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Crítica de cine

Extravagancia indiferente

Nunca ha existido una conexión entre el cine de George Miller y yo, que ya asistía a las proyecciones de su saga fetiche (las cuatro entregas de Mad Max: Salvajes de la autopista) con notable distanciamiento. Más allá del entretenimiento de algunas escenas y de cierta estética rompedora, nunca me terminaron por cautivar sus personajes ni me interesó en exceso la historia. En cuanto a la otra parte de su filmografía más exitosa y conocida, con los animales como protagonistas, tampoco ha sido objeto de mi atención. De hecho, no entendí el fenómeno generado en torno a Babe, el cerdito valiente (del que Miller era productor y guionista) y a su secuela, ni el referido a los pingüinos de Happy Feet: Rompiendo el hielo, que incluso le reportó un Oscar. ). Sin considerarlas en absoluto malas obras, ese cúmulo de alabanzas y premios obtenidos escapan a mi entendimiento. Y, a mi juicio, sus trabajos más convencionales, como Las brujas de Eastwick o El aceite de la vida, resultan simplemente correctos.

Ahora, cumplidos los setenta y siete, estrena Tres mil años esperándote, una cinta de difícil calificación y clasificación con la que pretende ser original y desmarcarse del resto de su producción, si bien recurriendo a extravagancias más que a buenas ideas y, además, en ausencia de un público potencial (ni adulto, ni infantil ni juvenil) al que dirigir esta propuesta ecléctica, indefinida y algo desnortada. Los efectos especiales, los retoques por ordenador y el tipo de fantasía se tornan demasiado artificiales y, pese a la abundante técnica digital utilizada, todo parece de cartón piedra y, lo que es peor, carente de claridad en la trama o mensaje que aspira a transmitir.

La protagonista es una mujer madura, profesora de universidad, que llega a Estambul para participar en un congreso. En un bazar adquiere un frasco que llama su atención y, al limpiarlo cuando llega a la habitación de su hotel, aparece un genio dispuesto a concederle tres deseos. En un principio, la docente recela del ofrecimiento y rechaza la oportunidad. Sin embargo, la criatura mágica la engatusa con relatos del pasado y la continúa tentando, hasta que finalmente se deja persuadir y decide participar en tan singular apuesta.

Por enésima vez, tal y como me suele ocurrir con los filmes del cineasta australiano, asisto pasivo e indiferente a la narración, demasiado plana y simple para pertenecer al género fantástico y cuyo ritmo tampoco la integra en el de aventuras. Navega por aguas indefinidas. No contiene errores desmedidos, ni incluye aciertos de relevancia. Si acaso, destaca lo insólito de la idea aunque, pese al reducido metraje de la proyección, le falta esa chispa capaz de enganchar al espectador.

Tilda Swinton encabeza el reparto. Ganadora de una estatuilla a la mejor actriz secundaria por su actuación en Michael Clayton, la intérprete inglesa avanza profesionalmente a contracorriente, dotando a su trayectoria artística de un punto de indefinición y rareza que, en unas ocasiones le aporta valor y en otras, simplemente extrañeza. En cualquier caso, aquí no se enfrenta a su mejor papel. Da vida al genio de la lámpara su compatriota Idris Elba, habitual en las películas de la factoría Marvel y en largometrajes de acción y aventura, y que ha participado en los interesantes Molly’s Game, American Gangster o Beasts of No Nation.

George Miller rueda actualmente una nueva entrega de Mad Max (Mad Max: Furiosa), con la intervención de Anya Taylor-Joy, y ya anuncia otra posterior, con lo que la singular saga alcanzaría los seis títulos. Visto lo visto, mis esperanzas son limitadas. Más bien, me temo el enésimo alargamiento artificial de éxitos pasados como fórmula de para perpetuarse en el futuro. Personalmente, me sumo a esa famosa frase atribuida a Napoleón Bonaparte de que «una retirada a tiempo es una victoria». Pues eso.

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