La vuelta a los orígenes como punto de partida. Los pliegues de la memoria llenan la cartografía íntima de recuerdos y emociones en cautiverio que la escritura libera. Julia Soria debuta a sus 73 años atravesando unos “Campos azules” (Alba editorial) donde habitan olvidos y renuncias, aprendizajes y descubrimientos. Contraluces y sombras. La protagonista es una mujer que cruza esa edad media donde el pasado crece y el futuro empieza a menguar. Tiempo de reconocimientos y regresos al ayer. La venta de la casa de los abuelos la lleva a una aldea deshabitada en la meseta castellana, un lugar de la España vaciada lleno de evocaciones que lleva a una infancia atrapada en unos cuadernos escritos con solo doce años, en aquella década de los 60 donde el mundo rural aún era pujante y resistía los empujones del engranaje moderno. La convivencia con sus abuelos maternos fue una escuela esencial donde aprender costumbres y tradiciones en un entorno de trabajo sudoroso y Naturaleza en estado puro. Y duro, también. Un paisaje donde lo esencial no admitía descuidos ni indiferencias. La lucha por la vida. Una abuela sabia y recia hacía las veces de guía para un camino de conocimientos que proporcionan un legado al que la escritura aguarda para dejar huella y significado.

El paisaje como personaje a tener en cuenta. La prosa de Soria profundiza en él, desmenuza su alma, armoniza realidad y evocación con preciso manejo del lenguaje. La poesía desnuda del realismo sin maquillajes. Su protagonista, hija de una tierra “áspera y pobre”, quiere escribir “todo lo que la memoria ha ido filtrando, tal vez embelleciendo, tal vez olvidando. Lo dicho, lo no dicho; lo que se me escondía y lo que no podía esconderse”. ¿No es la literatura, acaso, un medio para hacerse preguntas que nadie puede responder ya?

Novela de pérdidas y hallazgos, de formación y transformación, “Campos azules” esquiva la melancolía, recela de la amargura. Elige la nobleza, el fulgor de las raíces: “Me conmueve pensar que mi verdadera identidad está ahí. De esos garbanzos, de ese salvado y de ese trigo provengo. De la sencillez de una vida difícil y del esfuerzo de unas personas que labraron algo más profundo que los surcos de la tierra”. Ahí entra en juego el gran desafío: impedir que una casa que alberga tantos instantes del pasado se venga abajo. Carcoma, escombros, heridas del tiempo. La novela se desvía hacia los tiempos de emigración con adioses tempranos y también hacia la escuela de la vida: “Hay que tener los ojos bien abiertos” si quieres saber qué tiempo hará al día siguiente. Escuchemos las lecciones de la abuela: “Observar con calma, oler el aire y ver de qué lado sopla el viento, mirar de qué color es el cielo cuando se pone el sol. Cualquier señal es importante”. ¿Quieres aprender a hacer pan? La abuela te enseñará.

La irrupción de la literatura como ventana a otros mundos (gracias, Tom Sawyer y tu amigo Huckleberry Finn), el estallido inesperado de la brutalidad inexplicable (que luego amparará la llegada de un primer amor), la muerte como invitada indeseable que invoca un misterio. Secretos y mentiras. Investigaciones privadas. Ensoñaciones y decisiones sin vuelta atrás. “Aprenderé a callar y a escuchar el silencio. Será mi refugio”. Y escribir, escribir, escribir para “recuperar todo aquello que de verdad importa y tal vez pueda así reencontrarme”. Aprender a hacer el nido para poder volar. “Campos azules”, novela de exultante belleza que refleja con maestría los ecos de un pasado rural amenazado de muerte al tiempo que escruta con sagacidad asombrosa en la evolución de una mujer en distintos tiempos y circunstancias, concluye con una invitación serena, profunda y hermosa de la protagonista a ser dueña de su vida. Su abuela estaría orgullosa de ella.