Complicidades
Cultura y violación
Carlos Marzal
Me gustaría dejar aquí constancia de mi espanto por la formulación de un concepto, y por la naturalidad con que parece que lo ha aceptado todo el mundo: cultura de la violación. Y me importa muy poco que lo utilicen la ONU, el Ministerio de Igualdad o el coro de la Ópera de Viena. Lo digo como escritor, como ciudadano que ama el lenguaje y como estudioso de la gramática.
El uso de la palabra cultura junto al término de violación resulta monstruoso, otra más de las perversiones del lenguaje que nos conducen hacia la confusión absoluta. La cultura no puede asociarse jamás a la violación, porque es precisamente lo contrario: aquello que nos hace libres y humanos, aquello que nos hemos concedido para luchar contra las adversidades de la realidad, aquello que nos permite, entre otras muchas cosas, denunciar y combatir las violaciones que puedan sufrir las mujeres. Cultura de la violación no sólo es una contradicción en los términos: significa, en los términos, una aberración.
Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y escribe, porque todas las tragedias y todas las catástrofes comienzan por el lenguaje. Si lo dejamos en manos de los políticos, cuando hayan terminado de meterle mano no tendremos más que un sonajero pomposo y vacío.
Acabamos de ver a dónde conducen los escrúpulos y prejuicios ideológicos acerca del lenguaje. Lo que estaba perfectamente nombrado, y correctamente castigado en el Código Penal —los abusos (muy bien adjetivados como deshonestos)—, por un ridículo empecinamiento verbal ha terminado siendo violencia a secas, sin matices. Las consecuencias las estamos sufriendo: la chapuza de una ley mal ejecutada que está obligando a los jueces y fiscales, para no prevaricar, a la revisión de las sentencias y penas de los delitos relacionados con la violencia contra las mujeres.
Hubo un tiempo en que se hablaba de la «literatura médica». ¿Literatura médica? Menos humos, por favor. En el mejor de los casos, bibliografía. Y pare usted de contar.
La precisión verbal constituye una forma de salud colectiva. La buena sintaxis es una infraestructura tan necesaria como las carreteras, como la red eléctrica, como el servicio de correos. George Santayana dijo que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Pero creo que los pueblos que no cuidan su lengua no van a tener ni la desdichada suerte de repetir su pasado trágico, porque no van a saber cómo explicárselo a sí mismos. Se diría que hay gente interesada en reducir el lenguaje a un intercambio de consignas huecas.
Y dicho esto, que bufen el eunuco y la monja alférez
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