Sombrío retrato de la España negra

Diecisiete candidaturas a los Goya avalan el insospechado éxito de público y crítica de ‘As bestas’, referente actual del mejor cine español

Breixo.

Breixo.

Claudio Utrera

Permítaseme, antes de entrar en la materia molar de este artículo, meditar brevemente sobre un asunto que me viene dando vueltas desde hace algún tiempo en relación con la postura, no siempre tan franca y constructiva como sería de desear, acerca de la actitud que habríamos de mostrar ante un tema que, aunque lo intentemos esquivar, siempre seguirá presente en nuestro imaginario, como una luz de alarma ante cualquier tentativa, directa o indirecta, de transgredir ciertas normas envueltas de moralina, que intentan impedir la práctica del libre albedrío en ámbitos de tanta influencia social e intelectual como el de la creación artística en todas sus formas. En cualquier caso, sucede, sobre todo en el cine, con mucha más frecuencia de la que muchos y muchas pudieran imaginar.

Démosle, pues, un vuelco a la teoría generalizada según la cual el cine, y el arte en su conjunto, no tendría por qué inmiscuirse en el terreno de la política, debiendo limitarse solo a transitar por los terrenos de la equidistancia o la neutralidad, entendiéndolas ambas como señales propias del distanciamiento del tema que se afronta, aunque rehusando de este modo cualquier implicación en los hechos que se reflejan en la pantalla y en la oportunidad que estos nos ofrecen de reflexionar rigurosamente sobre los intersticios ideológicos que recorren el mundo del pensamiento cuando este se traslada sin cortapisa alguna a través de cualquier lenguaje artístico.

Si fuese así, es decir, si la política estuviese proscrita del ámbito del cine obras como, pongamos por caso, El acorazado Potemkim (Bronenosets Potyomkin, 1925), de Serguei M. Eisenstein; El político (All The King’s Man, 1949), de Robert Rossen; Novecento (Novecento, 1976), de Bernardo Bertolucci; La batalla de Argel (Bataille d’Alger, 1966), de Gillo Pontecorvo; Estado de sitio (État de siège, 1972), de Costa Gavras; Agenda oculta (Hidden Agenda, 1990), de Ken Loach; Un rostro en la multitud (A Face in the Crowd, 1957), de Elia Kazan; Nomadland, de Chloé Zhao (Nomadland, 2020), El último hurra (The Last Hurrah, 1958), de John Ford; Sacco y Vanzetti (Sacco e Vanzetti, 1971), de Giuliano Montaldo; JFK (JFK, 1991), de Oliver Stone; Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha (Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto, 1970), de Elio Petri, o El gran dictador (The Great Dictator, 1940), de Charles Chaplin, no hubieran dejado su poderosa huella sobre las brutales contradicciones que en los planos más diversos ha alimentado, y sigue alimentando, la historia social de la humanidad.

Apelo ahora a este tema por una razón tan sencilla como extraordinariamente elocuente: el reciente estreno nacional de As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, tras su enorme éxito en el Festival de Cannes, un filme dotado, entre otras muchas virtudes, de una narrativa excepcionalmente original en cuyas dos horas y media largas de metraje se trasluce no solo el inmenso talento cinematográfico de este joven cineasta como director y guionista sino un rico sustrato ideológico capaz de vehicular, como ya nos tiene acostumbrados desde su formidable debut en el campo del largometraje con Stockolm (2013), un relato hondo y complejo sobre la España negra, sembrado de inquietantes apuntes conductuales sobre un puñado de personajes en medio de un escenario rural que en ningún caso provocan indiferencia sino todo lo contrario: un estado continuo de desasosiego merced a la innata facultad que tiene Sorogoyen para generar un clima de alta tensión sin cargar en ningún momento las tintas con innecesarios golpes de efecto ni con inútiles manipulaciones retóricas, tal como hacen, con irritante insistencia, legiones de directores rutinarios so pretexto de complacer a una audiencia que rechaza por principios cualquier forma de experimentación que la aleje de esa zona de confort que te proporciona siempre la producción mainstream.

Sorogoyen, que supo marcar su propio terreno autoral con títulos del calado de Que Dios nos perdone (2016), Madre (2019), El reino (2018) o la formidable teleserie Antidisturbios (2919), y que ha rematado su proeza situando a As bestas como uno de los filmes con mayor número de nominaciones de la historia en los Goya 2023, nos sumerge en esta ocasión en un inquietante drama rural en el que Antoine (Denis Ménochet) y Marina (Marina Foïs), un matrimonio francés que intenta vivir pacíficamente en una vieja e idílica aldea de la Galicia profunda, se ven forzados a compartir con Xan (Luis Zahera), Breixo (Diego Anido) en un clima de vecindad enfangado por el rencor que durante años ha ido engendrando esta desarraigada familia de ganaderos contra el mundo que representan sus cultos y educados vecinos, representantes de una Europa de clara matriz democrática frente al violento primitivismo encarnado por sus malhumorados vecinos.

Conviene destacar en este sentido la inolvidable secuencia de la conversación que mantienen Antoine y Xan en el bar del caserío donde se desencadena una atmósfera de zozobra virtualmente insoportable, sostenida en gran medida gracias a la espléndida actuación de dos intérpretes excepcionales capaces por sí solos de cortarnos la respiración durante los momentos más críticos del conflicto y de hacerse en todo momento absolutamente creíbles a los ojos del espectador. Cierto que no son actores del método, ni falta que les hace a la hora de imprimirle la necesaria credibilidad y emoción a sus respectivos trabajos. Son, eso sí, actores provistos de una sensibilidad emocional a prueba de bombas y eso les basta, como queda bien patente en la película, para ofrecernos una actuación impecable de dos seres moral e intelectualmente opuestos que, al igual que algunos otros actores nacionales y extranjeros, son capaces de generar nuestra más profunda admiración.

A la creciente tensión que provoca la irracional actitud de hostilidad de Xan y Breixo hacia el matrimonio se le suma una profunda crisis familiar desatada por el largo distanciamiento de Marie (Marie Colomb) de sus padres y el choque consiguiente de dos mundos aparentemente disímiles. Y aunque comprende el fuerte instinto de supervivencia que muestran sus padres ante el acoso al que se ven sometidos por Xan y Breixo, la brecha continuará irremediablemente abierta tras la vuelta de Marie a una vida diametralmente opuesta a la elegida por sus progenitores. Esta trama, aparentemente ajena al núcleo esencial sobre el que se desarrolla la cinta, acaba por ser absorbida con pasmosa naturalidad como un pasaje más en las traumáticas vidas de sus protagonistas, al tiempo que establece un nuevo frente en la lucha de su director por mostrarnos la imagen más completa sobre una España cuajada de graves y muy notorias fisuras en su complejo tejido social.

Inspirada en sucesos reales, As bestas, que se nutre tanto del western clásico –hay momentos de pura inspiración fordiana– como del thriller para reflejarnos la tragedia que se oculta tras el bucólico escenario de una pequeña aldea gallega en la que nada parece lo que es, tiene además la virtud de introducirnos en otros discursos políticos de enorme vigencia en la actualidad nacional como son el debate sobre la España vaciada o las controversias derivadas de las fuentes de energía alternativas, discursos que aportan a la película un plus de realismo crítico perfectamente imbricado con los temas nucleares del guion, construyendo, en definitiva, un fresco, profundamente sombrío y desazonador, del que, por desgracia, todos nos sentiremos en alguna manera concernidos. Obra de una gran pulcritud narrativa, bella y cruel, que engrandece aún más la breve aunque superlativa filmografía de un cineasta fuera de norma.

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