Literatura | Día de las Letras Canarias

Félix Francisco Casanova, el agua y la sed de los nuevos poetas canarios

Este 21 de febrero, el Día de las Letras Canarias reivindica la figura del músico y escritor que falleció en 1976

El músico y poeta Félix Francisco Casanova fotografiado por su hermano.

El músico y poeta Félix Francisco Casanova fotografiado por su hermano. / José Bernardo Casanova

Félix Francisco Casanova (1956-1976) fue un poeta canario cuya vida discurrió entre poemas, tardes con sus amigos, discos, charlas con su padre y su hermano, películas y novelas. Hijo del poeta y militante del partido comunista Félix Casanova de Ayala, y de la pianista Concepción Martín Díaz, anheló ser músico casi desde que tuvo uso de razón. Aunque murió joven, su producción fue extensa —El invernadero, Una maleta llena de hojas, El don de Vorace y otros títulos que se editarían más adelante— y ganó numerosos premios como el Julio Tovar, el Pérez Armas de novela y otro que le otorgó el periódico La Tarde dos días antes de su muerte.

Cae la noche y una mano enralada escribe sobre la cama, en un cuaderno cuyo contenido luego leerá el mundo. Es 1974 y Félix Francisco se deja mecer por su propia escritura antes de caer en el sueño. Quizá esa tarde un montón de amigos se han apelotonado entre las paredes de su cuarto —Aureliano, Alfonso, Jesús, Antonio, Luis—, quizá esa noche está a punto de soñar con su querida y anhelada Catherine Deneuve. Los hechos se diluyen entre los meses. Si es enero, le habrán llamado chicas por teléfono, habrá leído algunas páginas de El Extranjero de Camus, a García Márquez, a Jaime Gil de Biedma, a Bioy Casares, a Kafka y a muchos otros.

Las obras de Félix Francisco Casanova en primeras ediciones.

Las obras de Félix Francisco Casanova en primeras ediciones. / Alexis de la Cruz Otero

Si es febrero, puede que ese día haya recitado El invernadero, su libro de poemas, en el Club La Prensa de El Día, «lleno de amigos y tíos que no he visto in my life», o que haya presenciado un incendio enfrente de su casa con una farmacia ardiendo, mientras miraba con los prismáticos a los bomberos y a las chicas que asomaban a los balcones. Si es marzo, puede que ese día Félix Francisco haya dejado a Inés, haya pasado tan cerca de Cari que no sabe como no la besó o haya visto Gritos y susurros de Bergman y descubierto que «a veces el silencio es el máximo dolor, pero otras es la cima de la alegría».

Aunque, si es abril, lo más probable es que el joven ávido de canciones y lecturas, haya tocado con Luis y su piano, haya terminado La caída de Camus, o haya subido con Ángel y Aureliano a La Laguna para tajarse con «un tío godo muy cojonudo que se pasaba el tiempo mirando un calidoscopio». También, siendo abril, puede que haya escuchado los Conciertos de Brandeburgo de Bach, porque lo cierto es que Félix Francisco no parece hacer otra cosa que pasarse el día entre libros, discos y películas.

El año 1974 está registrado en su diario a través de los libros y canciones que le rodeaban

Si la primavera está en pleno apogeo y estamos en mayo, quizá el joven poeta esté escuchando sus discos sin parar, «su verdadera colección de joyas», el Tat'too de Gallagher, Strapolation de McLaughlin, mientras lee A la sombra de las muchachas en flor de Montalbán. O puede que sueñe con columnas muy altas que se levantan en medio del mar. O quizá sea la noche en la que, con su hermano José y su padre Félix, hayan escuchado a Amazing Blondel. Si aprieta el sol y ya es junio, quizá haya leído de un tirón El túnel, de Sábato, o El lobo estepario de Herman Hesse o, más importante aún, quizá haya empezado a escribir una novela o recogido las notas de COU.

Si es julio, puede que sea el día en el que ha ganado el premio Julio Tovar, o el día en el que ha terminado su novela, El don de Vorace. Pero, si es agosto, lo más probable es que no esté en la cama de su casa, quizá en una de Madrid, Bilbao o Barcelona. O puede ser que ya volviera a las Islas y el verano del 74 haya terminado, que sea septiembre y siga escribiendo poemas, hablando con La Voz, releyendo a Hesse.

