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Una mujer en todo el cuerpo

La primera novela de Sara Torres, ‘Lo que hay’, acontece en las grietas del deseo y la pérdida

La escritora asturiana Sara Torres. | | ALBA VIGARAY

El vínculo entre la escritura y el cuerpo ha sido a menudo un puente roto en la conversación literaria, que cada vez más autoras —porque, sobre todo, el cuerpo de las mujeres ha sido objeto de silencios, colonizaciones, violaciones o ha sido, sencillamente, objeto—han tratado de restituir poniendo palabras al vacío.

«Una se sienta a escribir con el cuerpo como una mochila», manifestó la escritora Cristina Morales, Premio Nacional de Narrativa en 2019 y maestra del lenguaje motosierra, en el podcast Tema Libre, donde debatió sobre Lo literario como tablero de juego con la también escritora Lucía Lijtmaer. Ambas coinciden en que esta mochila, a veces pesada, a veces liviana, hambrienta, espléndida, doliente, menstruante o revuelta, influye siempre en el acto de escribir y que la distancia entre cuerpo e intelecto constituye, en palabras de Morales, «una disociación absurda y vana», que no sirve analíticamente para entender la escritura y, por supuesto, tampoco la vida.

Esta reflexión es uno de los puntos de vista que atraviesa Lo que hay (Reservoir Books, 2022), la primera novela de la premiada poeta Sara Torres (Gijón, 1991), que debuta en el territorio de la narrativa con una historia de dos tramas que gravitan en torno al cuerpo en duelo: por un lado, la pérdida y memoria de una madre enferma de cáncer, y por otro, la despedida y la ausencia de una amante.

Ambas realidades confluyen en la vida de la narradora protagonista, que entraña y desentraña en primera persona las aristas del miedo, el deseo, el abandono, la duda y la angustia que pasan por el cuerpo. Lo que hay engloba todo, desde la pulsión animal que late en nuestra piel al desgarro que produce el abandono, donde la autora trata de comprender y desanudar las raíces de su propio movimiento y forma de relacionarse desde el amor, el apego o el dejar marchar.

Madres y amantes

El principio de la novela es de esos principios nabokovianos que golpean: «Mientras mamá moría yo estaba haciendo el amor». También parece, en el fondo y en la forma, una declaración de principios, ya que Torres trenza la relación entre ambos vínculos a lo largo de la novela, como si quisiera apuntar desde el comienzo la impronta de las relaciones maternofiliales sobre nuestros afectos. Y lo hace, incluso, antes, al abrir la novela con una cita de Deborah Levy en su libro El coste de vivir, quien es quizás, junto a nombres como Vivian Gornick o Annie Ernaux, una de las escritoras actuales que más ha ahondado en los conflictos soterrados entre madres e hijas.

Sin embargo, la perspectiva de Torres en Lo que hay toma como punto de partida la muerte inminente de su madre, cuando ella contaba 28 años, que a lo largo del relato entrevera con los recuerdos y vivencias de su enfermedad, así como con una lectura introspectiva del impacto de la mirada materna sobre sí misma. «Mi madre lo era todo. Todos los significados de mi vida estaban asociados o influidos por ese cuerpo», escribe en el prefacio.

A partir de aquí, Torres arroja luz sobre dos cuestiones relevantes en el plano de las relaciones con el propio yo y con los otros. La primera es el abordaje de ese cordón umbilical que amarra a las mujeres por el cuello y pone en jaque el resto de movimientos, sobre todo, en la capacidad y forma de expresar el amor después de ese primer amor. «¿Traicionamos a los otros o a nosotros mismos al descubrir que el enamoramiento no dura para siempre? Tampoco el de una niña con su mamá». La segunda es aún más valiente, ya que nombra los miedos alrededor del cuerpo de la mujer que cambia, al cuerpo aquejado de la enfermedad o cercenado por el cáncer, y sobre todo, al miedo a ser mirada, aislada o abandonada desde esta conciencia dolorosa del otro.

También reflexiona sobre la violencia de ese imperativo social y paternalista que dicta la restitución inmediata del cuerpo mutilado —en este caso, del pecho— para regresar al molde de la normalidad, «donde capital y belleza iban de la mano, sembrando en mí el terror a la pérdida del cuerpo deseable».

Muerte y deseo

En paralelo, Lo que hay es también una expedición hacia los entresijos de una relación poliamorosa, sus complejidades y frustraciones, frente a las renuncias o comodidades que se presuponen en una relación monógama.

Esta revisión de los modelos de relaciones sexoafectivas se erige en un tema cada vez más común en la literatura contemporánea, con voces, sobre todo, femeninas que narran sus experiencias en primera persona, como Brigitte Vasallo o Luna Miguel, pulverizando tabúes y creencias asociadas a las dinámicas relacionales.

En el caso de Lo que hay, Torres subraya las particularidades de las relaciones entre las mujeres y sus cuerpos, pero, sobre todo, trata de descifrar el misterio del enamoramiento y el deseo -¿no es esta la semilla de la historia de la literatura?- desde una confesión íntima, honesta y poética sobre su vivencia de los mitos, dependencias, temores y deseos con respecto al hecho amoroso y sexual, que sitúa el foco en las mujeres que desean con fuerza e intensidad otros cuerpos.

Además, sus dudas y preguntas se recontextualizan en la realidad de una generación que anhela el protagonismo del goce en el presente, pero con la nostalgia de los sueños de futuro, «que facilitan la estabilidad de la mayoría de las personas». «Soy escéptica», añade acto seguido.

Y aunque todas estas cuestiones bordean el abismo de un segundo duelo, cuando su amante se marcha en busca de esto último, quedando la protagonista suspendida en ese verso borgeano que dice «me duele una mujer en todo el cuerpo», Lo que hay es sobre todo una celebración de la vida, el amor y el cuerpo, porque, como escribe la autora, «la única revolución cultural que imagino posible es una que ocurra en el tacto».

Por el cuerpo pasan las alegrías, las pérdidas, los deseos, las violencias, los nuevos despertares. El cuerpo como espacio donde acontece la vida, mueren las certezas y muda la piel. «El tiempo se pliega y el cuerpo, extrañamente, sabe».

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