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Canarismos

Si uno no quiere,dos no se pelean

LUIS RIVERO

La universalidad de este registro de origen latino (Duo sunt ad litem necessari) queda testimoniada por la presencia en otras lenguas de distintas versiones del mismo [en francés: Pour se battre il faut être deux (para luchar hacen falta dos); en inglés: It takes two to make a quarrel (hacen falta dos para una pelea); en italiano: Per litigare, bisogna essere in due (para pelearse, hacen falta dos); en portugués: Quando um não quer, dois não brigam (cuando uno no quiere, dos no discuten)]. En castellano se documenta a inicios del siglo XVI por el Marqués de Santillana (que lo recoge en sus Refranes, 1508) en esta versión antigua: «Cuando uno no quiere, dos no barajan» («barajar» es un arcaísmo que significa ‘reñir, altercar o contender con otros’) y explica que «en los pleitos y diferencias si una parte desiste de la porfía, luego se fenece la contienda». La variante actual más común en castellano es: «Dos no riñen, si uno no quiere» y viene a sugerir que, si uno no hace caso a las provocaciones, no se arriesga a caer en discusiones o peleas, o lo que es lo mismo: si alguien no quiere, no habrá discusión. La versión isleña de este antiguo refrán puede presentar alguna de estas formas: «Si uno no quiere, dos no se pelean» o «dos no se pelean, si uno no quiere».

El proverbio trasciende a la visión construida sobre una dicotomía entre elementos antagónicos: «buenos» y «malos», «quién tiene la razón y quién no» o de «quién empezó primero, si uno u otro», así como de quien toma partido por uno de los contrincantes dejándose llevar por el fragor de la grada mediática o por quien contempla la tangana desde la distancia. Por el contrario, el dicho nos pone delante del dilema de qué actitud tomar cuando nos vemos implicados en una discusión con riesgo de acabar en bronca. De si adoptar una postura sensata que reconduzca cualquier malentendido al cauce del diálogo o por el contrario dejarnos llevar por el ímpetu del momento que nos sume en el griterío a riesgo de acabar en agarrada. En suma, nos sitúa ante la disyuntiva en la que se puede imponer la fuerza de la sinrazón o la sensatez de la palabra que puede dirimir las diferencias y hacer salir indemnes a las partes en litigio. En el que uno de los antagonistas suele «dar el brazo a torcer», aún a riesgo de ser tachado de cobardica por la muchedumbre expectante. A lo que se suele responder con gran sentido del pragmatismo aquello de que «más vale cobarde vivo que valiente muerto». El refrán tiene el valor de principio guía que debe arbitrar la solución a cualquier disensión entre individuos, recomendando sentido común, calma y buenas maneras como ingredientes para atajar la discordia; o ante contenciosos entre colectividades, grupos humanos, incluso entre naciones, que amenacen con llevar sus diferencias a posiciones de fuerza. Ante ello se impone igualmente la fórmula diplomática: «si uno no quiere, dos no se pelean».

Y a propósito de conflictos entre naciones, es oportuna una reflexión de Miguel Delibes (Un año de mi vida, 1972) que pese al tiempo transcurrido sigue gozando de actualidad. Recurriendo con sarcasmo a la versión castellana del dicho comentado, el autor hace de este un trabalenguas aseverando una verdad de Perogrullo: «La invasión americana de Laos, como ayer la invasión rusa de Checoslovaquia, demuestran que en el mundo actual únicamente los grandes tienen derecho a la guerra. Dos no riñen si uno (USA o URSS) no quiere, pero uno riñe (USA o URSS) si a uno (USA o URSS) le da la gana». Y es que esta particular interpretación del dicho no desautoriza el sentido tradicional ni manda al traste aquel otro que señala: «Refrán viejo nunca miente», sino que acaso viene a establecer la excepción a toda regla (de la que los refranes tampoco son una excepción); regla que, a veces, no vale para nada y se impone aquello de: «el que pega/da primero, pega/da dos veces».

Con todo, la versatilidad del refrán «si uno no quiere, dos no se pelean» lo hacen aplicable a cualquier disputa. Desde un intenso debate dialéctico que olvidando las formas acaba en una acalorada discusión a una porfía entre «gallitos» en la que se pasa a palabras mayores y terminan «echándose mano»; o de una diferencia entre vecinos que amenaza con terminar en un pleito (ante los tribunales) hasta un desacuerdo insalvable entre naciones que puede desencadenar un conflicto bélico. Y ante estas situaciones, el saber popular continúa afirmando con esta doble negación: «Si uno no quiere, dos no se pelean».

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