La política de las emociones

La poeta afrocubana publica su primer libro, 'Revelaciones desde la llanura de mis privilegios', donde convergen cuestiones raciales, de clase, de sexualidad y de género

La poeta y activista afrocubana Ivette Dalianna. | | E.D.

La poeta y activista afrocubana Ivette Dalianna. | | E.D. / Martina Andrés

Con un cuadernito escribiendo cualquier cosa es como se recuerda Ivette Dalianna en la primaria y la secundaria. Y en movimiento. Nacida en Santiago de Cuba, con ocho años se fue a La Habana, con 13 a Venezuela y con 17 llegó a Canarias. Manitas que se agitan diciendo hola, deshacer equipajes, empezar en un colegio nuevo; de repente, abrazos de despedida, hacer maletas, tías, abuelas y amigos a los que hay que decir adiós. Arraigo y desarraigo, construir hogar una y otra vez. Esta es parte de la experiencia que atraviesa las páginas de Revelaciones desde las llanuras de mis privilegios, el poemario de la activista afrocubana que hace poco ha visto la luz con la editorial Letrame.

Este proyecto que nace gracias a un crowfunding (recaudación de fondos online), lleva más de un año configurándose gracias al trabajo en equipo: además de los versos de Ivette, Natalia Herrera y Karla Colli llenan las páginas de este libro con ilustraciones de espaldas con ojos, de cajas transparentes —¿la propia mente?— que son jaulas, de una mujer que vomita una nube de palabras. Ilustraciones como la que da color a la portada, donde una chica nos mira desde abajo, desde su llanura, desde un lugar donde el privilegio no existe y la cumbre, el pico de la pirámide, queda bien lejos, un puntito borroso lleno de figuras extrañas que parece inalcanzable. Para la autora, este lugar plano refleja la desigualdad, «ese constante tener que pedir concesiones, tener que esforzarte el doble o muchísimo más para poder llegar al mismo nivel de equidad que pueda tener otra persona».

Dividida en cuatro partes diferenciadas, la obra de Ivette Dalianna es un lienzo, con fragmentos más luminosos y con otros más grises, coloreado por su sentir, sus anhelos y sus emociones. Las raíces perdidas, la tristeza, la nostalgia o la frustración: sentimientos que nos hacen burbujitas por dentro, que nos encojen los órganos y que vivimos desde el plano individual, en solitario. Nos vienen de dentro, de circunstancias personales, del daño que hacemos o nos hacen otros. ¿Por qué atribuirlas entonces al contexto social?

Avanzando por Mi conciencia es vacío, El arrullo del olvido, Delirio afectivo y Revelaciones, los cuatro capítulos del poemario de Ivette, la propia autora, que comienza con poemas más introspectivos, va tomando conciencia de que esas emociones que le llenan el cuerpo también vienen de fuera. «El sufrimiento también es político», declara Ivette haciendo alusión a la frase del antropólogo social James Davies. Este es uno de los mensajes principales de su obra, mensaje que se revela como una evidencia en las últimas páginas del libro.

«Muchísimas personas, ya sean de colectivos oprimidos —no necesariamente tienes que identificarte con todos—, identificamos lo que nos ocurre como algo personal que solo nos atañe a nosotros, cuando proviene de estructuras sociales, de un sistema de privilegios y disparidad», explica Dalianna. Un sistema en el que la nacionalidad, la orientación sexual, el género o el color de piel, condicionan el devenir de los destinos individuales. La precariedad como provocadora de la tristeza; la discriminación o el desarraigo como semilla de la depresión. «La salud mental también es un privilegio», añade Ivette.

Privilegios. Pero, ¿qué son los privilegios? Están los obvios, como nacer en una familia con mucho dinero o con títulos. Pero Ivette va más allá. Los privilegios también son que ciertas cosas nos vengan dadas sin tener que luchar o preocuparnos por ellas. Llegar a final de mes sin hacer números también es un privilegio, tener un pasaporte con el que podemos viajar a cualquier lugar también es un privilegio, no tener que preocuparse por si te echan de la universidad por no tener la residencia también es un privilegio. «Estuvieron a punto de echarme de la universidad por no tener residencia», cuenta Ivette. «Son cosas que no les pasan a todo el mundo, les pasan a unas personas específicas por unas opresiones específicas».

