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Nietzsche lloró (y sonrió)

La crítica de Habermas a su colega, al señalar que este cae en una «ilusión perspectivista de afectos», aparte de quedarse prendido de la estética

Nietzsche, en el hospital, en los últimos años de su vida. | | ELD

A lo largo de la historia, la razón ha sido apreciada como el tema esencial de la filosofía. Lo cual no quiere decir que dicho concepto no haya sido problemático. Y lo sigue siendo. Ese es el sentir de Jesús Conill en este libro: seguir con una reflexión, o mejor, con un autorreflexión de la razón sobre sí misma. Para dicho fin, se pueden seguir diversos caminos especulativos, pero Conill escoge, siguiendo su trayectoria, la reconstrucción genealógica reconsiderando la postura nietzscheana.

Dicho esto, parece que con un acercamiento a Nietzsche sobraba para explicar estos considerandos. Sin embargo, aparece, en esta cavilación de Conill, Jürgen Habermas. La primera pregunta es por qué. O, en todo caso, si partimos del planteamiento habitual de la filosofía contemporánea, este libro se debiera titular «Habermas versus Nietzsche». Y no faltarían razones para ello, teniendo en cuenta la crítica que hace Habermas a Nietzsche, al señalar que este cae en una «ilusión perspectivista de afectos», aparte de quedarse prendido en un planteamiento estético.

Pero, para cualquiera que haya seguido la trayectoria de Conill (un auténtico «espíritu libre») ese poner a uno frente a otro se veía venir. No solo por tener el corazón partido, sino por la propia interpretación de Nietzsche (y también la de Habermas, en este caso). Recordemos que en su libro El poder de la mentira encontró los lazos entre Nietzsche y Kant que bien pueden resumirse en una idea: hermeneutizar a Kant. Nietzsche no rompe la línea kantiana, según demostró en su momento Conill, sino que amplía el horizonte de la razón. Esta no queda devaluada como hacen los estudios que califican a Nietzsche como irracionalista.

Ahora, en este por el momento último libro, se trata de buscar el hecho de que estos dos autores no sean conjuntos disjuntos, siguiendo la línea señalada. Para ello, el autor recobra su habitual papel de detective de la razón para descubrir que una de las fuentes de Habermas ha sido inadvertida en el propio pensador alemán, y eso que es fundamental, según Conill, para comprender su conocida y reconocida teoría de la acción comunicativa.

Una razón impura y vital

La pista está en recobrar el interés por la razón —muy descentrada desde el paso del elefante posmoderno—, aquel concepto que en otros tiempos sirvieron para definir lo humano («un animal que tiene Lógos»), y hasta «lo universal». Y la mejor manera para lograr dicho interés consiste en poner a trabajar su lupa para ver mejor la genealogía de la razón (las genealogías, en este caso), que es el cometido de este libro. El enfoque genealógico consiste en reconstruir la historia de la formación del pensamiento y de la razón misma. Es ahí donde se reconcilia la razón corporal (impura, sentiente, vital…) y la razón comunicativa.

Pero eso no lo hace el catedrático de Filosofía Moral a partir de una superación hegeliana, y sí desde una filosofía hecha a martillazos, pero para construir y no para destruir, dando por sentado que el regreso a los orígenes es el mejor camino para descubrir un presente y un futuro de una razón en sentido histórica y corporal. Esto se consigue perfilando mejor la percepción hambermasiana de la genealogía de la razón; porque, según Conill, esta deja lo sagrado encerrado en estadios anteriores del aprendizaje moral. Esta posición enturbia la propia percepción de la razón comunicativa, a la que le falta un auténtico análisis de la experiencia humana.

Por ello, habría que recobrar dicho aspecto sagrado, es decir, las entrañas religiosas de la razón moderna. Eso es lo mismo que averiguar qué es lo que otorga fuerza a la razón a través del dinamismo de las creencias. Es ahí donde Conill encuentra la falta de Nietzsche en Habermas al no haber planteado este la mencionada encrucijada entre Kant y Nietzsche. El Nietzsche que lloró —con ello recobro a modo de metáfora y no de contenido el título del libro de Irvin D. Yalom— la muerte de Dios, la muerte de un modo de entender la razón. Una muerte que acaba en sonrisa, porque la razón adquiere una nueva vida desde la perspectiva corporal (como centro de sabiduría y acción) y hermenéutica. Es ahí donde Conill escarba en las huellas de lo sagrado, o, en concreto, del cristianismo trágico (el del Jesús el que anduvo en la mar, como decía Antonio Machado).

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