Azote de la corrupción

Se cumple medio siglo del estreno de ‘Serpico’, el ‘thriller’ que aupó a Sidney Lumet a la cima de una de las generaciones más combativas del viejo Hollywood

Al Pacino entregó a Sidney Lumet el Oscar honorífico que le concedieron en 2005. |

Al Pacino entregó a Sidney Lumet el Oscar honorífico que le concedieron en 2005. | / Claudio Utrera

El estreno hace cinco décadas de Serpico (Serpico), un thriller que marcaría tendencia en el Hollywood de los años setenta, trajo consigo, en primer lugar, una profunda revisión de los patrones tradicionales de un género —el noir— de clara matriz popular y, last but not least, la consagración definitiva de una de las batutas más acreditadas del cine estadounidense del siglo XX: el prolífico e inconformista Sidney Lumet (Philadelphia. Pensilvania, 1924/Nueva York, 2011). Como valor añadido la película, escrita al alimón por Waldo Salt y Norman Wexler, a partir del libro biográfico homónimo de Peter Maas, cuenta con el protagonismo absoluto del gran Al Pacino, una de las figuras imprescindibles del arte de la interpretación en el cine norteamericano de las últimas décadas, asumiendo el papel de Frank Serpico, el incorruptible, tenso y descreído detective italoamericano en lucha permanente contra la corrupción que se respira en cada rincón de su departamento en el corazón del Greenwich Village neoyorquino.

A partir del sólido guion de Salt y Wexler, Lumet construyó una película extraordinariamente hábil, salpicada de momentos gloriosos y de situaciones poco habituales en el género, articuladas a través de unos diálogos plenos de ingenio y dinamismo mientras Pacino logra aprovechar al máximo las posibilidades que su atípico y complejo personaje le brinda para bordar un brillante festival interpretativo, secundado por un excelente ramillete de secundarios cuyo gran mérito radica en haber incorporado, sin efectismos ni sobreactuaciones, unos individuos extremadamente reales, firmemente conexionados a una sociedad y a un tiempo determinados, las de unos personajes corrientes, de carne y hueso, abocados a una situación límite desencadenada por un policía empeñado en desvelar la enmarañada trama de corrupción que le rodea.

Muy lejos del estereotipo ampliamente difundido por Hollywood a través de innumerables producciones de serie B en las que siempre se pasaba de puntillas sobre los máximos responsables de la perversión del sistema, Serpico señalaba los senderos de un nuevo realismo donde la verdad circulaba con cristalina transparencia a lo largo de secuencias pobladas de datos muy verosímiles acerca de la correlación de responsabilidades que permite entender situaciones tan imbricadas en la sociedad norteamericana como las que se describen a lo largo de este sólido y sombrío testimonio de la delincuencia policial.

La presencia de una figura como la de Pacino en el reparto tras protagonizar, junto a Marlon Brando, James Caan y Diane Keaton, El padrino (The Godfather, 1972), de Francis Ford Coppola, y haber obtenido innumerables triunfos en los escenarios del off-off Broadway, contribuyó, sin duda, al enorme éxito popular de este formidable neo noir de 3.300.000 dólares de presupuesto y cuya recaudación, a día de hoy, ya ha alcanzado los 4. 000.000, convirtiéndose, con el paso del tiempo, en uno de los grandes títulos de referencia del género.

A partir de su glorioso debut con Doce hombres sin piedad (Twelve Angry Men), otra obra maestra de enorme precisión narrativa producida 16 años antes, Lumet vio cómo se incrementaba su prestigio merced a un puñado de filmes de marcado acento crítico que lo convertirían muy pronto en una de las figuras más influyentes de la llamada Generación de la Televisión, corriente que marcó significativamente las nuevas tendencias en el ámbito del cine estadounidense de aquellos años con figuras emblemáticas del panorama autoral en los USA como Arthur Penn, John Frankenheimer, Martin Ritt, Delbert Mann, Fielder Cook, Robert Mulligan, Stuart Rosenberg o Ralph Nelson.

Ganador del Oso de Oro de Berlín, Lumet fue en cuatro ocasiones candidato al Oscar a la mejor dirección; al premio de la Director’s Guild of America (DGA) siete veces. La DGA le concedió su galardón más eminente y prestigioso —el D.W. Griffith Memorial (una distinción que no se otorga todos los años)— a la trayectoria profesional y entre su abundante filmografía, encabezada por 12 hombres sin piedad (Twelve Angry Men, 1957), su sonoro debut en la gran pantalla, figuran joyas del calibre de Network, un mundo implacable (Network, 1976), Veredicto final (The Veredict, 1982), Piel de serpiente (The Fugitive Kind, 1960), El prestamista (The Pawnbroker, 1964), La ofensa (The Offense, 1971), Gloria (Gloria, 1998), Punto límite (Fail Safe, 1963), Distrito 34: corrupción total (Q &A. Questions & Answers, 1965) o El Grupo (The Group, 1966), la mayoría de las cuales recogen muchos de los aspectos más controvertidos de la sociedad estadounidense de la posguerra.

Obviamente, su carrera en el cine, tras su largo y laureado recorrido televisivo, no pudo tener mejor arranque que con 12 hombres sin piedad, película que, aunque escrita directamente para la TV por el escritor y dramaturgo Reginald Rose, Lumet convierte en una ágil, mesurada y excitante radiografía del sistema judicial estadounidense con su peculiar sentido de la puesta en escena. Once miembros de un Jurado popular están convencidos de que el acusado es culpable de asesinato. Sin embargo, el duodécimo no tiene ninguna duda sobre su inocencia ¿Cómo podrá este hombre convencer al resto del jurado de lo que para él es evidente? Ése es el tema molar de esta inolvidable obra maestra, producida por el propio Fonda y que integra, desde su estreno hace más de siete décadas, el cuadro de honor de los mejores filmes hollywoodienses de todos los tiempos.

Su ácida mirada sobre el papel desempeñado por EEUU en el escenario político internacional también formó parte de sus temas favoritos como director. En 1963, y a partir de un guion de Walter Bernstein y Peter George basado en el best seller homónimo de Eugene Burdick y Harry Wheller, Lumet dirige para la Columbia Punto límite. La película, interpretada por Don O’Herlihy, Walter Matthau, Henry Fonda y Larry Hagman, aborda el peligro real de una hipotética conflagración atómica entre las dos grandes potencias hegemónicas del planeta en plena guerra fría. Naturalmente, la sangre no llegaría al rio pero de la hora y media larga de tensión emocional a la que nos somete Lumet durante este electrizante thriller resulta muy difícil borrarlo de nuestra memoria.

En 1982 vuelve a arremeter contra el sistema judicial de su país con Veredicto final, uno de sus trabajos más absorbentes, protagonizado por un espléndido Paul Newman y con David Mamet como responsable del guion. Con cinco candidaturas a los Oscar, incluyendo el de Mejor Película y Mejor Actor, Lumet explora el drama de un abogado en declive al que se le ofrece llevar el caso de una grave negligencia médica, que, naturalmente, nadie confía que pueda ganar. Ante la perplejidad general, el letrado rechaza un apaño con la dirección del hospital y decide llevar el caso a los tribunales y con él, a todo el sistema legal. En el reparto, encabezado por el propio Newman, figuran estrellas de la solvencia de Charlotte Rampling, Jack Warden, James Mason y Milo O’Shea, un grupo excepcional de intérpretes que agrega aún más rigor y credibilidad a esta fascinante historia de denuncia y redención sobre la que, como en Serpico, no parece haber pasado el tiempo.

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