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A propósito de Chernobyl: hormigón y amenaza nuclear

Cuando la emergencia nos obliga a dejar para más adelante el desafío ambiental, urge intentar protegernos sin hacer más daño al planeta

Piscina abandonada tras la catástrofe de Chernobyl (Ucrania) de 1986.

Hay mucha gente que no entiende los edificios de hormigón y los recibe con un «no me gusta» o llamándolos «bunker», pero la realidad es que los edificios de hormigón son de lo poco que resiste aún en lugares como Chernobyl, que en 1986 fue escenario del que está considerado el peor accidente nuclear de la historia, junto con el accidente nuclear de Fukushima en 2011, y donde las cantidades de materiales tóxicos y radiactivos que invadieron el aire se estima que fueron 500 veces superiores a las liberadas por la bomba atómica en Hiroshima en 1945.

Ahora que la guerra de Rusia contra Ucrania, y contra el mundo occidental que conocemos, ha puesto de nuevo sobre la mesa la amenaza nuclear no está de más analizar qué materiales constructivos son los que mejor nos pueden proteger. Y es aquí donde el hormigón pierde todo lo malo y se transforma en un material imprescindible. Es cierto que su producción es responsable del 8% de las emisiones mundiales de CO2, pero no es menos cierto que los edificios de hormigón son altamente duraderos, sin obsolescencia programada, y esa solidez y perdurabilidad también es una forma de sostenibilidad, y, si además cuentan con un buen diseño, no solo permanecen en el tiempo sino que se vuelven atemporales y flexibles a los cambios de uso y de circunstancias.

A propósito de Chernobyl: hormigón y amenaza nuclear dulce xerach pérez

Investigaciones recientes están dando lugar a procesos de creación del hormigón como el llamado de calcinación inversa, capaces de producir un material incluso más fuerte que el hormigón convencional, y actualmente los hormigones de alto rendimiento pueden ser elaborados con energía solar o eólica, además de con la madera como una de las mejores fuentes de combustible para hacer este material de construcción, ya que el CO2 que liberan se origina en la atmósfera.

Ahora que, una vez más, las emergencias nos obligan a dejar para más adelante el desafío ambiental, ahora que nos damos cuenta de que en realidad la Guerra Fría no había acabado ni el telón de acero había desaparecido, y mientras las cabezas nucleares de ambos mundos, Oriente y Occidente, sigan ahí, apuntándose las unas a las otras, quizás sería una buena idea transitar con cuidado por un camino intermedio como el de intentar protegernos sin al mismo tiempo hacer más daño al planeta.

En combinación, este enfoque que planteo, junto con las innovaciones de producción comentadas, podría conducir a una mayor seguridad de la población a la vez que a la reducción del 75% de las emisiones de CO2 en la industria del cemento de aquí al año 2050, si llegamos hasta allí. No es perfecto, lo sé, pero es una vía realista, porque no hay otro material más resistente que el hormigón, junto con el acero siempre, para resistir posibles problemas nucleares.

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En una central nuclear se denomina edificio de contención, en su utilización más habitual, a una estructura de hormigón, acero o una combinación de ambos, construida para encerrar en su interior un reactor nuclear. Está diseñado para que, en caso de emergencia, contenga un escape de gases radiactivos aunque estos alcancen presiones en el rango de 4 a 13.6 atmósferas. La contención es la última barrera de un escape radiactivo. Si eso es así de dentro a fuera, se puede presuponer que también lo sería al revés.

Lo único que podemos ver hoy en Chernobyl es que su paisaje se caracteriza por extremos tangibles e intangibles. Los primeros son las intervenciones de arquitectura e ingeniería de hormigón y los segundos, la extrañeza de lo fantasmal y desolado en un lugar abandonado y apocalíptico.

Con desolación o no, con guerra y sin ella, la arquitectura de Chernobyl es única, y aunque está completamente en ruinas, sin un rayo de esperanza ahora que estamos otra vez en guerra, los edificios siguen resistiendo y esperando un momento mejor de la historia que no sé si los que estamos ahora habitando este planeta tendremos la oportunidad de disfrutar. El caso es que el hormigón ha resistido y demostrado que es un material protector que tenemos que aprender a valorar como sociedad si queremos vivir en una cultura de mayor seguridad frente a las catástrofes de cualquier tipo que ya sabemos que rondan por ahí.

Dulce Xerach Pérez. Abogada y doctora en Arquitectura. Investigadora de la Universidad Europea

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