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Saramago1922-2022

En julio de 2006 inauguraba José Saramago en su casa de Tías La Biblioteca con una fiesta donde la música y el baile convivieron por unas horas con los maestros de la literatura

José Saramago lee en la biblioteca de su casa en Lanzarote mientras María Pagés baila. // JOSÉ C. GUERRA

«Esta biblioteca no nació para guardar libros, sino para

acoger personas»

José Saramago

El 22 de julio de 2006 los libros de A Casa, la residencia en Lanzarote de José Saramago, celebraron una fiesta. Como invitados, además del Nobel de Literatura y los vinos elaborados con malvasía conejera, estaban María Pagés, Luis Pastor, Lourdes Guerra, Miguel Ríos, João Afonso, Fernando Tordo, Pasión Vega, Bebe, Juan Diego Botto, Olga Rodríguez y Fernando Berlín, entre otros asistentes y amigos, que cantaron, leyeron, bailaron y brindaron para todas y cada una de las páginas de los miles de volúmenes que descansan en las estanterías de La Biblioteca —así, en mayúsculas—, el rincón donde el autor portugués escribiría sus últimas obras pero, sobre todo, el lugar donde Saramago convivió con sus adorados maestros de la palabra. Sus colegas de tinta y sangre.

Nadie sabe a ciencia cierta a qué hora acabó aquella celebración. Pero lo mejor de todo es que tampoco nadie sabe a día de hoy ni a qué hora comenzó ni si aún, dieciséis años después, la fiesta continúa entre aquellas páginas de imprenta.

Cuentan los asistentes que en aquellas horas mágicas en torno al Nobel y sus libros surgieron parejas inesperadas por eso es fácil imaginar que en la intimidad de aquellos libros, que todavía se rozan en las estanterías, las helvéticas se siguen fundiendo hoy a besos con las sans serif y las times new roman; las negritas con las cursivas...

Decía José Saramago, y así lo relata su viuda, Pilar del Río, en La intuición de la isla, que A Casa estaba «hecha de libros». La vivienda de la localidad lanzaroteña de Tías, por lo tanto, tenía escrita su historia desde que el autor de Ensayo sobre la ceguera puso sus pies en ella por primera vez. Y encontrar un lugar idóneo para ubicar su enorme colección literaria fue siempre una prioridad.

Es más: la fiesta de inauguración era, realmente, una fiesta por la ampliación de su casa, reforma basada casi únicamente en la construcción de aquella luminosa sala con ventanales que unían el picón con las nubes. La tierra con el cielo. Aquella noche de verano llegaron a la isla de los volcanes amigos de España y Portugal. Celebrar los libros no es algo habitual pero que un premio Nobel actuase de anfitrión para los volúmenes de Cervantes, Camoens, Pessoa, Drummond de Andrade y hasta un Don Quijote derrotado que convivían en las estanterías, convirtió aquella invitación en una cita obligatoria cuyas risas, cuyos brindis, sus lecturas... hoy todavía resuenan entre las paredes de A Casa y especialmente en la memoria de los asistentes, hombres y mujer que describen aquella jornada como «inolvidable».

Cantando Gràndola Vila Morena y bailando Alzo una rosa fueron transcurriendo las horas, guitarras mediante. Y como sucede en todos los relatos fantásticos, la magia permitió que Blimunda Sietelunas, personaje de Memorial del Convento capaz de ver cómo era realmente a quien tenía delante, hiciera acto de presencia en la fiesta de su creador transmutada en estrecho vestido rojo, con vuelo, y que como si de una marioneta se tratara lo movía con su cabeza, sus órganos y el resto de su piel una María Pagés inconmensurable a la cual, por cierto, reconocían con el premio Princesa de Asturias hace sólo unas semanas. Seguro que al conocer esta noticia su amigo José se habría fundido con ella, de nuevo, en un abrazo como el que se dieron aquella noche en Tías.

Decía José Saramago que los libros hay que abrirlos con cuidado, porque tienen dentro al autor, con toda su sensibilidad, con todo lo que le ha hecho ser único e irrepetible.

«Dice que hay que pasar la yema de los dedos por los lomos de los libros con un gesto cómplice, decirles a los escritores que no están olvidados y demostrarlo acudiendo a ellos, hoy un libro, mañana otro, para que no se desesperen mientras nos aguardan y nos reclaman», recuerdan en la web de www.acasajosesaramago.com.

«Esta biblioteca tiene gente en los estantes y Saramago pensaba pasar con ellos mucho tiempo, venir a leer y conversar con sus contemporáneos o con quienes le habían precedido. Pero no pudo ser. El proyecto se truncó porque la muerte no es inteligente ni compasiva», añaden. Efectivamente, la muerte echó por tierra el idilio del Nobel portugués con aquellas paredes de Tías en las cuales todavía resuenan los amores y pasiones de la noche de 2006, pero por encima de todas la del propio autor con su esposa, Pilar del Río, su cómplice y quien salvaguarda su legado doce años después de su fallecimiento, que se produjo en 2010.

«Nadie salió de la sala sin besar los libros y algunos de los lectores se besaron entre ellos», escribe sobre aquella noche mágica en La intuición de la isla Pilar Del Río. «Al día siguiente se recogieron muchas copas vacías de la biblioteca; nunca se sabrá quiénes bebieron el último trago, tal vez la fiesta se prolongó noche adentro entre los moradores de los estantes, personajes atrevidos o personajes ansiosos que decidieron salir a brindar con el malvasía que oportunamente permanecía en las mesas pensando en ellos», concluye,

La Biblioteca está presidida por un retrato de Saramago y la esposa del pintor checo Jiri Dokoupil que plasma un momento de la presentación de un libro. «El pintor se aplicó en un lienzo, y con humo de una vela y pintura amarilla realizó una obra moderna y bella en la que el escritor se sentía muy a gusto», explica la fundación, y que casi suponía un guiño a sus compañeros escritores, colgándose él mismo entre los estantes. Cerca de ellos.

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