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crítica de arte

Superado el objeto

En ‘Velar la forma’, la retrospectiva que muestra TEA, José Herrera nos regala momentos íntimos que resultan ser arte

‘Cuerpo para el pensamiento’ (2007-19). | | N. MORENO

En mi último cumpleaños me regalaron el libro Crítica en acto, de José Jiménez. En su primer capítulo, dedicado a la pluralidad de la visión, el filósofo cuenta que el gran logro de Picasso fue pasar de la estética de la apariencia a la estética de la esencia. Jiménez continúa argumentando que, si bien es algo enormemente interesante, al final, todo le quedó muy analítico, técnico y científico y, entonces, llegó Juan Gris para darle alma y poesía. Me acordé de José Herrera. Sigan leyendo.

Una de las salas en las que se exhibe ‘Velar la forma’. | | N. MORENO

Por fin se reveló Velar la forma la retrospectiva de este artista en TEA –comisariada por Gilberto González– y que recoge parte de sus trabajos de los últimos 40 años. Pensó Herrera que no tendría tanto ni tan bueno para ocupar el amplio espacio que se le dedica pero, al final, resultó que se le quedó algo corto.

Recomiendo ir con calma a ver esta muestra, no solo porque es amplia sino porque no se merece ser visitada a la carrera: una pieza, otra, otra. Se trata de un trabajo a fuego lento. Herrera ha tardado cuatro décadas en construir este proyecto –creo que digo bien porque no se trata solo de una serie de piezas– y la exposición ha tardado en materializarse un par de años.

Inicié el recorrido con una grata sorpresa: el texto de sala. Poco se habla de este importante elemento. Destaco su acierto porque no es frecuente encontrar un texto que realmente informe, contextualice la muestra, aporte un punto justo de poesía, trate acerca de la sensibilidad del artista con la dosis adecuada de tecnicismos; que seduzca mostrando lo justo. He leído textos de sala excelentes pero llenos de palabros que generan serias barreras de entrada y otros horribles que cogen de aquí y de allá términos artísticos que suenan pseudocultos intentando, como la salsa de champiñones, camuflar una pésima calidad.

Pero, sobre todo, el texto que acompaña Velar la forma ayuda al visitante a evitar un grave error: quedarnos en la contemplación de las obras como simples objetos; formas de determinado material, color, tamaño: ¡Uy, qué bonita esta pieza! No van por ahí los tiros. El antropólogo Alfred Gell introdujo el concepto de agencia del objeto llamando la atención sobre los modos en que un artefacto es capaz de afectar a las personas, movilizando emociones, generando ideas y provocando una variedad de acciones y procesos sociales.

Herrera nos introduce en un mundo muy particular, el suyo. Y es que trabaja de dentro hacia afuera, seleccionando muy bien cómo, cuándo, dónde y qué quiere mostrar de su propia persona a través de sus obras. Herrera es pausado, introspectivo, meditativo, sensible y presente.

A este artista lo sé preocupado por el deterioro medioambiental, la violencia omnipresente, nuestra falta de empatía y compasión, resultado de haber olvidado nuestra conexión con el resto de seres vivos tomando una actitud chulesca que nos está llevando por el mal camino. No tiene demasiada fe en lo que hay ahí afuera por lo que se refugia dentro y, de vez en cuando, nos hace partícipes de sus derivas.

Sobre su exposición Días deshojados en la Sala de Arte Cabrera Pinto, hace aproximadamente un año y medio, escribí: «Opino que la obra de Herrera es lisa, pero no relamida; es contundente pero no asfixiante, es personal, pero, al mismo tiempo, universal porque es básica, primaria, esencial. Es serena. No empalaga. No es pretenciosa. Puede sonar muy raro, pero es que de la muestra me gustan las piezas, pero, también, y mucho, los vacíos». Me reitero.

En aquella ocasión se exhibieron piezas recientes y con algunas de las ellas nos reencontramos en Velar la forma, acompañadas ahora por sus hermanas mayores. Todas juntas relatan una trayectoria que puede resultar llamativa por presentar una homogeneidad aparente. No confundamos esto con una repetición o, como ocurre en ocasiones, haberse subido a un carro que funciona también, llamado estilo propio, eso que se te sube a la chepa y con lo que tienes que cargar toda la vida. No es el caso.

Herrera comenzó su trayectoria artística cargado con un montón de preguntas e inquietudes y, a lo largo de los años, ha estado buscando, mediante nuevas formas y materiales, otros planteamientos con los que hincarles el diente: madera, espejos, papel, planchas de cobre, sábanas, escayola, almohadas, hierro, fibra de vidrio, cristal... Me resulta especialmente interesante la manera en que trabaja sus materias primas haciendo que las piezas rígidas aparezcan blandas y viceversa.

Este artista empezó a trabajar a principios de los 80 una década que, en términos artísticos, se conoce en España como la era del entusiasmo. Después de 40 años de dictadura se consolidaron libertades y, coincidiendo con la llegada del gobierno socialista, se inicia una etapa en la que se abren las puertas para que el arte español coja aire y recorra los circuitos internacionales. Esto se vivió de maneras diferentes en distintos territorios españoles. Destaco, a modo de resumen, parte del manifiesto creado para la exposición 1980 (Madrid, 1979) en la galería Juana Mordó: «pues ahora que, afortunadamente, no está de moda el arte político, es urgente replantear la política del arte; ahora que la política no se hace en la tela, es urgente replantear la política que se hace en la entretela».

En Canarias, muchos de los jóvenes artistas del momento parten del postminimalismo y del diálogo con colegas de lejanas latitudes. Creo que José Herrera puso el alma a ese momento, como hiciera Juan Gris en su día.

Puede parecer Herrera un escultor, aunque no se tiene por tal; en todo caso, dibujante. Y es que para este artista es esencial el papel en el proceso de creación artística; tanto para obras finales como soporte de esas ideas previas sin las que, después, nada existiría. Así, sobre la marcha, recuerdo los papelitos en los que Duchamp divagaba sobre lo infraleve o Le Corbusier garabateó lo que veía desde la ventana estrecha y horizontal de un barco y que daría lugar a su fenêtre en longueur. Tómense un tiempo para colocarse en distintos puntos de las salas para comprobar como las piezas recortan el espacio sacando formas entre ellas, dibujando.

Como pega a esta muestra he de decir que no encuentro cómodas a estas obras en TEA. Las imagino en un bosque; sin bombo y sin platillo. Se dio la circunstancia de que entré a ver la exposición antes de que Herrera comenzara la inauguración y cuando fui a escucharle –con esta idea forestal en la cabeza– le oí contar que la instalación con sillas que hay en la entrada del edificio fue un plan B ya que, inicialmente, ideó la colocación de mil y pico árboles. No pudo ser por problemas de adaptación de las plantas al clima de Santa Cruz por lo que esta opción resultaba una gran incoherencia para alguien comprometido activamente con el mantenimiento de la laurisilva en la isla. Una lástima.

Finalizo, animando a la participación en esta instalación aportando un par de sábanas. Háganse un regalo valioso en estos tiempos: sentir que forman parte de algo colectivo; superando, como hace Herrera, lo material en los objetos.

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