Fuga y final del conde Tolstói

Vladimir Pozner relata los últimos días del gran novelista en un libro que monta periodismo y dramaturgia

Fuga y final del conde Tolstói

Fuga y final del conde Tolstói / PABLO GARCIA

Ricardo Menéndez salmón

Si el Mesías nació en un pesebre, uno de sus discípulos más conspicuos, el contradictorio, inagotable, soberano conde Tolstói, escogió un lugar igualmente humilde para entregar su vida: la casita roja del jefe de estación de Astapovo, el ferroviario Ozolin. Y si al nacimiento del Salvador tres reyes de Oriente acudieron para rendirle culto, portando muy diversos regalos y propiciando una de las páginas más bellas del mito, a la muerte del titán de la literatura un pueblo entero (sus obreros y sus campesinos analfabetos, cierto, pero también las distintas encarnaciones del poder de la época: Iglesia, Estado, Policía) se concitó ante su lecho de dolor para prodigarle tributo, conspirar alrededor de su figura y redactar uno de los episodios más célebres de la historia pública de la literatura. Esa es la sustancia de Tolstói ha muerto, de Vladimir Pozner, obra publicada originalmente en francés en 1935 y que hasta ahora permanecía inédita entre nosotros.

Pozner construye su relato de la defunción de Tolstói valiéndose de dos materiales. Por un lado, el ingente archivo telegráfico que recorre el país como un calambre desde que se tiene noticia de que el escritor, gloria de la patria rusa, ha aparcado su venerable, inmensa y enferma humanidad en Astapovo, hasta ese instante del otoño de 1910 una anónima estación de ferrocarril del óblast de Lípetsk. Por otro lado, los fragmentos de los diarios íntimos y de la correspondencia tanto de Tolstói como de la que fue su esposa durante cuarenta y ocho años, Sofía Behrs, retazos que permiten ir urdiendo una radiografía implacable, casi bergmaniana si se me permite el anacronismo, de la historia de un matrimonio sin cuyas cumbres de felicidad y abismos de amargura es imposible concebir la obra del escritor, y cuya peripecia resuena en algunas de sus producciones más notorias, en especial La sonata a Kreutzer.

Partiendo de estos documentos, es oportuno señalar que el trabajo de Pozner no es tanto de imaginación como de montaje, más de selección que de acarreo, lo cual subraya el carácter moderno de la obra (fuentes fidedignas, reales, de primera mano, construyen un texto novelesco, ficcional, de segundo grado) y propicia la impresión de asistir a un híbrido entre periodismo y dramaturgia. Vale decir que toda la información acerca de la fuga y final del conde Tolstói estaba ahí, disponible, en bruto, esperando a ser decantada, y que la labor de Pozner ha consistido en ordenarla valiéndose de técnicas sencillas y a la par muy eficaces desde el punto de vista de la atención que generan en el lector.

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