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Roberto Gil Hernández SOCIÓLOGO

«La canariedad no es solo lo que somos, también es lo que nos falta»

«La canariedad no es solo lo que somos, también es lo que nos falta» Mariano de santa ana

Manuel Alemán decía que “la región canaria es una población callada que ha vivido el fenómeno del mutismo porque ha sido informada por la cultura del silencio”. Sin embargo, el sociólogo Roberto Gil Hernández (Los Realejos, Tenerife, 1986) constituye una excepción a dicha regla. Con su nuevo libro, En el Nombre de Canarias. Representar la sociedad del Archipiélago más allá de su imposibilidad, el autor se propone cuestionar los modos hegemónicos en que se sustancia la canariedad. Haciendo gala de un bagaje teórico poco común por estas latitudes, que abarca los planteamientos de Theodor W. Adorno, Jacques Lacan, Chantal Mouffe o Ernesto Laclau, junto a los presupuestos del feminismo y el pensamiento descolonial, Gil Hernández abre la colección que el Museo Tenerife Espacio de las Artes ha titulado Pensamiento TEA.

¿Qué es un significante flotante? ¿Por qué Canarias lo es?

Tal como lo plantean los filósofos Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, la manera en que utilizamos el lenguaje nos permite saber que las palabras no poseen significados eternos. Un mismo término puede simbolizar cosas distintas o perder su sentido y perderse en el tiempo. Cuando un significante, como Canarias, aspira a definir a toda una sociedad, los intentos por parte de sus miembros de atribuirle significados evidencian una lucha por lo que esta debería ser y lo que no. En esa lucha afloran las posiciones de poder de quienes intentan hablar en su nombre. Canarias es, en este sentido, un significante flotante porque distintos significados compiten por establecer a qué debe remitir su nombre. Por eso puede decirse que sus sentidos flotan, porque aquello que Canarias representa nunca puede fijarse plenamente.

Es constatable el deseo de algunos de que el Archipiélago “flote”, sobre todo en términos geopolíticos, hacia Europa y América…

Efectivamente, una prueba de que Canarias es un significante flotante la tenemos en la capacidad asombrosa que tienen quienes hablan en su nombre para negar su geografía, evidentemente africana. A determinados sectores no les conviene o no les agrada el lugar que ocupa el Archipiélago en los mapas, y prefieren referirse a él como la ultraperiferia de Europa, cuando no como un enclave reconocible por su atlanticidad. Con ello se impone una visión de las Islas cuya realidad inmediata es denegada para mantener intacto nuestro papel como vanguardia del neocolonialismo occidental, sobre todo en África.

¿Cuál es la causa de tanto vaivén a la hora de definir las Islas?

Mire: esto viene determinado por la propia génesis moderna y colonial del territorio. Pertenecemos a una sociedad que ha sido y sigue siendo profundamente desigual. La manera, por tanto, en la que concebimos nuestra realidad depende del lugar que cada cual ocupa en sus formas de organización del trabajo y la riqueza, entre otras manifestaciones de antagonismo social.

¿Es comparable la experiencia de personas que ocupan posiciones tan distintas en su jerarquía social?

Lo es en la medida en que, insisto, todas y todos participamos en el proceso de construcción de significados que intentan definir Canarias. Obviamente, la capacidad de incidencia en este proceso de las personas que acaban de llegar a las Islas del África continental o Latinoamérica, sobre todo si lo hacen en condiciones precarias, es menor que la de migrantes que provienen de Europa o personas residentes con una posición más o menos acomodada. A priori, parece más fácil que se imponga la visión del Archipiélago patrocinada por quienes están en la cúspide de su sociedad que la de sus clases trabajadoras, pese a ser este último grupo mucho más numeroso. La posibilidad, no obstante, de desbordar esa hegemonía es real. Hablar en el Nombre de Canarias siempre presupone conflicto.

Pero eso no evita que se acabe imponiendo una determinada manera de hablar en el Nombre de Canarias.

Claro. Actualmente el significante Canarias funciona como un nombre encubridor del poder que detentan ciertos grupos sociales mediante la representación del Archipiélago a través de eufemismos como su insularidad, atlanticidad y la desmentida de sus diferencias de clase, sexo/género, raza y conocimiento… Pero esa situación puede cambiar.

¿Podría explicar el papel que juega en el Archipiélago, según su análisis, el mito de la insularidad?

Existe una larga tradición en Canarias que insiste en atribuir rasgos inalterables al hecho de que habitamos un espacio insular. Desde los trabajos seminales de Ángel Valbuena Prat y María Rosa Alonso hasta las aportaciones más recientes de Juan José Delgado o Andrés Sánchez Robayna, se ha definido la insularidad como algo más que un contexto geográfico, es decir, como una esencia que condiciona cualquier demarcación de lo canario. Ante esa tradición han reaccionado autores como Claude Le Bigot, Daniel Barreto o Paula Fernández-Hernández, quienes consideran que reducir la canariedad a su contexto geofísico implica banalizar y exotizar su realidad. Como asegura al respecto Nilo Palenzuela, este tipo de argumentos convierte la geografía en pura metafísica. Y, al final, detrás del mito lo que subyace es el extrañamiento inherente a la mirada continental que Occidente impone a lo insular.

En Canarias, como usted afirma, ¿nunca pasa nada hasta que pasa?

