Entrevista

Emma Vallespinós: "El Harvard de la inseguridad es el patriarcado"

La periodista catalana debuta como escritora con 'No lo haré bien' (Arpa), una reflexión sobre el síndrome de la impostora

Emma Vallespinós, periodista y autora de ’No lo haré bien’.

Emma Vallespinós, periodista y autora de ’No lo haré bien’.

Judith Navarro

Las "noloharébienistas" son aquellas mujeres capaces, preparadas y talentosas que, si pudieran elegir un superpoder, escogerían el de la invisibilidad. Dudan de sus conocimientos y se convierten en sus peores enemigas, víctimas del titubeo. Emma Vallespinós, periodista interesada en literatura, maternidad, salud mental y feminismo; destripa el síndrome de la impostora en 'No lo haré bien', su primer libro. Un ensayo que nace la necesidad de dar respuesta a la inseguridad de tantas mujeres y que, sin tratar de venderse como autoayuda, ofrece una buena dosis de rabia y lanza un dardo envenenado contra el enemigo de siempre: el patriarcado.   

-Cómo feminista, ¿cómo vivió este año el día de la mujer trabajadora?

-La verdad es que este año ha habido muchísimo ruido político alrededor del 8M, pero no podemos dejar que esto eclipse lo importante, que es estar allí y seguir reivindicando. El feminismo en el que yo creo no margina a nadie ni pide partidas de nacimiento, nos agrupa a todas las mujeres. Sin embargo, me doy cuenta de que a nosotras, como movimiento, siempre se nos pide la ejemplaridad cuando, en realidad, es lógico es que surjan discrepancias y que no todas estemos de acuerdo. Eso no nos resta credibilidad ni fuerza. No podemos ejercer un feminismo modélico y sin fisuras, pero es algo que se nos exige más que a ningún otro grupo. 

-Dedicas gran parte del libro al síndrome de la impostora. ¿En qué consiste? 

-Fue descrito por primera vez en 1978 por dos psicólogas clínicas estadounidenses, Pauline Clance y Suzanne Imes. Y aunque al principio lo bautizaron como síndrome del impostor, más tarde comenzó a designarse en femenino al descubrirse que las mujeres lo padecían con mayor frecuencia e intensidad. Sus investigaciones demostraron cómo mujeres objetivamente brillantes y con carreras modélicas dudaban de sus propios logros y no se atribuían ninguno de sus méritos, sino que lo justificaban todo con golpes de suerte o coincidencias. El síndrome de la impostora es estructural, hemos aprendido a desconfiar de nosotras mismas. Yo lo suelo llamar "noloharébienismo" porque se manifiesta como una voz interna y te hace dudar constantemente de tu capacidad. 

-Usted misma lo padece, ¿cómo se sintió al ver que no era un defecto exclusivo suyo sino una problemática más colectiva? 

-Fue liberador. Ponerle nombre a las cosas y saber que existen más allá de ti te hace sentir acompañada. A raíz de la publicación del libro he conectado con muchas lectoras que me han confirmado que lo viven de forma parecida. Le pasa a mujeres jóvenes que se inician en el mundo laboral y también a veteranas con cargos de gran responsabilidad. Me abre los ojos saber que nos pasa a muchas, que no es un defecto mío y que no es mi culpa. 

-¿Influye en ello la falta de representación a nivel social y cultural? 

-Todo tiene que ver con la esfera pública y los lugares en los que tradicionalmente no hemos estado. Lo que se nos enseña en medios de comunicación, producciones culturales, cargos públicos… es lo que normalizamos. Y si no estamos, inconscientemente, terminas absorbiendo la idea de que no existismos. Hace años en las tertulias televisivas, por ejemplo, no había colaboradoras mujeres y nos parecía normal que no se incluyera su opinión. En la ficción tampoco importaban, solían tener una historia menor y eran salvadas por el héroe masculino. Cuanta menos representación más inseguridad, por eso todas deberíamos poder ser protagonistas y, cuando lo somos, que no se considere que son productos solo para mujeres, que se universalicen nuestras historias, nuestras vivencias y nuestros pensamientos como durante tantos años se han generalizado los de los hombres.

-La representación es importante, pero muchas veces la propia inseguridad es la que impide que las mujeres se muestren de forma pública y sean ese ejemplo que ayude a romper el síndrome de la impostora en otras. ¿Cómo se sale del círculo vicioso?       

-Una vez desde una productora me decían: "si nosotros la invitamos pero ellas no quieren venir, el resultado es el mismo, no hay mujeres en pantalla." Y al final pienso que la única manera es decir que sí a todo eso que en realidad quieres hacer, pero que la inseguridad te hace replantearte. Hay cosas que yo hago ahora que ni se me ocurrirían hace cinco años porque esa vocecita interna incapacitante no me lo habría permitido. No hay que esperar al valor, porque no llega solo, es cuestión de imponerse, a pesar del nerviosismo y el malestar. Solo así se puede luchar contra la frustración que provoca dejar pasar oportunidades que te mereces solo porque no te atreves a tomarlas, y no es justo para ti.   

-¿Cuál es el motivo por el que las mujeres sufren este síndrome con más frecuencia que los hombres?

-A ellos también les pasa, pero si padecen síndrome del impostor es más por un tema de personalidad y de inseguridad propia. En nuestro caso, en cambio, es algo que hemos aprendido. La realidad es que todo el mundo suele confiar en las capacidades de un hombre, mientras que a nosotras, la validez nunca se nos presupone y tenemos que luchar por demostrarla, día a día. La mejor escuela para aprender a dudar de nosotras mismas, el Harvard de la inseguridad, es el patriarcado. Desde pequeñas no nos hemos sentido como las voces expertas ni las protagonistas. Crecimos creyendo que ese no era nuestro rol. Ellos sí. Se espera que si se esfuerzan, trabajan y son buenos en lo suyo lleguen lejos, pero a nosotras nadie nos contó esa parte del cuento.

-¿Cómo se conecta esto con el "mansplaining"?

-A ellos nunca nadie les ha puesto en duda y eso se nota incluso en como hablan, en cómo se expresan o en cómo son siempre los primeros en dar su opinión cuando surge un tema de debate. El "mansplaining" es esa actitud de algunos hombres que, sin pedírselo, nos explican las cosas desde la condescendencia y el paternalismo. Se traduce en no dejarnos hablar, en interrumpir o en explicarnos cosas de las que nosotras entendemos y ellos no tienen ni idea. 

-¿Cómo hay que reaccionar ante estas situaciones? 

-Yo creo que se lo tenemos que hacer notar porque algunos lo hacen sin darse cuenta, lo tienen tan normalizado que no son conscientes de ello. De hecho, también he hablado con hombres que han leído este libro y que me han contado que se han sentido identificados con ciertas partes pero sin ellos pensar que actuaban de mala manera o que sus acciones eran mal recibidas. Los hay que lo hacen a mala leche pero también algunos están dispuestos a fijarse más en ello y en dejar de tener ciertas actitudes nocivas. Se lo tenemos que decir. 

-De hecho, tú no culpabilizas a los hombres, sino a un enemigo común llamado patriarcado. 

-Sí, y nos tenemos que enfadar con el patriarcado, con el mundo injusto en el que nos hemos criado y en el que a las mujeres nos han hecho ser la nota al pie. Para mí, la rabia es una herramienta súper útil.

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