Leyes que oprimen

En este caso, para la autora del poemario, la opresión la impone algo muy concreto: la Ley de Extranjería, esas grandes trabas burocráticas que les ponen a aquellos y aquellas que vienen del sur global, que no llegan de un país con un PIB aceptable, que no tienen en su cuenta del banco una cifra determinada. Condiciones inventadas, impuestas desde fuera que «hay que cumplir para poder estar aquí, para poder tener una tarjeta de residencia, para poder desarrollarte como una ciudadana más, para poder estudiar o trabajar». Condiciones que te puedes saltar si tienes la cantidad de dinero o el pasaporte adecuados.

«Es mucho mejor vivir en la ignorancia que saber que se está oprimiendo a otra persona»

Ivette Dalianna

— Poeta y activista afrocubana

El privilegio de la nacionalidad, el privilegio racial, el privilegio de amar con libertad. Y también el de género: «No es lo mismo una mujer y negra, en un sistema, intentando abrirse camino, que una que no lo es, o que un hombre, así sea un hombre negro. Hay ciertos peldaños que te dan más ventajas que otros». A su vez, la propia concienciación también crea frustración, tal y como cuenta Ivette: «No hay una respuesta global de cómo librarnos de todos los privilegios, sino que es un estado de concienciación constante y que crea frustración porque es mucho mejor vivir en la ignorancia que saber que se está oprimiendo a otra persona».

La autora se va descubriendo como sujeto político a medida que avanza en su escritura, una escritura en la que reflexiona sobre cómo se siente y sobre cómo la hace sentir el mundo. Emociones colectivas que se viven desde la individualidad y que a través de la poesía Ivette aprende a identificar y transmitir sin pretensiones. «Es un 'no te pido que estés de acuerdo conmigo'. Hay cosas sobre las que yo no lanzo mensajes positivos ni negativos, simplemente estoy reflejando unos hechos y esos son mis hechos y esa es mi vivencia, y es la vivencia colectiva de muchísimas personas como yo», explica la escritora afrocubana.

Tras ser parte de diversos colectivos feministas, LGTBIQ y antirracistas en Gran Canaria, Ivette ha encontrado en la poesía otra forma de transmitir su mensaje. Se ha dado cuenta que determinados derechos que son esenciales, independientemente de la ideología, se han politizado. La poesía, en cierto modo, al desmarcarse de siglas políticas, se convierte en un camino más universal, menos limitante con los transeúntes que se acercan a recorrerlo.

«Nuestra tarea es llegar a todo el mundo. Si no eres capaz de lanzar un mensaje claro y que sea acogido… Por ejemplo, la educación es algo que no está abierto a debate, quiero decir, actualmente ya todo el mundo sabe que una sociedad con educación pública y de calidad es necesaria. Entonces, ¿por qué todavía hay debates que cuestionan la igualdad entre hombres y mujeres? O las mismas personas migrantes, que están sujetas a tratos vejatorios por una ley de extranjería, ¿por qué?».

Las preguntas de Ivette se quedan en el aire sin respuesta, igual que sus versos, que recita concentrada, mirando al libro, mirando a los ojos: Yo soy, yo soy, yo soy/una burbuja mental/ que se aleja de la anodina aparición/ de los placeres corporales. /No sangra quien no vive/ y vive en la carne putrefacta/de un cuerpo que más que cuerpo/ será (es) desperdicio./ Prefiero la burbuja mental/ inalámbrica, codificada en el aire/por señales que no logro percibir./ Yo soy, yo soy, yo soy/ el Ser y la Nada. La conciencia es la nada misma sometida a juicio./ No soy, no soy, no soy./ Mi conciencia es vacío.

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