Así parece. La cita original es del escritor puertorriqueño José Luis González. Hace alusión a la fantasía ideológica que insiste en presentar las Islas como un territorio exento de conflictividad social. Se trata, como es obvio, de una manera estereotipada de hablar en el Nombre de Canarias pero resulta de utilidad a las narrativas de estilo colonial de las que se nutre, sin ir más lejos, el negocio turístico. A su vez, esta falsa sensación de paz también funciona como una herramienta que las élites isleñas utilizan para mantener el statu quo. Con todo, no hay mal que cien años dure ni hegemonía que lo resista sin hacer concesiones.

¿Ha tenido algún impacto en las Islas el feminismo de la cuarta ola?

Considero que sí. De hecho, me atrevería a afirmar que este es uno de los espacios desde donde se pugna con más fuerza por transformar su realidad. En los últimos años en Canarias no han dejado de crecer las demandas por una igualdad real y los derechos del colectivo LGTBIQ+. Es reseñable, además, que su activismo abrace perspectivas tan interesantes como el feminismo descolonial, que cuestiona la dominación patriarcal atendiendo al rol que cumple, junto al sexo, la raza y la clase. En el ámbito de la investigación, estos avances son indisociables de los trabajos, entre otros, de Jessica Pérez, José Ramos Arteaga, Larisa Pérez, Nilsa Perdomo o Daniasa Curbelo.

¿Podría afirmarse que existe racismo en la sociedad canaria contemporánea?

Desde luego. La fundación moderna de Canarias es pionera en la aplicación de lo que hoy denominamos colonialidad. Este concepto define el patrón de poder capitalista que hace posible la racialización de los cuerpos que han habitado el Archipiélago desde su conquista. Basado en un régimen que oscila entre la opresión y el privilegio, la colonialidad ha legitimado el orden social isleño durante los últimos seis siglos. Y, como mismo justificó la esclavitud en el siglo XVI, puede explicar en el XXI por qué casi la mitad de su población se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social.

Y los guanches, ¿pintan algo en ese proceso?

Tal como apunto en el libro Los fantasmas de los guanches (2019), los indígenas isleños son el primer grupo humano que en Canarias padece los efectos de la colonialidad. Esta legitima su captura y venta como esclavos, las acciones militares que les arrebatan el control del territorio y sus recursos, y la persecución de sus formas de vida y conocimientos, forzando así la integración de quienes sobreviven, mayoritariamente mujeres, a integrarse en la nueva sociedad. Semejante proceso se repite con el contingente poblacional de moriscos y negros traídos a las Islas en provecho de los colonizadores europeos, entre los que también reinan ciertas formas de desigualdad. Quizás por eso la herencia espectral de los antiguos insulares todavía es útil para quienes abogan, en el Nombre de Canarias, por la justicia social.

¿Canarias se ignora e ignora que se ignora?

Así es. Entiendo, junto a Juan Manuel Trujillo, que el conocimiento producido en Canarias ha sido históricamente devaluado. A consecuencia de ello, no solo la gente que vivimos aquí ignoramos muchos aspectos de nuestra realidad inmediata, sino que esta indefinición también es palpable en buena parte de la literatura, artes y trabajos científicos que se producen en las Islas. Esto es algo común, desgraciadamente, a muchos territorios coloniales, condenados a ser para otro como reza la famosa cita hegeliana. Por eso es tan necesario habilitar mecanismos de traducción epistémica que hagan más accesibles los saberes que proceden de las Islas, y no me refiero únicamente a su folclore. Poner a dialogar lo culto y lo popular, lo ancestral y lo académico, sabiendo que ninguno lo abarca todo, puede ser una vía para empezar a hablar del Archipiélago con conciencia de su pluralidad.

¿Cuáles son las principales conclusiones de su trabajo?

Cuando intentamos definir los límites de algo, en este caso de la sociedad canaria, estamos obligados a pensar en lo que queda al margen de su definición. La negación, por tanto, de aquello que nos constituye, aunque sea mediante la exclusión, es una parte indisociable de nuestra identidad. En este sentido, pongo en valor el lado oscuro de la canariedad como un paso imprescindible para su emancipación.

Siempre en busca de la canariedad perdida...

Sin duda, pero desde una perspectiva que huya del esencialismo para reivindicar que la canariedad no es solo lo que creemos que somos, sino también aquello que nos falta.

Sin embargo, usted asegura que representar la sociedad isleña es imposible.

Es imposible representar Canarias como lo hacen quienes consideran que el derecho a hablar en su nombre les pertenece en exclusiva. Pero es viable asumir que cuanto es desplazado hacia sus márgenes también es indispensable para su definición. Hacer este esfuerzo supondría una renuncia expresa a concebir la identidad del Archipiélago como algo inmutable.

Y, ¿entonces?

Canarias es un significante flotante porque no es posible representar su realidad como un todo. Siempre hay algo que resulta sospechoso, algo que falta o que no encaja, y en esa precariedad simbólica reside su potencial transformador.

Hay quien piensa que ahora estamos viviendo un resurgir identitario en Canarias.

Y estoy de acuerdo. Antes hablamos del caso concreto del feminismo en las Islas, pero también se está produciendo un incremento de la preocupación por las malas condiciones en que vive buena parte de la población, la destrucción de la naturaleza, la inestabilidad geopolítica o el auge del racismo. Y esto pasa porque se ha resquebrajado la hegemonía reinante en el territorio durante décadas. Depende de nuestra pericia para resignificar dichas grietas que el nombre de Canarias sea puesto al servicio de su mayoría social.

Estamos condenados, pues, a vivir en el antagonismo

Eso parece, pues este es una constante, un rasgo inherente a la vida en sociedad. Marx decía que los antagonismos sociales son el resultado de las leyes naturales de la producción. Con este libro espero demostrar que la producción de sentido es indisociable del modo en que se organiza nuestra vida material.

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