El periodista Eduardo García Rojas, nuevo director de Aridane Criminal

El fundador del encuentro de novela negra, Alexis Ravelo, pasa el testigo después de tres años | La velada de clausura del sábado se despidió con música y lectura

Carlos Álvarez presenta el acto ‘Letra a tiros’ con la cantante Cristina Santana y el pianista Cristóbal Montesdeoca, el sábado, en Los Llanos de Aridane.

Carlos Álvarez presenta el acto ‘Letra a tiros’ con la cantante Cristina Santana y el pianista Cristóbal Montesdeoca, el sábado, en Los Llanos de Aridane. / Andrew Gallego

Alexis Ravelo subió el pasado sábado al escenario sin apenas voz, pero con el suficiente brío para decir lo que cualquiera estaría dispuesto a firmar: «Me jubilo». La idea siempre había sido armar un festival de novela negra, hacerlo crecer, mimarlo con cuidado y cierto miedo a que no trastabillara durante el camino, dotarlo de una identidad y una programación que situara a Canarias dentro del panorama literario y, después de tres años que certifican y auguran su buen futuro, así ha sido. Su fundador, tal y como advirtió desde un principio, se despidió en la clausura con el afán de no personificar un proyecto que, en sus palabras, ya pertenece al pueblo de Los Llanos de Aridane. Aridane Criminal camina solo, con su gente, y a partir del año que viene lo hará en compañía del periodista Eduardo García Rojas, su nuevo director.

Al amparo de la siempre madrina espectral Patricia Highsmith, hace tres años parecía una locura la propuesta realizada por la concejalía de Cultura, dirigida por Charo González, que consiguió luego el apoyo del Instituto Canario de Desarrollo Cultural (ICDC). Pero, como le dijo a Ravelo, «hemos conseguido materializar un sueño». La aventura ha apostado y afianzado una escena literaria que ha traído a autores locales, nacionales e internacionales con el afán de intercambiar pareceres y enriquecer el tejido de La Palma. En esta ocasión, han sido Jon Arretxe, Claudia Piñeiro, Carlos Bassas del Rey, Núria Bendicho Giró, Diego Ameixeiras, Valeria Correa Fiz, Francisco Zamora Loboch, Marta Prieto, Javier Díez Carmona, Julieta Martín Fuentes, Juan Esteban San Juan y el, finalmente, ausente Antonio Altarriba.

Con este afán, frena la inmovilidad a la que aboca la rutina de quien prefiere mantener las cosas como están sin experimentar qué hay tras el telón cultural. La ciudad que contempla la cola de lava cuando alza la vista aúna un pulso creativo que tiende a abrir nuevos horizontes, como cuando hace más de dos décadas aprovecharon la desnudez de las paredes medianeras de las casas del casco para cubrirlas por cuadros gigantescos, llenos de color y vida, que hoy conforman La Ciudad en el Museo.

Silencios y espacios

Los Llanos parecía reunir los temas que iban desgranando Valeria Correa, Carlos Bassas, Claudia Piñeiro y Diego Ameixeiras en la última mesa de las jornadas, Literatura más allá del género. Ante los viandantes y el público internauta, la crítica literaria Marta Marne fue guiando a sus interlocutores entre los paisajes de juventud, los espacios y los silencios que inundan y mantienen en común en su tratamiento del género negro. Por ejemplo, Correa hablaba de cómo experimenta en sus carnes y traslada a la ficción ese intercambio generacional que observa con sus hijas. En esa descompensación demográfica viven los habitantes, cuyo envejecimiento depende cada vez más de una juventud que no sabe cuáles serán las condiciones del futuro ni tampoco si tiene las suficientes herramientas para asumirlo.

Acerca de esos espacios, Amexeiras y Bassas explicaban cómo el hogar puede acoger o contrariar a sus protagonistas, pasar de ser calor y mantenimiento de una identidad pasada que queda atrapada en las fotografías a una incomodidad vergonzosa donde los pies escapan por debajo de la cama en la que se han sucedido los sueños que ahora están destrozados. También, el autor afincado en Navarra hablaba del horizonte de sucesos, una metáfora física, que refleja cómo un barrio u otro, una vía o portal, marca la diferencia en cualquier individuo para desarrollar su vida. En ese sentido, ¿qué significa volver para los palmeros que han ido a estudiar o buscar trabajo, si sus orígenes los han dejado: anhelo o decepción, tal vez un reencuentro con unas raíces a las que tuvieron que abandonar?

Alexis Ravelo, el director y fundador del Festival Aridane Criminal, en su despedida el día de la clausura.

Alexis Ravelo, el director y fundador del Festival Aridane Criminal, en su despedida el día de la clausura. / Andrew Gallego

«El silencio es el motor de la escritura», y Claudia Piñeiro lo amasa en sus obras entre puntos suspensivos y diálogos pausados. Contaba que, como buena argentina, después de quedarse muda delante de su psicoanalista, decidió escribir qué le iba a decir. Ese acto en el que se expuso ante sí misma y el resto es la razón por la que la literatura sigue siendo imprescindible para entender una realidad de tres dimensiones plagada de pensamientos, emociones, es decir, subtramas que escapan a la entelequia. Así va atrayendo el género negro a sus lectores, cargado de denuncia social, de crímenes sangrientos o de guante blanco, mientras va traspasando sus propios límites.

A la sombra de los centenarios laureles, el escenario de la plaza de España celebró frente a los puestos de las librerías Estudiante, Arcoiris y Ler, la lectura de textos en Dímelo en la calle y pasó a Letras a tiros. Un recorrido por la tradición francesa del Polar que, a cargo de Carlos Álvarez como maestro de ceremonias, y con Cristina Santana a la voz y Cristóbal Montesdeoca al piano, planeó por autores indispensables de lo criminal como Georges Simenon, Léo Malet o Boris Vian, imprescindibles para comprender su paso a la actualidad.

Aridane Criminal fijó su vista en las nubes desperdigadas por un cielo azul que relumbra. Ríe de sí mismo al recordar esas lluvias anunciadas por la Aemet. A pesar de un vuelo casi secuestrado, las reubicaciones de última hora que casi le hacen perder los nervios y la nueva invitación a Altarriba, parece que todo ha salido bien. Se le escapa una media sonrisa, y dice adiós. Lo hace en mitad de la plaza, erguido bajo un cachorro de ala ancha que le tapa media cara. Ninguno de los presentes puede identificarlo y se escapa, sin miramientos, a la sombra de una niña que corre entre las sillas que a la tarde nunca habrán estado.

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