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Cinco años de un movimiento histórico

La contraola machista al #MeToo ya está aquí

La segunda ola feminista de los 60 y 70 tuvo su contestación una década después, en los ultraconservadores 80 de Reagan y Thatcher, pero ahora va todo más rápido: la reacción al MeToo ya está aquí, puntualísima

La contraola machista al #MeToo ya está aquí.

Más allá de poner patas arriba Hollywood, ¿qué efectos ha tenido el MeToo en nuestro país? La actriz Leticia Dolera fue de las primeras en reaccionar a la oleada global de indignación que desencadenó el MeToo. Días después de las revelaciones de Jodi Kantor y Megan Twohey sobre Harvey Weinstein en 'The New York Times' y de Ronan Farrow en 'The New Yorker', la actriz catalana confesaba que un director de televisión le había tocado un pecho cuando tenía 18 años y que había sufrido tocamientos en otro rodaje diez años después, sin que nadie se inmutara.

El de Dolera, luego se ha visto, no es un caso aislado. En Cataluñaexalumnos del Aula de Teatre de Lleida y del Institut del Teatre han denunciado en los últimos años décadas de abusos por parte del profesorado. En ambos casos, la justicia no ha llegado a encausar a ningún docente. Antonio Gómez, el profesor de Lleida, huyó a Brasil con los 60.000 euros que le pagó el ayuntamiento en concepto de indemnización para cerrar el caso. Pero algo se ha removido en el sector: tras detectar más de 150 casos de abuso o acoso, la Acadèmia del Cinema Català puso en marcha el pasado mayo un pionero departamento de asesoramiento psicológico y legal para las víctimas. De los 150 casos, menos del 10% se han convertido en denuncias. El silencio, el miedo y la escasa confianza en la justicia siguen pesando en un mundo pequeño, donde todos se conocen.En España, el caso que prendió la mecha y provocó un verdadero tsunami de ira y sororidad fue el de La Manada. En 2018, el año de la histórica manifestación feminista del 8 de marzo que inundó las plazas de todo el país, decenas de miles de españolas salieron a la calle para mostrar su rabia e indignación ante la respuesta de la justicia, que llegó a describir la violación grupal de Pamplona como "ambiente de jolgorio y regocijo". Cinco años después, el consentimiento está recogido en una nueva ley, la del 'sólo sí es sí', que acaba de entrar en vigor. Y de los 5.000 jueces que hay en España, un tercio ha realizado el curso en perspectiva de género que empezó a impartirse poco después, en 2019.Lo que también ha cambiado en estos cinco años es el vocabulario que usamos. La mayoría de la sociedad ha interiorizado conceptos como consentimiento, sororidad, privilegio o masculinidad tóxica, términos que se han incorporado velozmente a la conversación. El click mental, el entender que el patriarcado no es la caricatura de un señor rancio que fuma puros y le toca el culo a su secretaria, sino algo mucho más estructural, que todos respiramos, un sutil, invisible y efectivo sistema en el que todos hemos sido educados y que ha sido perfeccionado a lo largo de siglos, es todavía muy desigual. La brecha es doble: generacional y entre mujeres y hombres. Ellos, hasta los que se describen como feministas de pro, siguen siendo reacios a promover cambios reales en un sistema diseñado a su favor. Pero el cambio es palpable e imparable. Cuando la semana pasada se viralizaron los cánticos machistas del colegio mayor Elías Ahuja, muy pocos dudaron de que éstos forman parte de la llamada "cultura de la violación", un concepto muy poco usado antes del MeToo y hoy plenamente asimilado.

