Una amistad entre dos gigantes de la historia de Europa

Tanto Negrín como Mann coincidieron en el tiempo y en el espacio de la formación de su carácter y personalidad en la Alemania de preguerra

Thomas Mann y Juan Negrín

Thomas Mann y Juan Negrín

Juan fernando lópez Aguilar

El viernes 3 de febrero tuve el honor de regresar a la Fundación Juan Negrín atendiendo la generosa invitación de su equipo director para compartir en voz alta una reflexión a propósito de una de esas dimensiones nunca del todo exploradas de una personalidad tan gigantesca y poliédrica como la de quien fue Presidente del Consejo de Ministros de la República en Guerra (desde mayo de 1937 hasta el final de la contienda, y luego en el exilio hasta 1945). Me reencontré en ese acto con entrañables amigos y seguidores de la actividad de esta Institución emblemática de la cultura y la memoria en LPGC, entre los que -me lo permitirán- hago singular reseña de su nieta, Carmen Negrín, y del abrazo afectuoso de José Miguel Pérez, mi relevo al frente del PSOE de Canarias e historiador destacado de esa etapa tremenda de nuestro trayecto colectivo que fue la II República y la rebelión facciosa contra ella en la que la Comandancia en las Islas resultaría tan decisiva.

El motivo sobre el que se me convocó, a propósito de una exposición de nuevas muestras de ese fondo de archivo inabarcable que su familia ha legado a la ciudad en que nació, orbitaba en la relación de respeto y mutua admiración entre Juan Negrín López (1892/1956) y Thomas Mann (1875/1955), escritor alemán y Nobel de Literatura en 1929. Se trata de dos vidas paralelas, prácticamente coetáneas, expresivas de una búsqueda personal y significativa de compromiso con valores de libertad, igualdad, justicia social y dignidad, y del coste personal que ambos hubieron de arrostrar por lealtad a sus ideas. Sabido es que Juan Negrín fue el primogénito de una familia acomodada que, vistas las expectativas que suscitaban sus extraordinarias facultades intelectuales, lo envió a estudiar a Alemania a la temprana edad de 14 años. Tras un tiempo en Kiel recaló en Leipzig, donde se doctoró en Medicina, tradujo trabajos científicos de primer rango y se insertó en las corrientes de pensamiento progresista en lucha por los derechos de los trabajadores e que encajaban sus valores, próximo al PSD alemán cuya fundación (1875) es pionera en Europa y la única que precede a la del PSOE (1879) por Pablo Iglesias Posse en una taberna de Madrid, Casa Labra. Thomas Mann fue también vástago de una familia burguesa, hijo de un empresario radicado en Lübeck para cuya sucesión fue educado desde la infancia. Tanto Negrín como Mann se desviaron, sin embargo, desde una edad juvenil, de lo que en apariencia era el destino privilegiado que les aguardaba, para ensayar, con vocación y riesgo personal, una aventura vital en la que se harían a sí mismos lejos del círculo social aventajado en el que vinieron al mundo. Negrín fue médico, científico, investigador, catedrático, alcanzando sin desmayo ni descanso la excelencia en los empeños acometidos en su educación alemana hasta alcanzar la madurez ya de regreso a España forzado a marchar de Alemania por la deflagración de la I Guerra Mundial (1914/1918), donde se involucró en las corrientes de pensamiento avanzado que le llevarían a afiliarse (1929) en el PSOE de Besteiro (heredero de Iglesias) y de Indalecio Prieto. También el desastre de la Gran Guerra europea marcó a Mann, quien se erigió, tras la capitulación alemana, en valeroso defensor de la República de Weimar (1919/1933), enfrentando con coraje el ascenso del nazismo que le forzó al exilio al llegar Hitler al poder (1933).

