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Miss Melilla somos todos

En ‘Rojo sobre rojo’, el artista Cristóbal Tabares sube al lienzo un relato pop sobre la represión de la diversidad sexual y la violencia hacia las mujeres en Rusia que puede visitarse en la Sala de Arte Cabrera Pinto de Tenerife

Dos piezas de ‘Rojo sobre rojo’ de Cristóbal Tabares, en la Sala de Arte Cabrera Pinto. | | ELD

En 2001, durante el certamen de Miss España, el embajador ruso preguntó a la representante de Melilla: «¿qué sabes de mi país?». La interpelada, deseando que se la tragara la tierra, usó el comodín de «tiene gente maravillosa» e hizo referencia a su convulsa historia política con un simple «ha habido algunos cambios». Este momento inolvidable de nuestra televisión nos recibe en la Sala de Arte Cabrera Pinto que acoge Rojo sobre rojo, la última exposición del artista Cristóbal Tabares (Arafo, 1984), comisariada por Semíramis González, que puede visitarse hasta el próximo 22 de mayo.

Esta bienvenida supone una clara muestra del modus operandi de Tabares, quien trabaja desde la ironía, la sátira y el sarcasmo para tratar cuestiones serias y complejas. En esta ocasión, aborda la represión del gobierno ruso hacia la diversidad sexual y la violencia sistemática hacia las mujeres. De repente, me asaltan las declaraciones de Duchamp –maestro del cuestionamiento y la puesta en crisis– sobre su obra Unhappy readymade, un libro de geometría colgado a la intemperie: «era una pura cuestión de humor. Simplemente se trataba de hacer humor, humor para denigrar la seriedad de un libro de principios». Casi nada.

A nadie se le escapa la coincidencia en el tiempo de Rojo sobre rojo con la guerra entre Rusia y Ucrania. El trabajo de Tabares, sin duda, ha quedado connotado por este acontecimiento afectando a la recepción de su obra: Rusia ya no es apreciada por nosotros de la misma manera que hace unas semanas. Y es que vamos afectados a la sala, dolidos, dañados por la avalancha de imágenes que nos llegan del conflicto y, quizás, las cuestiones que aborda el artista pueden parecernos, en estos momentos, temas menores. No lo son. La violencia es una escalada que empieza desde abajo.

El pintor no tiene entre sus prioridades generar belleza o imitar la realidad, sino interrogar los vacíos y las exclusiones

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La muestra presenta 30 piezas ideadas, principalmente, en series, modo habitual de manejarse Tabares, en las que combina obras pictóricas con otros recursos, practicando esto de la pintura expandida. Una advertencia: no se dejen engañar por la hermosura de sus lienzos, porque el pintor no tiene entre sus prioridades generar belleza, imitar la realidad o imaginar otros universos sino interrogar los vacíos, las exclusiones y las discrepancias del mundo que le ha tocado vivir.

A Putin le dedica varias piezas en las que, por un lado, recrea la imagen archiconocida del autócrata como amazona a lomos de un enorme oso –que siempre me llevó al retrato de Dorian Grey– adornada por un arcoiris, dándole donde más le duele. Por si no fuera suficiente, utiliza la sátira para elevarlo a los altares –a modo de San Antón ruso– en una serie en la que une la tradición del icono ruso con el realismo socialista. Loca mezcla de un artista que suele arriesgar.

En Revolución Bolchenique o Rasputín II son algunos de los lienzos en los que Tabares desliza símbolos propios de la cultura capitalista en escenas de la historia rusa. No se trata de una broma. Intuyo un discurso acerca de las delgadas líneas que separan estas realidades aparentemente tan divergentes. Con gran facilidad olvidamos que los fascismos encuentran en el adormecimiento del consumismo capitalista terreno fértil y nuestras democracias –de las que tanto presumimos– y este aletargamiento son como uña y mugre, siempre unidas. Imprescindible la lectura de Mundo soñado y catástrofe. La desaparición de la utopía de masas en el Este y el Oeste en el que Susan Buck-Morss cuenta, entre otras muchas cosas, cómo el gran sueño del siglo XX consistió en lograr la felicidad personal a través de la superación de la escasez.

Miss Melilla somos todos

Ya sé que estoy haciendo spoiler –falta grave en el caso de un artista que siempre ofrece novedades– pero no puedo dejar de referirme a la serie de siete retratos en los que aparecen el último zar, Nicolas II, su mujer y sus cinco hijos, asesinados en 1918 tras el triunfo de la revolución, un año antes.

Tabares abofetea a los Romanov con la mano del suprematismo haciendo referencia a un momento de la historia de Rusia en el que su pueblo y su arte reclamaron grandes cambios. Recordemos la mítica muestra La última exposición futurista: 0.10 celebrada en Petrogrado, en 1915 en la que Cuadrado negro, de Malévich, fue colocado en una esquina del techo, posición habitual en la que los iconos religiosos presiden las casas rusas.

He visto otras exposiciones de Tabares y opino que Rojo sobre rojo es un trabajo realmente interesante y ambicioso, aunque tengo la sensación de que, quizás, prefiero a este artista en capítulos más que en largometraje. Me explico: cada una de las piezas/series son suficientes, autocontenidas. Cuando llegué a su Lago de los cisnes no me sumergí tanto como la pieza merece, puesto que ya llevaba un buen rato abriendo carpetas reflexivas; ya había sonreído y disfrutado todo lo que mi capacidad me permite de una sola vez.

Y es que vamos afectados a la sala, dolidos, dañados por la avalancha de imágenes que nos llegan del conflicto

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Siguiendo el tono y timbre de este artista, comparto algunos sarcasmos que se me ocurrieron: si el cleptócrata «de moda» se animase a hacer una segunda parte de la exposición Arte Degenerado, inaugurada por Hitler en 1937, quizás, incluiría a Cristóbal Tabares. También, al ver la serie de iconos con las imágenes de Putin, me acordé de un tuit de Dani Mateo, quien colgó una fotografía de Brad Pitt y añadió «¡qué hijo de puta, no tiene una sola foto mala, ni una!». En definitiva, Tabares es lo suficientemente potente como para aporrearme con una sola pieza y noquearme por lo que todas juntas, quizás, se me antojaron demasiado.

Opino que Rojo sobre rojo funciona como un documento en clave pop que interpela al espectador acerca de qué sabe, no solo sobre Rusia, sino sobre cómo funciona el mundo. Padecemos, hoy, algo llamado «fractalnoia», esto es, funcionamos componiendo relatos a partir de fragmentos aislados de conocimiento, sin dejar tiempo entre las causas y sus efectos, construyendo discursos sin trama, someros y frágiles, pero que defendemos como si estuvieran escritos en piedra. Tabares, en definitiva, viene a darnos un toque para recordarnos que estamos en la inopia y nos dice a la cara que, al final va a resultar, que Miss Melilla somos todos.

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