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Canarismos

Todo tiene remedio menos la muerte

LUIS RIVERO

La única certeza que tenemos en la vida es la muerte, que se sabe que llegará, aunque ignoremos cuándo. Todo lo demás es contingente y casi siempre sin trascendencia para el común de los mortales. Sin embargo, hay quienes se obstinan en la idea de inmortalidad. En el inconsciente colectivo la inmortalidad viene asociada a menudo a la divinidad, pues cuenta la mitología que, en un pasado remoto, «cuando los dioses vivían entre los hombres», el atributo de ser inmortal despertó en estos cierta fascinación, hasta aspirar a aquel privilegio reservado a los dioses.

Así fue como llegó a convertirse el sueño de la inmortalidad en un anhelo para el ser humano. Pero la muerte llega irreversiblemente cuando al reloj biológico «se le acaba la cuerda». Aunque hay quienes creen que es una fuerza ignota a la que llaman destino la que determina el devenir y el desenlace de los seres humanos, como si tuvieran ya establecida la fecha y la hora exacta de su partida (quizá sea esto lo que explica la frase proverbial que nos recuerda que «nadie se muere la víspera, sino el día que le toca»).

Y si la muerte es impostergable a la data «de caducidad» que tenemos señalada en el gran calendario cósmico desde que nacemos, si irremediablemente morimos cuando «nos toca» o «cuando Dios lo quiera», o si podemos expirar en cualquier momento porque —como dice otro dicho isleño— «para morirse no hace falta más que estar vivo», en definitiva, si «todos somos hijos de la muerte», entonces para qué preocuparse si no tiene solución. Frente a ello, todo lo demás, los problemas cotidianos, los disgustos que nos afligen, las situaciones de dificultad que nos consternan, todo resulta irrisorio porque tiene arreglo, y ya se resolverá. Y si no lo tiene, tampoco vale la pena preocuparse.

En estos presupuestos se inspira este refrán de tradición clásica de cuyos antecedentes se hacía eco Agustín de Hipona en la Edad Media: Mors quando venit, resisti ei non potest, quibuslibet artibus, quibuslibet medicamentis occurras (Salmo 47). Y con posterioridad es común entre los escritores latinos medievales que lo citan en muy diversas versiones. En castellano, la versión más primitiva se documenta en la primera mitad del siglo XV: «A todo maña si no a la muerte» (Santillana, Refranes).

Y a comienzos del siglo XVI aparece una segunda versión: «A todo ay remedio, si no a la muerte» (Refranes glosados). Diversos autores lo registran en distintas formas hasta llegar a la versión de uso actual en castellano: «Todo tiene remedio menos la muerte». Este proverbio tiene el sentido de llamar a la comprensión de las dificultades y desgracias como eventos pasajeros frente a la trascendencia del final de nuestros días.

«Todo tiene remedio menos siendo la muerte» o «Pa(ra) todo hay remedio menos siendo pa(ra) la muerte» son las variantes más usuales en las islas del refrán que partiendo de una aseveración absoluta, «todo tiene remedio» (o «para todo hay remedio»), recurre a esta peculiar sintaxis para exceptuar o excluir una parte del todo o de la afirmación general, «menos siendo».

La máxima refiere el fenómeno biológico de la existencia terrena regido por el principio universal de impermanencia de todos los seres vivos («todo lo que tiene vida, muere»), a lo que irremediablemente estamos abocados. Al tiempo que lo compara con los problemas e infortunios que forman parte de las vicisitudes de la vida ordinaria. Todo ello, frente a la muerte, son sucesos insignificantes porque todos tienen solución, ya que irremediable es solo la muerte.

La máxima se emplea, de sólito, a modo de consuelo/consejo cuando alguien atraviesa una situación de dificultad o cuando sucede alguna desgracia: «No te preocupes que todo tiene remedio menos siendo la muerte». Alentando así a afrontar con esperanza y optimismo los contratiempos con que nos podemos encontrar en el camino. Contiene implícitamente el mensaje que las dificultades ordinarias, más tarde o más temprano, se solucionarán porque para todo hay una respuesta y una cura, «menos siendo pa(ra) la muerte». Como reza un dicho afín: «Pobre del que se muere si al cielo no va, porque lo que queda aquí, todo se arreglará», que viene a expresar lástima por una muerte en vano, ya que los problemas terrenales siempre tienen solución.

Así que, ya se tenga «cuerda para rato» o ya «nos queden dos afeitadas», «al que le tocó, le tocó» y eso no tiene solución, para todo lo demás hay remedio.

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