Extravagancia o ingenio, he ahí la cuestión

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| e.d. / Gerardo Pérez Sánchez

Gerardo Pérez Sánchez

Gerardo Pérez Sánchez

En una de las escenas de la película de Gore Verbinski Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra, los personajes de Orlando Bloom y Johnny Depp tratan de huir bajo el agua para pasar desapercibidos, refugiándose en una bolsa de aire que se forma en una barcaza que han volcado. El primero de ellos, al ver que el arriesgado experimento parece funcionar, le dice al segundo «esto es una locura o una genialidad», a lo que el capitán Jack Sparrow le responde «es sorprendente lo a menudo que coinciden esos dos conceptos». La última cinta del cineasta italiano Luca Guadagnino me suscita la misma duda que al joven Will Turner. No tengo claro si se ajusta al concepto de locura o al de genialidad aunque, si tuviera que decantarme por una, lo haría por la primera opción o, a lo sumo, la calificaría de extravagancia impulsiva.

Muestra una serie de personajes poco convencionales dentro de una trama, como mínimo original, lo cual, teniendo en cuenta la epidemia de copias y repeticiones que asola nuestra cartelera últimamente, supone un mérito a reconocer. Sin embargo, existe a lo largo de todo el metraje algo que no me encaja, que rechina en mis ojos y en mis oídos, que me hace recelar de las intenciones del director y que me aleja de su obra, como si esa mezcla de géneros e intenciones me provocara un regusto exótico, pero de un sabor inquietante que no me permite disfrutarlo plenamente. Si a lo anterior se añade una duración que supera las dos horas, no me queda otro remedio que sumarme al grupo de quienes no comparten el aluvión de aplausos y elogios cosechado por Hasta los huesos.

Vaya por delante que en los Film Independent Spirit Awards opta al premio a la Mejor película y que, tanto el director como la actriz Taylor Russell, obtuvieron sendos galardones en la Mostra de Venecia. Por lo tanto, no seré yo quien niegue que este largometraje resulta efectista y rompedor. Pero, a título personal, la propuesta se me hizo muy cuesta arriba, y más cercana a la excentricidad que a la narración rigurosa. Considero un tanto artificial su mezcla de cine romántico y de terror, de road movie y de cine de autor.

Cuenta la historia de una muchacha inestable y problemática que pretende vivir al margen de la sociedad. Se encuentra con otro joven vagabundo con propensión a intensificar cualquier vivencia, uniéndose en un viaje por carreteras y parajes ocultos de los Estados Unidos. Sin embargo, las tendencias caníbales les marcarán irremediablemente.

En el fondo, el largometraje pone de manifiesto un ansia por la provocación y la transgresión, pero al margen de una lógica que permita asimilar el relato, lo que termina por generar una gran distancia entre los protagonistas conforme transcurre la proyección, dando lugar a una pérdida de interés por mi parte. Más allá de las apariencias estéticas y de los efectos para avivar al público, no ofrece unos perfiles sólidos ni una narrativa creíble.

Se sitúa al frente del reparto el actor Timothée Chalamet, que ya trabajó a las órdenes de Guadagnino en Call Me by Your Name y a quien también hemos visto en Interstellar, Lady Bird o Don’t Look Up y, a cargo de un papel más principal, en Dune. Sin duda, posee madera de sobra para afrontar una prometedora carrera profesional. Le da la réplica la ya citada Taylor Russell (Un momento en el tiempo). Como pareja, da la sensación de que cumplen las indicaciones del realizador, por lo que nada cabe reprochar a sus actuaciones. Junto a ellos, añadiendo cierto grado de rigor, figura el curtido Mark Rylance, Oscar a Mejor actor secundario por El puente de los espías y que ha participado en interesantes títulos como El juicio de los 7 de Chicago o Dunkerque. Intervienen asimismo André Holland (Moonlight, Selma) y Chloë Sevigny (Zodiac, Boys Don’t Cry).

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