En Estados Unidos, la escala y velocidad de los acontecimientos ha sido distinta. El movimiento dio paso a una oleada de denuncias por abuso y acoso sexual que sacaron a la luz décadas de impunidad y silencio. Muchas víctimas hablaron y, por primera vez, fueron escuchadas. La justicia no es tan rápida como Twitter, pero en cinco años ha habido un reguero de dimisiones, despidos, demandas, juicios, acuerdos extrajudiciales y cambios en la cultura corporativa de las empresas. Han caído figuras tan poderosas como el carismático fundador de Pixar, John Lasseter, o el fundador de Fox News, Roger Ailes, por no hablar de los escalofriantes casos de Bill Cosby, Jeffrey Epstein o Larry Nassar, violadores en serie que gozaron durante décadas de un enorme prestigio social y dejaron tras de sí centenares de víctimas.El MeToo fue el combustible que necesitaba en 2017 la por entonces incipiente cuarta ola feminista. Pero ya sabemos lo que ocurre con las olas: van y vienen, y más en estos tiempos hiperacelerados de turbocapitalismo de redes. Si la segunda ola feminista en los 60 y 70 tuvo su 'backlash' una década después, en los ultraconservadores 80 de Reagan y Thatcher, la reacción al MeToo ya está aquí, puntualísima, en el quinto aniversario del movimiento. La contraofensiva machista ataca por varios flancos: el legal (ahí está la traumática derogación de Roe vs Wade, que prohíbe abortar en la mitad más conservadora de Estados Unidos) y sobre todo el mediático, con las redes sociales ejerciendo de altavoces del machismo más recalcitrante.

Que se lo digan a Amber Heard, que fue sometida a un escarnio digital inédito durante el juicio celebrado el pasado mayo en el que se enfrentaba a su exmarido, Johny Depp. Poco importa que el Tribunal Supremo de Londres ratificara en 2021 la sentencia que daba la razón a 'The Sun', que llamó maltratador al actor porque existen pruebas de que Depp es "efectivamente un maltratador". O que la derrota de Heard (culpable de vulnerar el honor de Depp en un artículo que escribió en 'The Washington Post' sobre el maltrato que sufrió) tenga más que ver con cómo el sistema judicial norteamericano aborda la difamación.Las redes se convirtieron durante las seis semanas que duró la vista en un festival denigratorio hacia la actriz, un banquete de la misoginia más rampante alimentado por digitales de derecha, foros incels y bots pagados por los abogados de Depp. El espectáculo de ver a miles de 'tiktokers' bailando y haciendo 'playback' con el audio del relato de la violación de Heard de fondo, ridiculizando su testimonio, y los centenares de cuentas falsas con memes y vídeos vejatorios que llegaron a los 4.200 millones de visionados son escalofriantes. Si la manosfera quería enviar un mensaje sobre lo bien organizada y lo poco dispuesta que está a que se escuche la voz de una mujer que ha sufrido abuso -un gesto tan sencillo, revolucionario y temido por algunos como escuchar es, no hay que olvidarlo, la esencia misma del MeToo-, lo consiguió. Quedó bien claro que se vienen tiempos oscuros.El MeToo tuvo enemigos desde el primer día. Sus críticos también han generado un universo léxico propio en el que destacan adjetivos como "feminazi" y los conceptos "wokismo" y "cultura de la cancelación". Al movimiento se le ha acusado de casi todo: de promover un nuevo puritanismo, de dinamitar la presunción de inocencia y de alentar la caza de brujas.En España, ningún hombre poderoso ha dejado de serlo porque una o varias mujeres hayan denunciado una conducta inapropiada. Una investigación de la agencia Associated Press desveló que Plácido Domingo acosó sexualmente a 27 mujeres y abusó de su poder durante décadas. El tenor, que dimitió como director general de la Ópera de Los Ángeles tras conocerse los hechos, confesó estar "verdaderamente arrepentido del daño causado" en un comunicado en el que afirmaba que "las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de como eran en el pasado". Su regreso a los escenarios españoles, el año pasado, tuvo algo de homenaje encubierto: el festival Starlite de Marbella celebró un concierto en su honor y en el Auditorio Nacional de Madrid el público le aplaudió en pie durante cinco minutos.

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