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Literatura | Día Mundial de la Poesía

Tristes armas si no son las palabras

Una agrupación de poetas de las islas evoca la poesía atravesada por el horror

de la guerra en el eco del 80º aniversario de la muerte de Miguel Hernández

La obra ‘Protegernos del miedo’, de la serie ‘Animal mundi’, de la muestra ‘Estructura animal’. | | AUGUSTO VIVES

Tristes guerras

si no es amor la empresa.

Tristes. Tristes.

Tristes armas

si no son las palabras.

En la primavera de 1939, en los estertores de la guerra civil española que extiende su sombra hasta nuestros días, y se subleva con nuevas formas de terror en el mapa sin fronteras de la infamia, el poeta Miguel Hernández (1910 - 1942) escribía coplillas contra el hambre y la angustia en la soledad de las cárceles franquistas.

Prisionero del totalitarismo y el odio, refugiado en el país libre de la poesía, el poeta oriliano comenzó a coser su Cancionero y romancero de ausencias en plena herida de la guerra, en octubre de 1938, un año después de viajar, precisamente, a la extinta Unión Soviética en representación de la II República, donde se impregnó del ideario socialista del país de los bolcheviques, que describió en sus cartas como «un mundo feliz y transparente / para los hombres llenos de impulsos fraternales».

El próximo 28 de marzo se cumple el 80º aniversario de la muerte de Miguel Hernández, que escribió versos como «Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas / fuerza serán que cierre las fauces de la guerra». En estos días, en la dictadura del país que da nombre a ese poema, Rusia, se arrollan y asesinan las ideas de igualdad y justicia que tiñeron sus paisajes poéticos y el sueño de «la libertad del ala / la libertad del mundo». «Echar abajo el pájaro fraguador de cadenas / las ciudades podridas abajo, y más abajo / las cárceles, las penas», recoge uno de los poemas de El hombre acecha (1938).

Y es que Hernández se miró en el espejo de la «patria espiritual de los obreros» porque la guerra rompió el primer espejo en una noche sin luna, cuando el régimen franquista asesinó a Federico García Lorca, por «homosexual, socialista y masón»; «la muerte puso huevos en la herida», escribió el «poeta en Nueva York». Cada vez más yerma la esperanza, los senderos del «teatro de acción social» que inauguró Lorca con su compañía La Barraca se entretejieron con los caminos de la poesía de Hernández, de su lucha y militancia política, y su corazón revolucionario, hasta que las balas volvieron a cargar contra la poesía.

Amanecía el primer abril robado del poeta cuando Franco entró en Valencia, en cuyos estudios terminaba de imprimirse El hombre acecha, que la comisión depuradora franquista ordenó destruir tras condenar sus versos por «adhesión a la rebelión». Así comenzó el largo periplo de Hernández por las prisiones falangistas, que, pese a sus continuas vejaciones y maltratos, no pudieron amordazar uno de los poemas más hermosos del mundo, nacidos de la pobreza y la pena en la cárcel de Torrijos: las Nanas de la cebolla, dedicadas a su mujer Josefina Manresa y su hijo Manuel (su otro hijo, había muerto un año antes), porque Josefina narraba en sus cartas que solo podían comer pan y cebolla en el abismo de la posguerra:

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

Golpe contra verso, «estrechado a preguntas», se sucedieron las torturas, las condenas a muerte conmutadas por nuevos encierros, más torturas, lágrimas heladas en las mejillas por el frío, y por fin, la enfermedad: primero, bronquitis; luego, tifus, y una tuberculosis lo que le dio la muerte, aunque lo justo sería decir que también a Miguel Hernández lo asesinó la guerra, a los 31 años, «cristales rotos, por siempre rotos / espejos rotos caídos, sin imagen / sin dirección».

Casi 80 años después, casi un siglo, el mundo sigue a oscuras, tristes guerras que aniquilan el sustrato que nos hace ser humanos: el otro, la razón, el entendimiento. Hoy, 21 de marzo, Día Mundial de la Poesía, bienvenida de otra primavera con una esquina rota, las palabras tiemblan, pero urge reivindicarlas hoy, y cada día, como lugar de encuentro y trinchera contra el fanatismo, el enmudecimiento y la incomprensión. «La poesía es un ejercicio de resistencia», manifiesta el escritor y catedrático Nilo Palenzuela.

Por esta razón, una agrupación de poetas de las islas pone voz -la propia y las silenciadas- a la mirada poética atravesada por el horror de la guerra, como espacio de reflexión, como símbolo de solidaridad o, sencillamente, por el alivio de las palabras.

«Ah, primavera sin frontera y sin final, sin frontera y sin final, como los sueños...». La traductora y poeta Elena Garbisu evoca el «réquiem» de la cruel persecución que vivió la poeta Anna Ajmátova, una de las figuras más representativas de la poesía acmeísta de la Edad de Plata de la literatura rusa. Nacida en 1889 en Odesa, hoy, territorio ucraniano, la poeta rusa sufrió el asedio, la censura, la pérdida y el destierro bajo la dictadura estalinista. A su regreso a un Leningrado devastado por la guerra pergeñó su obra cumbre en memoria de las víctimas de Stalin, Réquiem (1935-1940), considerada una obra maestra y monumento poético al sufrimiento del pueblo soviético. Este es el prólogo, de Poema sin héroe, traducido por José Luis Reina Palazón:

En los terribles años del terror de Yezhov hice cola durante siete meses delante de las cárceles de Leningrado. Una vez alguien me «reconoció». Entonces una mujer que estaba detrás de mí, con los labios azulados, que naturalmente nunca había oído mi nombre, despertó del entumecimiento que era habitual en todas nosotras y me susurró al oído (allí hablábamos todas en voz baja):

–¿Y usted puede describir esto?

