eldia.es

eldia.es

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Amalgama

La situación: Aquarius

Juan Ezequiel Morales El Día

Una amiga, que permaneció medio siglo en una de las zonas mágicas del centro de Madrid, en una callejuela detrás de la Puerta del Sol, y mientras transitaba por fronteras donde la paz y la luz transcendental se ven con mayor intensidad, es decir, antes de su muerte, me recomendó El Libro Contemporáneo de Los Muertos, de E. J. Gold. No lo tenía yo, pero sí disponía de La Máquina Biológica Humana como aparato de transformación, una muy buena titulación para el cometido que Gold se ha propuesto, siendo de los que se han decantado por entender al ser humano como una máquina biológica y... transcendental. El texto La Máquina Biológica Humana me lo había facilitado el doctor Óscar González, compañero filósofo especialista en la obra de Rudolf Steiner, con quien conviví en un Retiro de Oscuridad experimental hace unos diez años.

E. J. Gold vivió de niño en Nueva York, en el apartamento de su padre, Horace L. Gold, quien fundó la revista Galaxy, de ciencia-ficción, y donde se reunían muchos intelectuales, lo cual le marcó. Se hizo artista, músico de jazz, actor, pintor y escultor, y a finales de los años cincuenta del pasado siglo, se trasladó a Los Ángeles, ganando prestigio en el grupo de escultores Los Siete de California.

El primer capítulo de La Máquina Biológica Humana, se titula La Situación, y propone: «La observación imparcial de las limitaciones de la vida en un acuario puede brindarnos una clave importante sobre la verdadera naturaleza de nuestra situación planetaria, además de proporcionarnos una base para preguntarnos cuál puede ser el significado y el propósito de la vida. Si nos tomamos el tiempo necesario para observar detenidamente un acuario, notaremos que el acuario es un medio ambiente cerrado, un ecosistema totalmente independiente, que depende de una delicada armonía entre equilibrio interno y el orden establecido entre sus especies. El acuario es, en sí mismo, un mundo en miniatura».

Gold observa que, en el acuario, cada ser viviente tiene su función, su lugar y, sobre todo, todas las cosas están interrelacionadas, son interdependientes. Veamos esa interrelación en palabras de Gold: «Las plantas se adecuan al pH de la solución acuosa y no son ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas; su sistema de raíces está adaptado al suelo del lecho del acuario, de manera que ni se desenraizan ni se pudren. Los peces también cumplen papeles y funciones necesarios e ineludibles en la jerarquía social y ecológica del acuario. Son seleccionados —por seres humanos que viven fuera del acuario—conforme a una compatibilidad mutua artificial; los enemigos mortales no sobrevivirían mucho tiempo en un entorno pequeño y cerrado. Algunas especies y miembros de especies son dominantes, algunos son sumisos en relación a los demás; e incluso hay otros que parecen evitar involucrarse en cualquier relación con los demás peces. Algunos peces viven cerca de la superficie del acuario, y nunca se aventuran al fondo; algunos permanecen en el fondo toda la vida, y otros viven en la zona intermedia. Los peces carroñeros del fondo del acuario, normalmente los barbos y las ventosas, recogen los desperdicios del acuario; comen la materia putrefacta que se ha filtrado desde arriba, y al mismo tiempo limpian las piedras y el cristal, asegurando así que no proliferan líquenes ni musgo que alteren el delicado equilibrio del acuario. Aquellos que viven en la zona intermedia, como los tiburones, los pechirrojos y los guppys, consiguen vivir de lo que el hombre introduce en el acuario desde el exterior, y que no han aprovechado los peces de la superficie. Algunos peces serán más rápidos que otros, consumirán más alimento y gastarán más energía que los demás. Aquellos que viven cerca de la superficie, como los peces de colores y los peces mariposa, serán siempre los primeros en ser alimentados, así que ellos, en cierto sentido, dominarán a los demás. Otros, como las anguilas, se mostrarán totalmente a sus anchas en cualquier lugar del acuario». Pero también hay seres que viven muy al margen de la interdependencia biológica, como las tortugas, que van a lo suyo e ignoran lo que hace el resto en el acuario.

Gold se sorprende de que «a pesar de la aparente actividad del acuario, sus moradores tienen un contacto extremadamente limitado los unos con los otros; no solo no se mueven de un nivel a otro, sino que no tienen ni los medios ni la necesidad de compartir la información que puedan llegar a adquirir de forma subjetiva sobre el acuario que habitan». Es decir, existe una interdependencia biológica que no está concatenada con una interdependencia en la conciencia de los individuos pobladores, que no muestran gran interés en la vivencia de otros seres que no son como ellos. Aun así, Gold supone que existan seres ávidos de aprendizaje: «Supongamos que para aquellos que están ávidos de aprender, la información esté disponible, consiguiéndose de algún modo, transmitirse de pez en pez y de especie en especie, traspasando casi inadvertidamente el filtro de su aislamiento, si bien es raro que un determinado pez encaje las piezas de forma coherente. Al mirar este entorno cerrado y aislado, no podemos evitar sorprendernos del hecho de que estamos contemplando todo un mundo auto-contenido, rodeado por un océano de aire, de la misma manera que nuestro planeta está auto-contenido, en el sentido de que es un entorno armonioso, que también está suspendido en un océano —un océano de espacio, un casi-vacío aún menos denso que nuestra atmósfera planetaria—. Del mismo modo que los peces están ligados para siempre a su atmósfera líquida más densa, y morirían sin ella, nosotros también estamos ligados a nuestra atmósfera gaseosa, y moriríamos rápidamente si no pudiésemos respirarla».

Gold comienza a observar si realmente ese acuario está desconectado del mundo de afuera. En este punto debemos mirarnos como seres introducidos en un acuario mayor, el planeta, y el sistema solar, donde somos presos de nuestras conciencias y patrones insertos en la maquinaria biológica que nos hace creer que estamos fuera de un gigantesco acuario, como los peces y seres que estamos observando: «A no ser que en el transcurso normal de los acontecimientos ocurra algún accidente o se haga algún descubrimiento insólito, los peces permanecerán totalmente inconscientes de cualquier otra cosa más allá de su acuario. Continuarán creyendo que el acuario es el principio y el fin de todos los mundos posibles y nunca dudarán de su existencia en el acuario». ¿Nos puede resonar algo esta situación?

Compartir el artículo

stats