico, en el que la familia pierde fuerzas, la procreación se disparata, la gestión de los placeres pasa a ser legislada y sale de las estructuras naturales de los tabúes familiares, las asignaciones culturales de género se desdibujan, intercambian y atacan con fuerza neutralizante los roles de lo masculino y femenino. Si la mujer abandona el rol reproductor desaparece esa apropiación por la fuerza cultural del hombre hacia ella, que decía Heritier. Y estamos en el progenitor A, B, C y todo lo que pueda venir.

El padre ha muerto, o está a punto de hacerlo. Es la segunda parte del Dios ha muerto nietszcheano. Y, por ende, también la madre. Ahora será cada vez más propio ser hijos del Estado. Solo algún periodo intermitente de guerra puede instaurar el pólemos pan pater esti, pero cada vez, en tanto vamos hacia un Rey del Mundo, también iremos hacia una pérdida de roles que serán entregados al Estado omnipotente. Al Ser Superior, que ordenará a todos sus individuos por castas, en tanto el Padre quedará en el mundo de los sueños como un viejo símbolo irreconocible, desdibujado, y convertido en el Gran Hermano, el que, por fin, lo mató, como en el mito freudiano.

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