Forjador de atmósferas

La muerte del director mallorquín Agustí Villaronga provoca un enorme vacío en el ámbito más comprometido del cine español

Agusti Villaronga en el rodaje de ‘Incierta gloria’ en el Hospital Sant Pau de Barcelona. | |

Agusti Villaronga en el rodaje de ‘Incierta gloria’ en el Hospital Sant Pau de Barcelona. | | / JOAN CORTADELLAS

Desde sus primeros balbuceos en la profesión, allá por la década de los años setenta, ya cumplía con todos los requisitos exigibles para ser un director con enjundia y con gran poder de persuasión, como comenzaba a demostrar, según opiniones acreditadas, con sus pequeños filmes experimentales producidos entre 1975 y 1979. Fue profundamente reflexivo con casi todos sus trabajos; selectivo a la hora de elegir juiciosamente los temas que deberían ser el objeto fundamental de sus ambiciosos proyectos; arriesgado y de hondas convicciones acerca de la compleja naturaleza moral de sus extraños personajes; supo rodearse siempre de los mejores colaboradores, especialmente en el plano visual, terreno en el que destacó como un auténtico forjador de imágenes particularmente magnéticas que nos conducían, en clave poética en la mayoría de los casos, a etapas de enorme calado social y político de la historia de España durante la Guerra Civil y en sus años inmediatamente posteriores, reconstruidas con una meticulosidad visual que lo alejaba de cualquier tentación de corte panfletario.

Su personal concepto del riesgo, su alejamiento radical del mainstream nacional y su singular sentido de la puesta en escena lo convirtieron en todo un abanderado del cine de autor en la Europa de los ochenta, aportando a la industria española nueva munición para combatir los retos a los que esta se enfrentaba tras la abolición de la Dictadura y la consiguiente desaparición de la censura, un nuevo horizonte que supo aprovechar para situarse en la cresta de la nueva ola que generó el cambio político en nuestro país.

Dotado de una personalidad artística inclasificable, Agustì Villaronga (Palma de Mallorca, 1953/Barcelona, 2023), fallecido el pasado domingo víctima de un cáncer, y tras desempeñar la labor de director artístico en películas como La plaza del Diamante (La plaça del Diamant, 1982), de Francesc Betriu, uno de los títulos más representativos de la historia del cine catalán, y de actor de reparto en producciones de marcado carácter comercial, como Robin Hood nunca muere (1975), de Francesc Belmunt, El último guateque (1978), de Juan José Porto, o Perros callejeros II. Busca y captura (1979), de José Antonio de la Loma, mostró, en 1985, su mejor carta de presentación como director y como guionista con el thriller Tras el cristal, una sombría inmersión en las cloacas del fascismo personificadas en la figura de un superviviente del nacionalsocialismo alemán condenado a vivir sometido a un pulmón de acero, estreno que causó un impacto inusitado entre un público como el español tan poco familiarizado con rarezas de estas características.

El reparto, encabezado por Marisa Paredes y por el popular intérprete alemán Günter Meisner, encasillado en personajes vinculados a las SS o a la Gestapo en decenas de filmes alemanes o en megaproducciones hollywoodienses relacionadas con la Segunda Guerra Mundial, causó gran sensación en el Festival de Berlín, lo que no le libró de tres fracasos consecutivos con El niño de la luna (1988), seleccionada no obstante por el Festival de Cannes y ganadora del Goya al Mejor Guion Original; El pasajero clandestino (1995), desafortunada adaptació inspirada en una novela homónima de George Simenon 99.9 la frecuencia del terror (1997), una horror movie con notables influencias del cine de David Lynch que, pese a su buena acogida en algunos certámenes especializados en el género, no terminó de cuajar ni entre el gran público ni en el ámbito de la crítica.

Mucha mejor acogida tuvo con El mar (2000), su cuarto largometraje, rodado íntegramente en su Mallorca natal e inspirada en la novela homónima del también mallorquín Blai Bonet con el tema de la Guerra Civil en la isla como eje vertebrador.

Película de una enorme desnudez expositiva, especialmente amarga, que evoca a ratos la línea poética de Pasolini y la intransigencia crítica del gran Fassbinder, con la aportación adicional de determinados episodios autobiográficos. Pese al escaso recorrido comercial que tuvo la película, especialmente en el mercado español, se hizo con el Premio Manfred Salzgeber a la innovación en la Berlinale y la crítica, insisto, fue mucho más elogiosa que con 99.9…

Otra de las más celebradas rarezas en la filmografía de Villaronga es Aro Tolbukhin: en la mente del asesino, un filme cuyo punto de partida se centra en unas filmaciones con entrevistas a un condenado a muerte (el húngaro Aro Tolbukhin), realizadas por una periodista suiza en 1981 encontradas entre las latas de una filmoteca por Lydia Zimmermann, directora real del filme que presenciamos. Contra lo que puede sugerir el subtítulo, Aro Tolbukhin está en las antípodas de las películas sobre psicópatas y autores de crímenes inexplicables o gratuitos y su arriesgado montaje combinando imágenes reales con documentos del pasado constituye una de las pruebas más contundentes de la imaginación cinematográfica que envolvía la poética de este excelente director.

Pan negro (Pa negre, 2010), basada en la novela del escritor catalán Emili Teixidor, es, posiblemente, el filme español que mejor ha dibujado el clima oscuro, crudo y perturbador que rodeó a la España rural de la posguerra, de cuya sombría y penetrante belleza dan fe sus 9 premios Goya, incluyendo el de la Mejor Película, Mejor Director y Mejor actriz y sus 13 premios Gaudí y el insondable poso que deja en el espectador la formidable fotografía de Antonio Riestra. Villaronga, Premio Nacional de Cinematografía en 2011 y Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes el pasado año, cambió inesperadamente de registro en 2015 adaptando a la pantalla, con escasa fortuna, la novela de l escritor Pedro Juan Gutiérrez El rey de La Habana.

Un testimonio espeso y poco inspirado sobre la miseria material y moral en la que intenta sobrevivir su protagonista, un joven sociópata en el contexto de la Cuba de finales de los noventa cuyo fracaso fue la previsible consecuencia de una puesta en escena deslavazada que ensombrece los resultados del filme.

La entrega Incierta gloria (2017), un intenso drama con la Guerra Civil como escenario de fondo donde el cineasta mallorquín vuelve a profundizar en el perfil moral de sus protagonistas, nos devuelve al mejor Villaronga. Lo mismo que la magistral El vientre el mar (2021), probablemente el trabajo más arriesgado emotivo y brillante de toda su carrera a la espera del inminente estreno de la comedia Loli Tormenta, concluida semanas antes de su lamentada desaparición.

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