La mirada anterior de Isidro Hernández

‘La vida anterior’ explora la relación entre el mundo físico y la interioridad espiritual

Isidro Hernández. | | ELD

Isidro Hernández. | | ELD / Paula chinea delgado

Paula chinea delgado

La vida anterior reúne la poesía más reciente de Isidro Hernández (Tenerife, 1975). Conocido por libros como Trasluz (2000), El árbol blanco (2002) o El ciego del alba (2008), que recibió el VII premio internacional de poesía Emilio Prados, y al que siguió el volumen de notas El aprendiz, Isidro Hernández fue profesor en la Universidad de Bretaña Occidental entre 2001 y 2003 y actualmente trabaja como conservador jefe de la Colección TEA (Tenerife Espacio de las Artes). Son conocidos igualmente sus trabajos sobre Óscar Domínguez y otros artistas y escritores canarios, especialmente de las vanguardias históricas.

Este nuevo libro está integrado por tres secciones: la que da título al libro, Camino hacia los palmitales y El encanto de acerico. Los poemas presentan un concepto y un vocabulario que nos hacen recordar la irracionalidad del vanguardismo, aunque sin excesos innecesarios. Las tres secciones constituyen diferentes aspectos —o más bien intenciones— de la visión poética, pero no distan mucho entre sí. La primera, La vida anterior, parece aludir a un espacio anterior al tiempo, la vida de la inmensa naturaleza, y para ello se recurre constantemente al pasado mediante el uso de verbos en este tiempo y, además, con frecuentes referencias a la infancia, para la que el tiempo es una dimensión todavía ignorada. Hacen ya su aparición, aquí, ciertos localismos muy explícitos respecto a un espacio muy concreto e inequívoco («guanche», «tabaibas», «palmas», «cernícalos»), y hasta con topónimos inconfundibles (Anosma, Cabezo del Tejo). En Camino hacia los palmitales, la segunda sección, se acentúa el tono metafísico ya con referencias a la naturaleza algo más simbólicas y esencialistas, que llegan a la interrogación de la propia materia y al mundo animal («libélulas color mostaza», «la victoria animal sobre los hombres»). En la tercera sección, El encanto de acerico, podemos ver que se mantienen las referencias espaciales, así como el tono metafísico y reflexivo de los poemas de las dos secciones anteriores. Observamos, sin embargo, una mayor presencia de la segunda persona («te preguntas», «no imaginas», «me decías», etc.), como si el autor personificara al receptor del poema, desdoblándose; resulta obvio que, en muchos casos, la voz poética habla consigo misma, un recurso muy frecuente en la expresión lírica.

Con razón afirma José Corredor-Matheos, en el epílogo al libro, que las referencias espaciales, en estos poemas, «trascienden la realidad inmediata». No se trata propiamente de paisaje (que es, no lo olvidemos, un concepto cultural), sino de una suerte de geología y hasta de una geognosia poética, por las cuales el ser humano alcanza a intuir lo que el poeta venezolano Eugenio Montejo llamaba la «terredad», la condición terrestre de la existencia, fuertemente ligada a la naturaleza, y a una naturaleza concreta. Es la naturaleza por la que el poeta transita y donde se pregunta por la existencia humana en el tiempo. En una nota de contracubierta lo señala claramente Andrés Sánchez Robayna: es una naturaleza «desnuda, esencial, anterior al tiempo, […] ese mundo que está en la raíz de toda existencia, y cuyo latido debemos recuperar». Melchor López, por su parte, apunta que estamos ante una poesía «míticogeológica, porque no sólo conoce las vistas exteriores del paisaje sino también el interior de la Tierra desde el comienzo».

En unas declaraciones recientes, Isidro Hernández subrayaba que, en este libro, «el poema se deja atravesar por la naturaleza a la manera de un cordón umbilical que por momentos nos devuelve a la tierra del origen». Los poetas canarios, en efecto, han sido muy sensibles a la «tierra» en su dimensión espacial, quizá por la condición insular misma. Pero de la tierra concreta pasan a una «trascendencia», a la sobrenaturaleza, es decir, a una dimensión metafísica. En las declaraciones mencionadas, nos interesan especialmente unas palabras del autor en relación con este asunto. Llega a exponer que en las generaciones de escritores y pintores que han trabajado por Canarias, muchos han laborado en una tradición metafísica, que da enorme fuerza a la poesía, ya se trate de la pura exaltación natural, ya de la elegía por la erosión del medio, ya como ámbito del vivir, en la medida en que el poeta siente y piensa la naturaleza en su condición ontológica, a partir de la relación entre la exterioridad física y la interioridad espiritual. El autor concede gran importancia a esta experiencia del espacio natural en la actualidad, e incluso sostiene que no es realmente posible considerar esta importancia o esta influencia sin primero valorar el efecto ejercido en épocas anteriores, en otras generaciones de escritores o artistas canarios: barrancos, mares, riscos, roques, etc., a los que Hernández suma ahora palmitales, aguilillas, tabaibas y «dragones» (su manera de aludir a los dragos). Otras veces, como es común en la tradición canaria, se habla del agua y del mar, de las orillas, las playas y las arenas, sin que falte la luz, una luz en el tiempo, la luz sin tiempo de la infancia; una luz de «desnudez» o de «locura», alguna vez con referencias clásicas o mitológicas («Orión», «Saturno», «cíclope»).

La vida anterior es un libro que tiene entre sus méritos el ahondar en una tradición, la de la poesía canaria, plagada de símbolos y de voluntad de trascendencia. Un libro que, además de insertarse en la modernidad, continúa la tradición insular (al menos desde los modernistas, con más de un precedente) de exploración en la naturaleza, pero que lo hace con los medios de la modernidad poética. Libro breve pero lleno de significado para reconectar con la tierra natal o para conocer la realidad natural del archipiélago desde una perspectiva peculiar y exigente. Un libro, en suma, que se propone, y consigue, llevar hacia adelante una tradición.

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