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La música esencial de Pic Adrian

Una muestra breve de las ideas y la práctica artística del creador rumano

Arriba, una imagen de ‘Universo sonoro’, en la Fundación Cristino de Vera. El Día

En el cambiante, inabarcable panorama de las artes plásticas contemporáneas (la observación es extensible, de hecho, a todos los ámbitos actuales de la creación y el pensamiento), hay un número no pequeño de personalidades que, a pesar de su prestigio y su notoriedad en círculos de iniciados, siguen permaneciendo en una zona de sombra, un territorio a veces de difícil acceso que, de manera casi paradójica, parece preservar al artista de cualquier brillo fácil y de los siempre engañosos reclamos de la publicidad, aumentando de esa manera su misterio y lo que podríamos llamar su «aura» creadora.

¿No ese ese el ámbito en el que parecen habitar, casi secretos, artistas tan significativos —y tan diversos entre sí, por otra parte— como el italiano Filippo De Pisis, el esloveno Zoran Mušič, el checo Joseph Šima, el español Luis Fernández? Los ejemplos podrían multiplicarse: cualquier conocedor podría enumerar muy diversos casos de artistas respetados y, al mismo tiempo, protegidos por la singularidad o la excepcionalidad de su obra.

El caso de Pic Adrian es doblemente singular. Nacido en Rumania en 1910 en el seno de la comunidad judía, se vio forzado a abandonar su país, víctima primero del nazismo y luego de la dictadura comunista. En Bucarest trabajaba como abogado y era ya conocido como autor de varios libros de poemas. Interesado por la pintura, pero también por el pensamiento y la teoría del arte, se trasladó inicialmente a París y más tarde a Israel para —a raíz de una sugerencia de su amigo Pau Casals— acabar instalándose en Barcelona en 1953. No perdió por ello su relación con los ambientes artísticos parisinos, pero permaneció siempre fiel a una línea de trabajo muy personal, alejada tanto del irracionalismo surrealista como de las diferentes variantes del informalismo.

La filiación creadora de Adrian era bien distinta: sus raíces parecían estar, ante todo, en Kandinsky, Mondrian y las distintas indagaciones del constructivismo. Su primera exposición individual fue relativamente tardía, a los 42 años, en la galería Syra de Barcelona, y es en las décadas de 1960 y 1970 cuando se intensifica su trabajo pictórico. Para esas fechas ya había publicado en Francia algunos trabajos ensayísticos notables, como Réflexions sur l’univers sonore (1955) o Du Réalisme naturaliste au Réalisme essentialiste (1965). El francés pasó a ser su lengua literaria, en la que publicó igualmente varios libros de poesía. Reflexions… está formado por un conjunto de atrayentes consideraciones sobre la relación entre la pintura y la música. Para Adrian, «la música representa el espacio en el tiempo y la plástica representa el tiempo en el espacio». Y añade: «Esta reciprocidad entre la esencia y la manifestación de la música y de la plástica constituye un aspecto del equilibrio universal». No puede extrañarnos por ello la proximidad del artista a investigaciones científicas como la física cuántica o, en la expresión artística, la música electrónica, por las cuales se interesó vivamente.

Con estas y otras especulaciones de parecido carácter, Pic Adrian fue elaborando los fundamentos teóricos de lo que llamó el Esencialismo, Meta-Arte o Arte «principial», presentado en más de un manifiesto. Arte de los principios, sin duda: arte de esencias y médulas, de sentido objetivista y analítico, fuertemente geométrico y antinarrativo, aunque sin perder, en ningún caso, una clara ambición espiritual.

«La creación —escribió Adrian en el primer manifiesto, de 1973— se apropia su reino trascendente.» En el segundo manifiesto (1980), por otra parte, no había olvidado subrayar que Albert Einstein vio en la teoría atómica de Niels Bohr una obra de «gran musicalidad». La música es, se diría, el punto de convergencia del «equilibrio universal».

La exposición de Pic Adrian que ahora presenta, por vez primera en las Islas, la Fundación Cristino de Vera constituye una muestra breve, pero muy representativa, del mundo, las ideas y la práctica artística del creador rumano. El crítico e historiador del arte Alex Mitrani, comisario de la exposición, ha sabido, tanto en la selección del material expuesto como en el muy sugerente texto del catálogo, sintetizar los principales elementos de este universo plástico y relacionarlos con las distintas corrientes del arte contemporáneo con las que tiene más de un punto de contacto, pero también diferencias notables.

Conviene tener presente todo lo que lo separa, por ejemplo, tanto del minimalismo (que, a diferencia de Adrian, puede hacer uso de grandes formatos) como del op-art, definido por un espíritu lúdico y un entusiasmo tecnológico de los que nuestro artista no participa. Lo mismo cabría decir —añado por mi parte— de la abstracción de raíz constructiva, geométrica y computacional que desde el decenio de 1960 practicaban en España artistas como Elena Asins o Julio Plaza, y que tuvo su expresión más significativa en la exposición Arte objetivo (1967), aunque Asins también se interesó por los cánones «plásticos» de la música de Bach a raíz de su estancia en Hamburgo.

El de Adrian es, sin duda, un concepto distinto de ciencia y de arte. Adrian aspira a un «lenguaje absoluto y sinestésico», afirma Mitrani con razón, que «transportase el alma hacia territorios sublimes». Más conexión, a mi juicio, ofrece esta obra con el concretismo, no el europeo de Max Bill y la escuela de Ulm, sino el «neoconcretista» que se venía desarrollando en Brasil desde mediados del siglo pasado. Es sorprendente, en este sentido, el cúmulo de analogías que algunas obras de Adrian presentan, por ejemplo, con algunos trabajos de Lygia Clark o Lygia Pape, que hoy conocen una considerable repercusión internacional; no coincide, en cambio, ni en su conceptualismo «participativo» y «terapéutico» ni en sus environments. Una vez más, la singularidad de Pic Adrian se hace notar nítidamente.

Ningún título para esta exposición podría ser más apropiado que el que felizmente ha recibido: Universo sonoro. Al avanzar por la sala de la Fundación Cristino de Vera, el espectador tiene la sensación de adentrarse visualmente en una pieza de Anton Webern, en la que el silencio desempeña un papel central, y en la que los sonidos o las sonoridades de la obra parecen una suerte de sutil puntuación del espacio-tiempo. A la vez, no puede dejar de evocar las reflexiones de Kandinsky en su Punto y línea sobre el plano, donde se glosa el «sonido absoluto del punto» y donde todo el espacio plástico es percibido como un campo de fuerzas, tensiones y contratensiones sonoras. Pulsación del espacio.

La música, sí, como el espacio en el tiempo, y la plástica como tiempo en el espacio. Cuando el espectador abandona luego la sala, siguen resonando en sus ojos y en su espíritu los puntos sonoros, las temblorosas líneas interrumpidas por el silencio, los ritmos de planos geométricos que se han acumulado en la mirada. Aunque fue un artista «respetado y referencial», como señala Mitrani, en el contexto barcelonés de su tiempo, y aunque importantes exposiciones antológicas han difundido considerablemente su obra, esta pintura parece protegida por su propia singularidad, defendida contra todo acceso que perturbe su pureza, volviendo siempre a la zona de sombra a la que parece pertenecer esencialmente.

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Pic Adrian, Universo sonoro. Comisario: Alex Mitrani. Fundación Cristino de Vera (La Laguna). Hasta el 28 de enero de 2023.

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