Aunque puede que sea octubre y el curso ya haya empezado, esté pensando en estudiar Filología Hispánica y también Moderna y teniendo sueños maravillosos. Si es noviembre estará escribiendo «pollabobadas», apuntando que «la Verdad es gilipolla, es mucho mejor la Mentira» o, por algún casual, puede que sea diciembre y esté «como un pez en el agua», viviendo su época en la que todo es fenomenal y «se desliza armónicamente». Y todos están bien, todos están all right.

Vida suspendida en el tiempo

La vida del poeta canario Félix Francisco Casanova se quedó suspendida en el tiempo, en un instante no, en muchos instantes en las cabezas de todos aquellos que lo leen y lo recuerdan. Su figura ha sido reconstruida en numerosas ocasiones: a través de recopilaciones de sus poemas, de las Obras completas de Demipage, de los testimonios de su padre, el también poeta Félix Casanova de Ayala, o de su hermano, el fotógrafo de su vida, José Bernardo Casanova.

La figura de Casanova sigue generando anhelos y sentimientos en los escritores jóvenes

Hoy, la voz de Félix Francisco se escucha con fuerza en la de sus herederos, esos poetas y escritores del Archipiélago que continúan su legado y que ven en él «un símbolo, el carácter de juventud eterna», tal y como explica el periodista y poeta tinerfeño Ricardo Marrero que, en títulos como A la sombra del fuego, dedica algunos de sus poemas al desaparecido Casanova.

Ricardo llegó a Félix —o Félix llegó a Ricardo— cuando encontró unos versos suyos mientras estudiaba la carrera y sintió que lo interpelaba. Ahí se comenzó a preguntar, con cierta decepción, por qué ningún profesor o profesora le había hablado antes de él. Se compró las Obras completas y las leyó una y otra vez, «sentía que Félix me hablaba, como cuando eres pequeño y piensas que todos los libros han sido escritos para ti», cuenta el poeta. De toda la producción de Casanova, el periodista tinerfeño destaca como el mejor de sus poemas la novela, El don de Vorace. «Puede sonar paradójico, pero para mí es aquí donde vemos las cualidades poéticas que podría haber alcanzado Félix Francisco Casanova. Dentro de sí lleva el germen de la poesía, desborda los límites del surrealismo», puntualiza.

Para Marrero, Félix era un gran poeta, pero ante todo y sobre todo era rockero. «Eso se traslada en su escritura: era un poeta rebelde, una pluma irreverente, mordaz. Un autor que trabaja desde Canarias con mirada isleña pero con vocación universal».

La relevancia del diario personal

En la misma línea, reflexiona el poeta y librero, Alexis de la Cruz Otero, la cara detrás de la librería conejera La Madriguera: «Más que como poeta o escritor, él se veía a sí mismo como músico, y era la meta a la que aspiraba en el futuro. Su padre, Félix Casanova de Ayala, otro gran poeta, el dentista del postismo, y quien mejor ha sabido captar su esencia, ya nos advierte en su prólogo a Yo hubiera o hubiese amado que, sobre los doce años, su hijo ideaba 'letras' en su incipiente inglés de bachillerato para ponerles música con su guitarra», relata.

El último poemario de Félix Francisco Casanova, premiado dos días antes de su muerte.

El último poemario de Félix Francisco Casanova, premiado dos días antes de su muerte. / Alexis de la Cruz Otero

En Yo hubiera o hubiese amado, diario de Félix Francisco publicado años después de su muerte por su padre, se puede apreciar como la vida del autor transcurre a través de los libros que lee, las películas que ve y la música que escucha. Entre líneas, pareciera que la vida real para él no fuera más que una abstracción a través de la cual su conciencia se ve obligada a discurrir, su cuerpo como un envoltorio casi inútil, mientras espera con un anhelo paciente la próxima canción, la próxima película, el próximo libro que caiga entre sus manos y lo ilumine.

De la Cruz Otero llega a Félix a través de un haiku anotado en este diario: ¡Qué alivio!... / Eres un árbol y/ no puedes seguirme. «Era la cita favorita de un antiguo amor universitario», cuenta. «Ya sabes, alguien a quien yo también hubiera o hubiese amado. De aquel lío en la facultad, mi amor por Casanova es lo que perdura».

El librero afincado en Lanzarote destaca este diario escrito durante el año 1974 como su obra favorita, «porque ahí puedes asomarte a un pedacito de su vida, a esas páginas cotidianas donde te habla de los libros que lee y de los grupos que escucha (...), y a la vez asistes, como un testigo privilegiado, a su proceso de creación poética durante todo ese año», explica De la Cruz, para quien uno de los rasgos más destacables de Casanova es su capacidad «de crear metáforas nuevas, algo que no está al alcance de cualquier poeta».

