Gonzalo Ortega, de la lengua a la esgrima

Muestra en su nuevo libro una vertiente más lírica a través de los géneros gnómicos del aforismo y la greguería, aunque siempre vinculado a las Islas

Gonzalo Ortega, de la lengua a la esgrima

Gonzalo Ortega, de la lengua a la esgrima / Ana Marante González

Ana Marante González

A la sombra de Ramón Gómez de la Serna y a la luz siempre reveladora de la cotidianidad nace esta Esgrima de los días, cuyo autor, Gonzalo Ortega (Teror, Gran Canaria, 1954), es bien conocido en los ambientes universitarios del archipiélago. Inició Gonzalo Ortega sus estudios de Letras en la Universidad de La Laguna, en la que hoy es catedrático de Lengua Española. Especialista en dialectología canaria, le debemos obras como el Diccionario de canarismos (1994), en colaboración con Antonio Lorenzo y Marcial Morera, así como numerosos trabajos en los campos de la enseñanza de la lengua o la lexicología del español, especialmente en relación con el ámbito fraseológico. Otros libros suyos en el campo lingüístico son La toponimia de Artenara o Catálogo de los gentilicios canarios (ambos de 2008). Fue presidente de la Academia Canaria de la Lengua entre los años 2012 y 2015.

Menos conocida es la producción literaria de Gonzalo Ortega, en la que se sitúa la obra que ahora comentamos, y que incluye narraciones como Una muchacha de Holguín y otros relatos (1999) y El edificio de los espejos (2014), así como la novela El patio de las flores (2018). En La esgrima de los días. Aforismos y greguerías de la vida cotidiana se aprecia una vertiente más lírica a través de los géneros gnómicos del aforismo y la greguería, siempre a través de una fuerte vinculación con la cultura de la tierra natal del autor. En este sentido, esta obra nace en un contexto cultural marcado por la reivindicación de la idiosincrasia canaria y la mezcla o la interacción de lo culto y lo popular.

Marcado y, en parte al menos, escrito bajo la pandemia de la covid-19, el libro presenta una organización muy sencilla: un prólogo, fino y útil, de Miguel Martinón; una amplia sucesión de aforismos y greguerías ilustrados aquí y allá con sugerentes dibujos de Pepucho del Rosario y, finalmente, una última página de agradecimientos.

La vida cotidiana, en efecto. Y en diferentes modalidades. En ellas se abordan tópicos o motivos que se pueden dividir en actuales, autóctonos, académicos y rurales. En cuanto a lo primero, hay numerosas referencias al contexto en el que se escribe el libro, mediante expresiones relativas a la influencia de las nuevas tecnologías, como la siguiente: «Cuentan que los relojes de pulsera andan estudiando la conveniencia de denunciar a los teléfonos móviles por competencia desleal», así como continuas alusiones a la covid-19: «Pandemia: reformatorio de los codazos». En segundo lugar, abundan los aforismos autóctonos, relacionados con la labor dialectológica del autor, como aquellos que mencionan directamente las Islas: «Fuerteventura: sugerente promiscuidad lésbica»; algunos que incluyen canarismos: «El ascensor es la guagua de las eminencias»; u otros que aluden a aspectos propios de la vida en Canarias como el turismo. En tercer lugar, la experiencia docente de Gonzalo Ortega no podía dejar de manifestarse aquí. De este modo, abundan las referencias a situaciones habituales en el aula y a la relación alumno-profesor a través de la perspectiva subjetiva de su experiencia personal: «Tenía la inesquivable sensación de que, en las clases de resolución de dudas para el inminente ejercicio, los alumnos lo examinaban a él». Cabe observar un cierto menosprecio de corte y alabanza de aldea, pues se elogia la vida rural en aforismos como el siguiente: «Las tornas se han virado y, en los tiempos actuales, la urbanidad más parece cosa de gente de campo que de gente urbana». Además, a estos temas se suman otros como la religión, la política, la música, la infancia o la naturaleza; esta última aparece fundamentalmente en los aforismos relativos a animales, los cuales parecen nutrirse de la influencia de la fábula.

Junto al eje temático de lo cotidiano, cobra también gran protagonismo la reflexión lingüística. De esta manera, abundan las breves definiciones ingeniosas como «Maestro de escuela: apacentador sin prado»; los juegos de palabras a través de la paronomasia al estilo de «Les arrojaba ladrillos a los perros y estos se los devolvían en forma de ladridos»; los dobles sentidos mediante la utilización de vocablos homonímicos o polisémicos, como en el siguiente aforismo: «Las plantas de los edificios terminales de pasajeros no necesitan agua porque las riegan con sus lágrimas quienes se despiden», y las afirmaciones vinculadas con el metalenguaje y la metaliteratura: «Hay expresiones como quíteme el don y súbame el sueldo, que son todo un tratado de sociolingüística». En este sentido, se puede apreciar un contraste entre los temas lingüísticos de índole culta y los temas cotidianos de carácter más popular. De lo primero dan ejemplo aforismos como «Dicen que la aurea mediocritas es muy medrosa y que por eso suele ir acompañada de dos guardaespaldas: Apolo y Dionisio»; las alusiones a escritores como Valle-Inclán y las lexías de registro elevado como los galicismos y tecnicismos; lo segundo, lo popular, aparece representado mediante el humor (negro a menudo), la revisión de frases hechas populares y la utilización de trabalenguas, entre otros elementos. En lo que respecta al estilo, estos temas son abordados con un notable lirismo gracias a la utilización de recursos literarios como la analogía o el símil, la prosopopeya, la animalización, la cosificación y la literaturización. Además, destacan la ironía y el humor, en línea con las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, que este definía —recordemos— como «metáfora + humorismo».

La esgrima de los días. Aforismos y greguerías de la vida cotidiana es una sugestiva recopilación de elementos lingüísticamente cotidianos y cotidianamente lingüísticos. Con un ingenio desbordante, espíritu inventivo y una elevada conciencia del habla común, Gonzalo Ortega prosigue en la tarea de armonizar lo literario, lo social y lo dialectal que ya se apreciaba en El patio de las flores. Se trata, pues, de una obra que aúna las experiencias individuales del autor con las compartidas por los lectores, generando una identificación entre emisor y receptor que, en definitiva, convierte a estas píldoras literarias en una suerte de retrato comunitario.

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