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Sesenta años sin el genio de William Faulkner

El escritor es un ejemplo de cómo la literatura, la pasión por las letras, puede redimir e incluso llevar al éxito a un fracasado en otros ámbitos

William Faulkner. | | ELD

Conmemoramos estos días la desaparición de William Faulkner, ocurrida un 6 de julio de 1962. Fue hace sesenta años; han pasado muchas modas y caprichos ya olvidados, pero su obra sigue, universal, rotundamente moderna. El mundo le otorgó la inmortalidad.

La literatura de Faulkner, inagotable y poderosa, sigue gozando de buena salud. El escritor sureño por excelencia, ha envejecido mejor que otros gigantes de la literatura norteamericana. La grandeza de William Faulkner no está en la capacidad del escritor para construir una de las obras más sólidas de la vanguardia norteamericana sin despreciar a sus orígenes rurales. Pocos han sabido descifrar mediante la literatura los misterios, las grandezas y las verdades que se esconden de manera insondable en el alma humana.

Poco cabe decir de un grande entre los grandes, solo cabe recordar que pocas cosas hay imprescindibles y el placer de leer a Faulkner esta es una de ellas.

Leí en cierta ocasión a Muñoz Molina cómo William Faulkner pese a su impresionante estrella de escritor no es considerado en Estados Unidos un «monarca de la literatura americana», sino más bien un fenómeno lateral. Contribuye a ello su insistencia en ser un escritor del sur, que ejerció como tal, y que, debido a ello, nunca estuvo en la pomada de las corrientes de la novela americana de su tiempo. Faulkner, decía Muñoz Molina, es más para los americanos un escritor de estudio que una gloria de la literatura de su país y se extrañan de que en Europa e Iberoamérica el escritor goce de la consideración de genio de la literatura.

Balzac, Dickens, Conrad, Shakespeare y la lectura de la novela ‘Moby Dick’ le enseñaron el arte de la ficción

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Tenemos el ejemplo en The New York Times, que en el obituario tras su muerte le despidió con la misma acritud con que trató sus libros: «Mostró en sus escritos una obsesión con el asesinato, la violación, el incesto, el suicidio, la avaricia y la depravación general que no existe en ninguna parte, sino en la mente del autor».

A ellos les puede sorprender eso y a los europeos que un país que ha dado talentos literarios como Mark Twain, Hemingway, Scott Fitzgerald, John Dos Passos o actualmente Don deLillo o Thomas Pynchon, no sepa distinguir al más grande de todos ellos. Joyce, Kafka, Proust, Faulkner. Ahí están los genios de la literatura de nuestros días. Su póquer de ases. Los muy rígidos, los más chiítas y ortodoxos de las exigencias literarias dicen que después de ellos, poco más, con la excepción de García Márquez, y no se refieren a grandes novelas o escritores de enorme talento, que los hay, sino a aquellos que se sirvieron de la literatura para dar una nueva concepción del mundo, para crear nuevos mundos, no sólo para imitarlo. Y ahí, en ese pelotón de escapados está Faulkner aunque ni en su Mississippi natal ni en Estados Unidos hayan querido descubrir aún su genio.

Incluso él mismo, quizá en un alarde de falsa modestia, en plena cincuentena le escribía a una amiga: «Ahora me doy cuenta por primera vez de qué asombroso don he tenido: haber hecho las cosas que hice. No sé de donde salieron. No sé por qué Dios o los dioses o quien fuera me escogió a mi de recipiente».

Buena parte de sus escritos nacen impulsados por sus necesidades, sobre todo los relatos cortos

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En realidad Faulkner, aunque su educación formal era mínima, no lo era tanto la literaria. Este profundo explorador del alma humana no estudió nada de filosofía ni psicología. De joven se volcó en la lectura de la poesía inglesa del XIX, y leyó con fruición a tres novelistas que le enseñaron el arte de la ficción como Balzac, Dickens y Conrad. También Shakespeare estaba en su biblioteca y una de sus lecturas más queridas: Moby Dick. Pero sobre todo su escuela literaria estaba en saber escuchar y atender a los hombres y mujeres de su Oxford natal, en el profundo Mississippi. Eso era más valioso. La épica diaria de los hombres del sur, el ver y conocer a diario las historias de crueldad, de injusticia, de desigualdad que padecían y la resistencia con que le hacían frente.

Redención

Faulkner es un ejemplo de cómo la literatura, la pasión por las letras puede redimir e incluso llevar al éxito a una persona. Fue un mediocre estudiante que no acabó nunca el bachillerato, fracasó en su intento de ser piloto del ejército, el amor de su vida, Estelle Oldham, lo dejó para casarse con lo que se llama un buen partido, aunque posteriormente terminaron casándose y haciendo de la convivencia una pesadilla donde el alcoholismo de ambos fue crucial. Trabajó en innumerables oficios de todo tipo a los que no se adaptó o lo despidieron, tuvo problemas con el alcohol, pero su innata obsesión por la literatura, su enorme amor propio por escribir le redimen y le llevan al éxito que se fragua en 1950 con la obtención del Nobel. Esos problemas hicieron que Faulkner pasara serias dificultades económicas en muchas ocasiones. Buena parte de sus escritos nacen impulsados por sus necesidades económicas. Especialmente los relatos cortos, escritos para sobrevivir. Un ejemplo: tenía un pobre empleo de vigilante de las calderas de la universidad de Mississippi y por la noche escribía de manera febril y sin descanso. Gracias a ello escribió páginas ante las que, como decía Onetti, solo cabe el silencio de la admiración total.

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