Yeray Barroso, que llegó a Félix Francisco cuando comenzó a estudiar Filología, es otro autor que conecta por primera vez con el joven poeta a través de su diario: «Entré a su obra por algo que se tiende a ver muy por debajo de la literatura», explica el poeta tinerfeño. «Es alguien con un espíritu joven con los mismos intereses e inquietudes que yo tenía en ese momento, que quiere leer todos los libros posibles, escuchar todas las canciones posibles, ver todas las películas que pueda. Su diario me ayudó a ver esas inquietudes que yo tenía», relata.

La escritora, profesora de Lengua Castellana y Literatura y presidenta del Ateneo de la capital grancanaria, Beatriz Morales, también destaca la relevancia de Yo hubiera o hubiese amado: «Su diario personal es una manifestación de otro género literario. Félix se está buscando y encontrando a través de sus propios pensamientos».

Morales, que conoció al poeta mientras cursaba sus estudios de Literatura Hispánica, además de hacer referencia a su diario personal, destaca los poemas bajo el título Ceremonia bajo el mar, que le recuerdan «esa canariedad naciente que tenemos al mirar al horizonte azul y también ese aislamiento asfixiante que nos rodea al ser una ínsula, que en parte es un fallecimiento identitario. Todo queda en el mar al final, porque necesitamos llegar a la orilla para alcanzar la esperanza. Él lo plasma muy bien en muchos de sus poemas».

La España más rebelde

Félix Francisco Casanova está en la Isla, en el mar y en el agua, pero su poética se desborda fuera de ella. «Yo lo que veo en Félix es a un autor muy joven, que casi que estaba empezando a escribir y justo en el momento de la ebullición se paró su obra porque se paró su vida. Lo más interesante que encuentro en él es que es como una fotografía de un momento de España. Reúne esas condiciones de una juventud que quería vivir con la máxima libertad posible, embeberse con todo lo que llegaba de todas partes», apunta Barroso.

El poeta tinerfeño recalca la rebeldía que va sembrándose dentro de él: «Lo veo muy dentro de su contexto en el sentido de que quiere derribar todo, las instituciones, todo lo que él ha tenido en su infancia en plena dictadura. Sin hacer política con su obra, se ve, por ejemplo dentro de su novela, como su personaje quiere derribar todas las jerarquías».

Alexis de la Cruz también destaca la facilidad de identificarse y de conectar con Casanova que presenta la juventud más transgresora: «Tiene una capacidad especial para establecer lazos profundos con sus lectores, sobre todo si lo descubres siendo joven».

En la misma línea, Morales reflexiona sobre lo que cuesta tener referentes jóvenes en la cultura y en la literatura canaria y la importancia de figuras como la de Félix en este sentido. La escritora y docente pone de relieve ese «imaginario muy similar al nuestro» que tenía el poeta y la inspiración que genera en jóvenes escritores como ella: «Gracias a él me inspiré y leyendo sus obras entendí por qué el premio de literatura canaria joven más importante [el del Cabildo Insular de La Palma] tenía su nombre. Tener un escritor joven como inspiración hace que escribas con más ahínco».

La poeta Tayri Muñiz dio con el autor porque su padre era un año mayor que él, vivían en el mismo barrio y se conocían. «Me hablaba de él, me contaba que iban a la Plaza de los Patos y se ponían allí a tocar». También se aproxima a su obra gracias al proyecto Música de Ozono de la banda Fuckin Four Factory, que ponía música a los poemas de Casanova.

Muñiz, al igual que el resto de poetas y escritores canarios mencionados, destaca la importancia de tener un referente como él, el referente de «un chico que escribe de una forma muy clara, poco críptica pero al mismo tiempo cargada de misterio y súper fresca, con muchísima sexualidad, muchísima sabiduría». Una fuente de inspiración parada en el tiempo, inasible, constante.

La figura de Casanova sigue generando anhelos y sentimientos que Marrero describe con desgarro y exactitud: «El de la culpa, por no estar a su altura, el del reproche por habernos dejado de forma tan temprana, y el de la deuda y desesperación. En unos versos le pregunto, ¿cómo continuarte ahora que te has ido? Y ese mismo poema, lo termino diciendo: 'Quiero beber de tu agua y de tu sed'. Hay una necesidad voraz de consumir a todo Félix Francisco Casanova y dejarme poseer por él», sentencia el poeta y periodista tinerfeño.

No habrá quién me enrosque/ quién tenga mi rollo, escribe Casanova en El invernadero. La pregunta, potenciada por el mito, se queda en el aire. ¿Lo habrá?

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