Y yo dije:

–Puedo.

Entonces algo como una sonrisa resbaló en aquello que una vez había sido su rostro.

Precisamente, Nilo Palenzuela guarda palabras y poemas cerca de su ordenador, como los versos de la poeta rusa Marina Tsvetáieva, tan próxima en sus coordenadas geográficas, mirada poética y grito antibelicista al universo a Ajmátova. «La poesía solo puede hablar desde la fragilidad», declara Palenzuela. «Y la poesía es, también, el campo de la libertad». 

«Durante años, la poeta rusa Marina Tsvetáieva pasa los veranos en Crimea», explica el poeta. «Poco después de la Gran Guerra pierde a su hija Irina en una casa de acogida, durante una hambruna. La niña había nacido en 1917. Son los primeros años de la Revolución de Octubre. En 1939, su hija mayor y su marido son deportados. Sergei es fusilado dos años más tarde. Ariadna solo será rehabilitada en 1955, después de la muerte de Stalin. Hitler invade la URSS en junio de 1941. Su hijo Mur cae en el frente durante 1944. El último día de agosto de 1941 Marina Tsvetáieva se suicida. Antes, el 23 de enero, escribe unas palabras imborrables. Y dicen así:

¡Una montaña!

—El amor es todavía más viejo:

Viejo como un junco, viejo como la serpiente.

Más viejo que el ámbar de Livonia.

Y más viejo que todos los barcos fantasmas.

—Que las piedras, más viejo que los mares…

Pero el mal en mi pecho — es más viejo

que el amor, más viejo que el amor.

«Mientras haya capacidad para la poesía hay esperanza», afirma la escritora Eduvigis Hernández, que escribió esta hermosa revelación inspirada en la sutil ironía del artista Augusto Vives, en concreto, para su muestra Estructura animal (1996), que dibuja pájaros y nubes con frases como estrellas fugaces que flotan en el aire: protegernos del miedo, vasto universo dominado, comió muerte a raudales, volaré. El diálogo, como un ejercicio de écfrasis, entre las alas de Augusto y la poética de Eduvigis vio la luz en la extinta revista de literatura y arte Espejo de paciencia, como los siguientes extractos:

Averiguar hacia qué lado se inclina la balanza.

La fuerza pesa y empuja,

llega a tocar fondo.

La palabra es leve, puro aire.

Sin embargo, el ejército espera hasta que la orden sea dictada.

El rostro salvaje de la máscara.

Hay tanto de hombre como de bestia en el crispado rictus.

La verdadera protección consiste en provocar el horror ajeno.

 

También el escritor y periodista Santiago Gil ha desgranado versos contra la guerra, la impunidad, la desmemoria, y sobre el reencuentro, la reconciliación y la esperanza, en su último poemario, Tentación de náufrago, donde la palabra poética es una puerta a otras formas de mirar y habitar el mundo, «una claridad entre las sombras / un faro que oriente / a mi tentación de náufrago», escribe en El náufrago. Pero también evoca el eco de la muerte en las reminiscencias de otras guerras anteriores, en los siguientes versos del poema Los pasos de Auschwitz:

Había una orquesta

con músicos tristes

que tocaba marchas triunfales

para que los soldados

contaran rápido a los presos

y a los que matarían al día siguiente.

Vi la foto en Auschwitz

setenta años después

de que sonaran aquellos acordes

de muerte tras las alambradas.

Las noches sin luna, las nanas de la cebolla, las historias de los poetas, también son parte de nuestra historia, con sus capítulos de luces y de sombras palabras y silenciamientos. «Mi abuelo Silvestre participó en la batalla del Ebro, la contienda más larga y feroz de la Guerra Civil Española», recuerda la poeta y profesora Tina Suárez Rojas. «Ver a un anciano llorar, cada vez que recordaba esa vivencia, es una imagen desoladora que llevo estampada en el álbum familiar que son nuestros íntimos recuerdos de infancia. Que este jinete apocalíptico siempre al servicio de los hombres siga, al cabo de los tiempos, lacerando el corazón del mundo indica que aún seguimos inmersos en una crisis civilizatoria que nos obliga a reconocer nuestro colapso como humanidad evolutiva. El No a la guerra es una consigna social pero también poética, porque la poesía es y será, desde la alta potestad de la belleza combativa, esa otra manera de decir basta, de contender, de agitar conciencias y de emprender la mejor de las cruzadas: hacerle la guerra al silencio».

Así lo afirma Tina, quien culmina esta reflexión con la última estrofa del poema Cuando veas, de la poeta bilbaína Ángela Figuera Aymerich:

Donde veas

que el látigo o la espada se levantan,

que la prisión redobla sus cerrojos,

que los fusiles amenazan muerte,

acércate y, a pecho descubierto,

lanza un tremendo NO que salve el mundo.

También lo manifestó el poeta Pedro Lezcano en su Consejo de paz, que le sometió a un Consejo de guerra, donde aconseja siempre la paz, «tan sencilla y tan frágil». «Negación de los nombres. / Negación de las frases. / Si no sois primavera, espuma o viento / Fuerzas de Tierra, Mar y Aire; / si el vendaval no sois ni la semilla / ni la lluvia que nace de los mares / usurpadores sois de las palabras / nobles y elementales». Pareciera insuficiente, incluso fútil, aspirar a las palabras para cambiar el rumbo del mundo, pero es tan alto su vuelo que la historia siempre ha querido poner candados a la poesía y esta ha sobrevolado asedios y prisiones porque una palabra, como anuncia Lezcano en el prólogo de su Consejo, «sostiene la esperanza».

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