CRÍTICA
Estefanía González, una virtud hecha poesía
'Dios en la ría' fue uno de los libros más sorprendentes e interesantes de poesía que se publicaron en 2022
Juan Carlos Abril
Dios en la ría, de la asturiana Estefanía González (Grado, 1970), fue uno de los libros más sorprendentes e interesantes de poesía que se publicaron en 2022. El año pasado, hubo muchos poemarios y bombazos superventas, orquestados por las grandes casas editoriales, los premios y las operaciones de marketing, pero si hubiera que elegir dos o tres libros de poesía de 2022, este sería uno de ellos. Justifico esta decisión por la singularidad de esta voz, desconocida por lo demás en el panorama, y que ahora viene a situarse entre los poetas más destacados de la actualidad. El cliché lingüístico en el que ha desembocado la poesía española es un callejón sin salida que no respira. Necesita airearse y buscar otros referentes que le den nuevo aire.
La mirada sincrética marca taxativamente Dios en la ría y, por consiguiente, una manera de entender el mundo y percibirlo. Nos asomamos a una sensibilidad a flor de piel y a los destellos de la posibilidad entendida como grado que va de menos a más y nunca desde el todo o la nada. La gama de los grises es amplia y se mezclan las ideas, los sentidos y las interrelaciones de las cosas con nuestra óptica, que se enriquece creando imágenes de imágenes, una red que se conecta por sus nervaduras y filamentos hasta límites insospechados. No se trata de una carencia o un déficit, sino de una virtud hecha poesía.
Dividido en dos secciones bien distintas temáticamente, y unidas por el mismo impulso épico, Cuerpo desnudo del invierno y Cuerpo de padre, las sinestesias y las hiperestesias crean múltiples sensaciones: "Se hunde la mirada en el barro,/ en la frente la carga del cansancio./ Me arrodillo" (27), y "No hay bajo el cielo blanco/ un grumo de aire más sufriente que este./ En la mano lo tengo y entro en él/ como en el infierno" (31). La poeta reúne en el texto la conciencia de un todo fragmentario. Las piezas se van articulando y surtiendo de diversas formas, pero no tal y como vienen sino tras una elaboración emocional previa, lingüística después, para devolvérnoslas en una composición bella desde su raíz romántica, que abre nuestra percepción y nuestra capacidad de sentir. Si un poema no descubre nada, no cumplirá la principal función que se le ha encomendado a la poesía. "Devoro el aire/ Me como el cuerpo recorrido por la sangre" (32). Extraordinario.
Fuerza onírica
En su acendrado prólogo, Jordi Doce resalta acertadamente la fuerza onírica del volumen, léase "Sueño sin sueño./ Paladar tenso" (39), motivo a partir del cual se entrecruzan estremecimientos y pensamientos, conjeturas y verificaciones, hipótesis y teorías. La perspectiva del niño permanece como fuente de inspiración y regocijo, con todas sus contradicciones, como en Obrador (41-42). Se superponen las palabras, con lo que llevan dentro, entrelazando conceptos sea para yuxtaponerlos o para unirlos, presentarlos en paralelo o dotarlos de ludismo, nombrarlos y, en definitiva, contemplarlos, pues el canto surge de la estupefacción (28) y del recuerdo, otro de los motores de este poemario, un presente continuo que se erige en crisol de lo que se echa de menos y, a la vez, se enaltece: "No es real el verano de los bosques./ Un sueño de tibieza es/ extendido sobre el mundo./ Hipnosis de torcaces,/ suavidad de esta piel./ No es posible el verano/ desde el invierno" (44).
En la segunda parte asistimos a una suerte de planh (composición o lamento fúnebre) por el padre. La poeta no deja de imaginar épocas mejores ante su decrepitud. El tono luctuoso ante un cuerpo que se derrumba no impide que se exalte al progenitor como el gran símbolo y figura de la infancia que fue: "Es mi padre. El gran nadador./ Es un mago./ Se interna en un mar sin espuma" (73). Todo ello aderezado desde la brevedad y la concisión: un pincel fino que se centra ahora en un tema para ir presentándonos variaciones, a modo de cuaderno de viaje y bocetos.
Poco podemos agregar a un libro ciertamente luminoso y necesario en el invierno de la poesía española contemporánea, pero que con esquejes como este no hay dudas de la profunda renovación que se está produciendo en su seno, combinando tradición y vanguardia.
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