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Arquitectura

Un crítico de arquitectura en el trono de Reino Unido

Carlos III siempre ha apostado por el tradicionalismo estético y ha logrado imponer sus ideas en lugares como Poundbury

Palacio de Westminster, Londres, de estilo victoriano. La Provincia

Hace años que las opiniones sobre Arquitectura del nuevo rey británico, Carlos III, vienen dejando con la boca abierta a los arquitectos de todo el mundo. Quien durante décadas fue príncipe de Gales empezó ya, desde los años ochenta del siglo pasado, un hostigamiento total y radical contra la arquitectura contemporánea y moderna, sembrando muchas de sus declaraciones de una apuesta impropia en alguien que debe mantenerse, como mínimo, neutral en todos los aspectos que forman parte de los debates de una democracia parlamentaria como la suya y la nuestra.

El príncipe de Gales criticó el ‘priapismo’ de «rascacielos y bloques de hormigón donde sólo prosperan la orina y los grafitis»

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Tal y como recogió entonces el catedrático de arquitectura y miembro de la Real Academia Española de Bellas Artes de San Fernando Luis Fernández Galiano en su columna habitual del periódico El País de entonces, en un certero y muy crítico artículo titulado La rebelión de los floreros (1990), el entonces príncipe, apostando por el tradicionalismo estético, ofrecía juicios de valor, con una evidente «falta de credenciales profesionales».

Es cierto que la arquitectura es una disciplina sobre la que no deben opinar solo los arquitectos, muy ofendidos con el Príncipe en aquel entonces, sino también el público, y al público general le gusta y entiende mucho más la arquitectura histórica y consolidada que la moderna y la contemporánea.

Visión nostálgica de la arquitectura del rey Carlos III en Poundbury, suroeste de Inglaterra. | | LP/DLP

Pero lo que no es de recibo es su falta de neutralidad y su utilización de todas sus ventajas, las que le da haber nacido en la familia real británica, para haber llevado sus ideas al colmo: en los años noventa el Príncipe publicó un texto de denuncia contra las ciudades que incorporan la modernidad a sus calles, y no solo se quedó ahí sino que el Museo Victoria & Albert de Londres le dedicó una exposición. Incluso se le dedicó un programa televisivo.

Al esbozar su pasión principesca por la arquitectura podemos pensar que tal vez se trata de una «vieja tradición de filisteísmo dinástico», como publicaría también por aquellos años el medio de comunicación The New Barcelona Post, o bien podríamos pensar que es una respuesta al escepticismo profundamente arraigado de los británicos hacia cualquier gran proyecto contemporáneo.

Los profesionales de la arquitectura se han quejado de su falta de neutralidad y de cómo utiliza su posición de privilegio

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La arquitectura es, por excelencia, de todas las artes, el gran arte público. La vemos y disfrutamos, o sufrimos, todos los días, al pasear por las calles de nuestras ciudades, al visitar otras, o al estar dentro de nuestras casas y otros edificios.

Ahora bien, hay que reconocer que lleva tantos años opinando de arquitectura que ha ido construyendo, a través de discursos y libros, un cuerpo doctrinal. Incluso ha logrado en lugares como Poundbury poner en práctica sus ideas frente al priapismo de «rascacielos y bloques de hormigón donde sólo prosperan la orina y los grafitis» (prince Charles dixit). Allí, al suroeste de Inglaterra, fue diseñado y construido, siguiendo sus enseñanzas, un barrio planificado de estilo tradicional.

Tate Modern, en Londres, diseñada por los arquitectos del TEA, Herzog & De Meuron. La Provincia

Si bien la literatura británica es inigualable, y la pintura es muy buena a lo largo de la historia, la arquitectura sigue siendo la más polémica de las artes británicas. Quizá por eso, mereció atención real, porque expresa lo mejor o lo peor de la historia del Reino Unido, incluyendo sus duras fábricas de la Revolución Industrial, algunas de ellas, como la Tate Modern, reconvertidas hoy en maravillosos ejemplos de que sí hay que apostar por la contemporaneidad en la arquitectura.

Así como la vida española puede leerse a través de algunos de sus pintores, especialmente si se visita el Museo del Prado, el drama arquitectónico inglés acompaña con naturalidad su recorrido nacional. Podemos verlo en los colegios de Oxford y Cambridge, en las calles y callejuelas de Londres donde Jack el Destripador cometía sus delitos, en las tabernas y orfanatos o en el Parlamento Inglés y, por supuesto, en el palacio de Westminster donde el próximo lunes tendrá lugar el entierro de su madre la reina Isabel II.

Dulce Xerach Pérez. Abogada y doctora en Arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea

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