Tanto Negrín como Mann —del que se reimprimen sus obras maestras Die Buddenbrock (1901), Tod in Venedig (Muerte en Venecia, 1911) y Zauberberg (Montaña Mágica, 1924), entre otras— coincidieron en el tiempo y en el espacio de la formación de su carácter y de su personalidad en la Alemania de preguerras, principios de siglo efervescente en que ese país descollaba en ciencia y en literatura, en música y filosofía, en pensamiento y acción, precursora de acontecimientos transformadores e impulsos revolucionarios, pero en que palpitaba también el germen de la reacción ultranacionalista que abismaría al mundo en la peor y más sangrienta conflagración de la historia. Recién promovido Juan Negrín a la jefatura del Gobierno, mayo 1937, Mann publica un histórico artículo en La Nueva España [semanario de Buenos Aires]. Rendía público homenaje al heroísmo del pueblo español en su lucha contra el fascismo en los montes y pueblos de España, y por consiguiente tributo de reconocimiento al esforzado liderazgo del presidente Negrín en la República en guerra contra el enemigo frontal de los valores fundantes de la civilización europea desde la ilustración: la razón, la justicia, la radicalmente igual dignidad de todas las personas, la libertad y el pluralismo de las sociedades abiertas. Su artículo terminaba condenando la perversión del término “nacionalistas” bajo el que se recubrían los facciosos y fascistas dispuestos a fusilar hasta dos terceras partes de la población del país con cuyo nombre, España, invocaban ritualmente con abyección repugnante. Ambas trayectorias se cruzan, sin embargo, en la hora trágica de la República y en vísperas del precipicio por el que despeñaba Europa: Zürich, mayo de 1938. En esta ciudad suiza vivía exiliado el ya Nobel con su familia, más de una vez sacudida por el dolor de muertes trágicas (lo que delineaba, de nuevo, un hilo común con Negrín, que había sufrido la pérdida de sus dos hijas pequeñas, con lo su descendencia se condensó en tres varones). A Suiza acudió el ya entonces presidente del Consejo de Ministros en plena Guerra civil, intentando en la Sociedad de Naciones (antecedente de ONU), Ginebra, la internacionalización de la lucha contra el fascismo en España. Es sabido que Negrín encarna el genio visionario con que «resistir, resistir es vencer» —su cita más reconocida— epitomizaba la estrategia de prolongar la lucha hasta lo que presentía que era el inevitable estallido en toda Europa de la II Guerra Mundial. Como conocido es también que, en efecto, la movilización de las armas en los campos de batalla resultaría inevitable tras invadir Hitler Polonia (1 septiembre 1939), solo que, trágicamente, seis meses demasiado tarde para rescatar a la II República de su derrota ante el empuje del fascismo entonces encarnado por Franco. En Zürich contactó Mann por medio de un telegrama de saludo caluroso, bienvenida y amistad.

El reencuentro entre ambos sería algunos años después en Nueva York (EEUU), el 25 de junio de 1945, en una cena ofrecida en homenaje al Premio Nobel —entonces ya ciudadano estadounidense— por el diario The Nation en el Waldorf Astoria, uno de los edificios más emblemáticos de la arquitectura neoyorquina. Negrín conoció la aspereza del exilio con su familia, como Mann. Primeramente, en Burdeos (donde aterrizó el McDonell Douglas en que partió desde Monóvar, cerca de Elda, Alicante, a punto de ser capturado por los fascistas italianos junto a las tropas de Franco tras el golpe de Casado, en los ultimísimos días de la agonía de la República), luego París, y Londres, y México, y EEUU, y al fin otra vez París, ciudad en la que murió (1956). En el momento de esa cena, la guerra contra el fascismo ha acabado en Europa con la capitulación alemana (9 mayo 1945), aunque aún faltan unos meses para la rendición de Japón (agosto de ese mismo año), y se proclama en San Francisco la Carta fundacional de Naciones Unidas (ONU). El discurso, en inglés, de salutación del presidente Juan Negrín al escritor Thomas Mann en aquella velada memorable, continúa siendo en sí una pieza literaria en que respira el espíritu librepensador del insigne canario, español, europeo y ciudadano del mundo, políglota consumado, con la precisión expresiva de su formación científica, con su austeridad sin alardes, acostumbrada a refinar la transmisión comprensible de sus conocimientos, de los resultados de sus experimentos, y de sus propios sentimientos y vivencias personales. Desgrana una profesión de convicciones en sus valores de siempre, en esa libertad exaltada cuya expansión imparable -al remover toda opresión, injusticia y discriminación- conduce a la igualdad y al socialismo. Y brinda su reconocimiento a la hospitalidad de EEUU —donde los había acogido el presidente F .D. Roosevelt, fallecido en abril de 1945 y relevado por H. Truman— y a su contribución a la derrota del fascismo. Evocación, en suma, en la Fundación Juan Negrín, de una amistad entre dos grandes de la historia de Europa, mirándose en la distancia, desde el respeto mutuo y la admiración recíproca. Símbolo de toda una vida de trabajos y de empeños, hasta el sacrifico personal, por compromisos y causas de esas que merecen la pena luchar durante la vida. Hasta el último aliento, tal y como hizo Juan Negrín hasta morir en París en 1956, y Thomas Mann hasta extinguirse en Zúrich apenas unos meses antes, en 1955, hasta morir en París en 1956.

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